Lo que llevo en el corazón de mi viaje a India
Olga Consuelo Vélez
Todo comienza y todo llega a su final. Mi
estadía en India finalizó porque solo dan, máximo, tres meses de visa de
turista. Se podría sacar visa de estudio o de trabajo, pero requiere muchas
condiciones que no son posibles en mi situación particular. Por esto quiero compartir unas últimas
palabras de la experiencia vivida allí.
Mi anterior escrito fue valorado por mucha
gente, lo cual agradezco, pero, algunas personas se molestaron por haber
señalado aspectos negativos de este país. Siento que así haya sido, mi
intención no era hablar mal del país, sino contar lo que me había impactado o
costado. Esta es de nuevo, mi intención, en esta última reflexión sobre mi
experiencia de lo vivido en India, con lo cual, pido excusas de antemano por
todo lo que pueda decir que solo responde a mi visión parcial, limitada,
ignorante, pequeña, de lo que seguramente es esta realidad.
Quiero compartir lo que me llevo en el corazón.
Lo más importante, el ser de las personas con las que he tenido más cercanía.
Me parece que son personas “muy buenas”. Me queda la experiencia de verlas
trabajando, sirviendo, insertas en el día a día con dedicación, generosidad,
delicadeza. También, agradezco mucho su acogida, comprensión, disponibilidad
para ayudarme en todo lo que necesité.
Me llevo la generosidad de las personas con las
que conviví en la casa. Su fe, su convicción personal y la particularidad de
cada una que fui descubriendo a lo largo de la convivencia y, con la que fui
conectando, en la medida de las posibilidades. Podría decirse que me llevo lo “propio”
de cada una de ellas, eso que poco a poco, se fue develando, creando lazos de
entendimiento mutuo, de cierta “complicidad”, de “confianza”, de relación
interpersonal que hace que las personas comiencen a formar parte de tu vida y
sean importantes para ti, deseando que las relaciones puedan continuar con el
paso del tiempo, aunque sea a la distancia.
Me llevo la riqueza de la pluralidad cultural y
religiosa. Tantos lenguajes distintos, tantas religiones, tantos rostros,
tantos colores, tanta historia, tantos monumentos arqueológicos, tantos
templos, tanta naturaleza diversa, tantos sonidos, tantos olores, tantas
especies y condimentos, tantos mercados, en otras palabras, tanta diversidad. Y
en ese arco iris de diferencias, la capacidad de convivir, de respetarse, de
compartir espacios, por ejemplo, las escuelas, universidades y trabajos en los
que toda esa diversidad convive, sin exclusiones, ni señalamientos.
Me llevo la riqueza de lo que hemos llamado, en
Latinoamérica, “dar desde la pobreza”. Existen muchos proyectos sociales:
escuelas infantiles, refuerzo escolar, escuela para niños y niñas con
dificultades de aprendizaje, proyectos con mujeres, etc. Estos proyectos cuentan,
muchas veces, con muy pocos recursos económicos, pero con la generosidad
inmensa de la gente, o bien de manera voluntaria sin ningún pago, o recibiendo
un pago muy pequeño, contando con que estas últimas personas también son
necesitadas, pero su generosidad es desbordante. Cabe decir que vi muchas
personas dando limosna, mostrando la convicción de hacerlo como compromiso y no
simplemente por quitarse de encima a la persona que pide, como a veces se hace
en mi país.
Me llevo el impacto de tantas cosas distintas. El
conducir por la derecha, hizo que yo no lograra acertar en dar el paso correcto
cuando otra persona venía de frente. El no encontrar fácilmente un cuchillo
porque aquí se come con cuchara y tenedor y no hace falta tener demasiados. El
barrer con escobas pequeñas porque así son aquí. El no tener separación entre
el sanitario y la ducha (o mejor el balde con el cubo, que es lo más
corriente), con lo cual el piso del baño está, casi siempre, mojado. El no
poder entender ni una sola palabra de lo que hablan por la calle porque todo el
mundo se expresa en sus lenguas locales, muchas personas no saben inglés o lo
dejan para espacios formales o para responder cuando se les pregunta en esa
lengua, pero prima la lengua local. Como ya dije en mi anterior escrito, el
ruido del tráfico, de las bocinas y de los cuervos me parece demasiado fuerte.
Aunque la gente de aquí lo vive con tranquilidad, creo que, algún efecto auditivo
debe provocar, aunque no se le dé importancia.
Me llevo, como también lo señalé en mi escrito
anterior, el dolor de tanta pobreza. Y no porque no la haya visto en mi país y
en otros países, sino porque estoy aquí y la vi, día tras día, en demasiada
gente en las calles que caminé, una y otra vez, muchas veces, durante todo este
tiempo. No debería existir esa pobreza en nuestro mundo. No es humano que no
haya donde dormir resguardados. No es posible que una vida transcurra con
tantísima precariedad. Que se coma de la basura, no se tenga agua, no se cuente
con los derechos básicos que hacen posible la dignidad humana. Pero así es, en
tantas partes, y cuando te rodea tan de cerca, se toma mucha más consciencia de
la injusticia estructural de nuestro mundo.
Nunca me he preocupado demasiado por los
animales, pero aquí, me dolió ver tanto perro en tan malas condiciones, lo
mismo que mucho gato, peleando por un pequeño trozo de comida, lo mismo que
vacas y caballos en una delgadez extrema. No falta quien saca huesos o arroz o
algo de comida y la deja en la calle para que los animales se alimenten, pero
no es suficiente. Eso sí, fue una bonita experiencia poder subirme a un
elefante y estar muy cerca de ellos, aunque si se reflexiona más a fondo, ese
turismo con animales, tiene una parte de explotación que no siempre es
adecuado, no solo aquí sino en tantos lugares donde los animales salvajes forman
parte de las atracciones turísticas.
Me llevo, especialmente, las “largas”
conversaciones con la persona que me ayudó a mejorar el inglés, una mujer
adulta, encantadora, con una mente abierta, reflexiva, critica, llena de
generosidad y receptividad frente a todas mis preguntas sobre la cultura, todas
mis dudas y extrañezas. Además, ella siempre estuvo deseosa de escuchar mi
teología bastante “revolucionaria”, frente a su propia experiencia de mujer muy
creyente, pero en un contexto más tradicional. Fue tan receptiva de todo lo que
le compartí, que creo pude realizar un diálogo intercultural y teológico con
ella.
Pero, al mismo tiempo, me llevo la dificultad del
diálogo intercultural, porque se necesita mucha apertura, de lado y lado, para
dejarse interpelar por los otros y que todas las culturas sean capaces de cambiar,
de crecer, de renovarse, al ritmo de los tiempos que siempre nos exige nuevos
horizontes. Me parece que todos tenemos tan arraigadas las propias
cosmovisiones y tradiciones que es muy difícil la apertura, la aceptación e
incluso la transformación de lo propio. Es muy fácil escribir y pensar sobre el
diálogo intercultural pero muy difícil realizarlo.
Me llevo las conversaciones con algunas jóvenes,
porque me representaron a la juventud inquieta y disconforme con muchas
situaciones de su ciudad y, especialmente, de la situación de la mujer. A mí,
que me encanta pensar en cambios y novedades, sus inquietudes y su forma de ser
me conectaron con esa parte de la juventud rebelde y atrevida. En este mismo
sentido, me encantó asistir a un concurso de jóvenes en Mumbai, realizando
bailes “urbanos”. La globalización llega a muchos sitios, aunque en algunos
países se nota más que en otros. No faltó un pequeño diálogo con una joven
musulmana, totalmente convencida de la visión de la mujer como un “diamante”
que es muy valioso y por eso se ha de cubrir al salir a la calle y, de esa
manera preservarse para su esposo. Muy abierta para que yo le preguntara y
comentará mi percepción, pero totalmente convencida de ese relato. En este
mismo sentido me impresionó ver a otra joven musulmana, en un restaurante, en
el que se quitó el “niqab” (el velo con el que cubren el rostro) para comer,
pero no movió la cabeza hacia ningún lado, ni una sola vez. Su cabeza
permaneció agachada, mirando el plato y, tan pronto terminó, volvió a usar el
velo. A su lado estaba su marido y otro varón (tal vez el padre de su marido) y
su pequeño hijo, los cuales hablaban y se expresaban libremente. Esta realidad
musulmana es bien compleja, se sabe que las mujeres expresan con su vestimenta
la identidad musulmana, perseguida en tantos contextos, pero que también,
limita demasiado la libertad de las mujeres, desde mi punto de vista.
Muchas otras experiencias me llevo en el
corazón y con el paso del tiempo irán saliendo más. Pero, lo importante ahora,
es agradecer este tiempo vivido aquí, la riqueza que he tenido de conocer
nuevas realidades y la toma de conciencia sobre las propias limitaciones y
posibilidades en una situación distinta. No sabía, cuando vine aquí, si podría
regresar. Poder, siempre se puede, pero por las propias limitaciones y por las
posibilidades reales de poder realizar alguna tarea significativa, me parece
que es inviable pensar en un pronto regreso. Eso sí, esta experiencia marcara
profundamente mi vida y estoy, muy agradecida, por todo lo recibido. ¡Gracias
India! y gracias a todos los rostros concretos que llevo en el corazón, unos
con nombre, otros solo vistos muchas veces en la misma calle o tienda, pero que
hicieron posible mis días en ese país rico y exuberante, lleno de contrastes y
con inmensos desafíos.
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