La paz una apuesta irrenunciable
desde nuestra fe
Esperamos que en este
año si podamos conseguir la paz en Colombia. Por lo menos que se celebren los
acuerdos y se pueda comenzar un nuevo momento. Bien sabemos que no será fácil.
Lograr que los desmovilizados retomen su vida y logren hacer de ella lo mejor,
además de necesidad de recursos, precisa la voluntad humana que no siempre se
dispone a hacer aquello que ve bueno y valioso. Y si a eso le añadimos la
capacidad de toda la sociedad colombiana para asumir ese momento, se hace más
difícil aún. Pero no es algo imposible y confiamos que, contando con todas las
limitaciones, esta vez se haga realidad un paso adelante en esta búsqueda de la
paz. Lástima que hay tantos puntos de vista que se contraponen y el mismo tema
en vez de traer consensos, trae enfrentamientos encendidos. Sin duda, por parte
del gobierno no hay sólo buena voluntad sino intereses políticos que le rinden
ganancias para provecho propio. Por parte de los afectados directamente en el
conflicto, hay muchos que han perdonado, lo cual es admirable y refleja la
bondad que existe en el corazón humano. Pero también están los que no han
podido hacerlo y esta actitud es muy comprensible porque no hay palabras para
exigir tal actitud a quienes les truncaron la vida con minas antipersonales,
los despojaron de todo, les cegaron un futuro que ya nunca podrá ser como lo
hubieran deseado.
Y los que hemos sido
más ‘espectadores’ del conflicto –porque no hemos tenido directamente una
afectación, aunque prácticamente casi nadie puede estar totalmente ajeno porque
la realidad de ser un país con semejante conflicto y por tanto tiempo, de
alguna manera permea todos los estamentos y estamos marcados por esta guerra
interna-, hemos de contribuir decisivamente, poniendo todo lo que está de
nuestra parte para que avance y se consolide el proceso de paz. Mucho más si
nos decimos creyentes. Ojala nos convenciéramos de una vez por todas: la guerra
no engendra sino más guerra, el odio no trae sino más odio, la venganza no deja
ninguna salida. Es verdad que no queremos una paz con “perdón y olvido” –como
se ha realizado en algunos lugares o se pide por algunos estamentos-. El olvido
no permite sanar. Es sólo la capacidad de nombrar de nuevo y de que no quede en
el olvido la memoria de las víctimas lo que puede abrir caminos de futuro. En
el país se ha avanzado en ese sentido y por eso la verdad, justicia y
reparación se impone y los centros de memoria son mediaciones indispensables
para que la historia vivida forme parte de lo que somos y permita soñar con un
futuro que sabe de dónde parte y tiene certeza de lo que no debe permitir que
pase ¡nunca más!
El anuncio del reinado
de Dios que hizo Jesús, nos muestra esa apuesta por la paz de todas las formas.
Él no callo su palabra profética. Supo denunciar a los victimarios de su
tiempo. Incomodó, interpeló, y se “ganó la muerte” –como se dice hoy en la
reflexión teológica sobre la cruz de Jesús-. Pero creyó en el corazón humano,
en la capacidad de conversión y en la posibilidad de un nuevo comienzo. Sus
milagros son signos de que se puede incorporar a los excluidos de la sociedad –por
la causa que sea- y que se puede ser casa que acoja y posibilite la vida de los
que –en muchos casos- por el sistema injusto se vieron abocados a tomar las
armas o simplemente se fueron metiendo en el espiral del mal que envuelve y
parece no dejar salida.
¿Cómo desmontar este
aparato de guerra construido durante tantos años para ventaja de unos y de
otros? Y ¿cómo desmontar nuestros corazones que tantas veces sólo ven la
realidad de un lado y no quiere o no puede acoger y escuchar la verdad del
otro? La cuota del cristianismo es indispensable en este momento. El Dios que
ama a todos y a nadie le niega la vida. El Dios que interpela pero que perdona.
El Dios que exige verdad y conversión y no se desdice de su promesa de
salvación. Ese Dios quiere hacerse presente a través nuestro y la apuesta por
la paz es una ocasión única y definitiva.
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