Quédate con nosotros para alcanzar la paz
Seguimos en el tiempo de Pascua descubriendo los signos de Jesús
Resucitado entre nosotros. En los Hechos de los Apóstoles Pedro así lo proclama:
“Escúchenme, israelitas, les hablo de
Jesús Nazareno, el hombre al que Dios acreditó ante ustedes realizando por su
medio los milagros, signos y prodigios que conocéis (…) lo matasteis en una
cruz pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte” (Hc 2, 22-24).
Es decir, nos muestra la conexión entre el actuar de Jesús, las consecuencias
del mismo y la respuesta definitiva de Dios a frente a su actuar. Precisamente
esa coherencia es la que nos pide el mismo Pedro en su carta: “Si llaman Padre
al que juzga a cada uno, según sus obras, tomen en serio su proceder en esta
vida”. (1 Pe 1, 17)
¿Cómo hacer efectivas estas exhortaciones del apóstol Pedro en nuestro
hoy? ¿de qué manera ha de notarse que el Resucitado sigue vivo en medio de
nosotros y nos hace ser coherentes en nuestro actuar? El evangelio de Lucas nos
da una pista muy clara: el Señor resucitado camina a nuestro lado como lo hizo
con los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) y, lo reconocemos “al partir el
pan”, es decir, en cada experiencia de fraternidad/sororidad que hacemos
efectiva en nuestra vida. Por eso trabajar por la paz está en el centro de
cualquier experiencia de hermandad. Y en Colombia esta es una tarea
inaplazable.
Ahora bien, el trabajo por la paz va mucho más allá de la mera
solidaridad. Lo hemos vivido en la tragedia reciente de Mocoa en el que
–gracias a Dios- se constató la capacidad de los colombianos para responder
ante un desastre natural de tal magnitud. La sociedad se movilizó y hasta los
más indiferentes se sintieron tocados para hacer algo por mejorar esa realidad.
Lógicamente también, en situaciones como esa, se constata la condición humana y
no faltan los que quieren sacar partido de la situación e impiden que la ayuda
se dé efectivamente a todos, lo mismo que los intereses gubernamentales que
entre burocracia y malos manejos, retrasan lo que en derecho les pertenece a
todos los damnificados. Pero así y todo, la situación se hizo dolor nacional y
se está logrando responder a ella de muchas maneras.
Pero el trabajo por la paz en nuestro país necesita mucha más generosidad
y compromiso porque lo que está en juego es la vida de todos y la posibilidad
de que nuestra patria tenga futuro. Y ¿por qué supone tanto esfuerzo? Porque la
paz en Colombia implica el perdón y la reconciliación y eso exige un “nuevo
nacimiento”, una verdadera experiencia de resurrección.
Pidamos que en este tiempo de Pascua veamos al Señor resucitado en todos
los caminos que transitamos para alcanzar la paz. Sin duda está allí en la
inmensa mayoría de víctimas que ha dejado este conflicto. Víctimas de muchos
frentes y que nada tuvieron que ver con el conflicto. Pero también el
resucitado está con los actores del conflicto luchando por un nuevo comienzo
que no es nada fácil. Y somos los cristianos los que más estamos llamados a
propiciar muchas mesas donde se parta y se reparta el pan, creando esas
comunidades donde se asegure de nuevo la vida para todos y todas.
Cuando hay mesas fraternas/sororales arde el corazón y es posible
descubrir la presencia del Resucitado. Y Él se queda con nosotros siempre
porque le interesa nuestro destino y no deja de compartir nuestra suerte. Eso
sí, el pedirle una y otra vez. “quédate” es un reconocimiento profundo de que
sin él, las fuerzas no nos alcanzan para transitar el camino de la paz y con Él
en medio de su pueblo, alcanzamos el sendero de la vida y podemos ir abriendo,
esa paz, aquí y allá y hasta los confines más lejanos de nuestra amada patria,
allí donde la guerra sí llegó y ahora es urgente que llegue la paz.
(Aunque esta reflexión surge de la realidad colombiana,
no es una situación ajena a muchas otras realidades. En cada contexto con sus
problemáticas concretas pero todas urgidas de paz)
(Foto tomada de: https://nihilnovum.wordpress.com/2015/01/01/2015-ano-de-paz/)
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