Vida cristiana y experiencia de fe
La vida cristiana hay
que alimentarla día a día, precisamente, porque es “vida” y no “doctrina”. Si
fuera solo doctrina, bastaría con saber el catecismo y tener los conocimientos
adecuados para hablar de Dios, la Iglesia o los sacramentos, desde un punto de
vista nocional y, seguramente, mantener una claridad y coherencia con los
pilares fundamentales de la fe. No es que esto no sea necesario. Si lo es, y
otras veces hemos insistido en la necesidad de una sólida formación. Sin
embargo, poner el énfasis en la “vida” supone recordar que el encuentro con
Dios es ante todo, diálogo vivo y cercano con el Señor, amistad que se cultiva
y va creciendo, experiencias que van tejiendo una historia de amistad con Él de
la que se puede dar testimonio con alegría y riesgo. Descubrir así la fe, como
vida vivida, le imprime dinamismo y sentido al encuentro con Dios. Cada día es
nuevo. Cada momento es una captación distinta de su presencia. Cada
acontecimiento va mostrando diferentes facetas de la vida cristiana que la
hacen plena y atractiva, dadora de sentido y de futuro.
De ahí que sea tan
importante la oración porque es mediación privilegiada para percibir la
presencia de Dios en nuestra vida y entender mejor su designio sobre nosotros.
Nos referimos a una oración que es ante todo diálogo y encuentro y no
repetición de fórmulas sabidas, porque es el diálogo el que propicia el
conocimiento mutuo. Y sin este conocimiento no puede haber crecimiento en el
amor y en la confianza. A Dios lo vamos conociendo poco a poco y en él, nos
vamos conociendo a nosotros mismos. Y desde esa verdad que somos, es que se
afianza y se madura en la vida cristiana. Cuando se cultiva una vida de
oración, podríamos decir como decía Job: “Te conocía de oídas, pero ahora te
han visto mis ojos” (Job 42,5). Es decir, la oración nos permite experimentar
como actúa Dios en nuestra vida y en el mundo en que vivimos.
Pero hay algo más.
Necesitamos conocer a Dios como Él es y no como nosotros creemos que es. De ahí
que, a imagen de lo que nos pasa en las relaciones con los demás -que siempre
hay algo nuevo que conocer del otro-, también siempre hay algo nuevo que
conocer de Dios porque “mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni
vuestros caminos mis caminos, porque como los cielos son más altos que la
tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos
más que vuestros pensamientos” (Is 55,8-9). Por eso conocer al Dios revelado
por Jesús, no fue fácil y no lo es aún hoy tampoco. En tiempos de Jesús, sus
contemporáneos terminan matándolo porque el Dios que Él predicaba no se
ajustaba a lo que ellos esperaban de Dios y les incomodó tanto ese Dios
misericordioso, amigo de pecadores y publicanos, siempre dispuesto a perdonar,
que prefirieron matar a Jesús. Y hoy sigue pasando lo mismo porque cuando se
predica el Dios comprometido con los pobres, inclinado siempre a su favor,
impregnado de la lógica de la caridad y la misericordia y no de la eficacia y
la mayor ganancia, ese Dios sigue incomodando y prefiere acusarse a esos que lo
predican, de estar en contra de la doctrina oficial.
Ahora bien,
precisamente esto es señal de que el cristianismo es una “vida”. Vida que hay
que vivirla en cada tiempo con los desafíos que trae. Cada uno tiene que
recorrer el propio camino y enfrentarse con las dificultades que se le
presentan. Pero también cada uno tiene la responsabilidad de mantener la
fidelidad, ante todo, al Dios que sigue hablando y saliendo a nuestro
encuentro, para abrir nuevos caminos que permitan hacer significativa y
atractiva la experiencia de fe en este mundo. Oración y capacidad de discernir
los signos de los tiempos, son mediaciones indispensables. Fidelidad y riesgo
para vivir y recorrer senderos distintos es lo que se espera hoy de los
discípulos/misioneros. Está en nuestras manos, por tanto, sumergirnos en esta
corriente de renovación y cambio, tan impulsada por el Papa Francisco y tan
necesaria para una iglesia más viva y audaz.
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