SE NECESITAN MÁS OBRAS QUE PALABRAS
“Hermanos, ¿qué
provecho saca uno cuando dice que tiene fe, pero no la demuestra con su manera
de actuar? ¿Acaso lo puede salvar su fe? Si a un hermano o a una hermana le
falta ropa y el pan de cada día y uno de ustedes les dice: ‘que les vaya bien;
que no sientan frío ni hambre’ sin darles lo que necesitan, ¿de qué les sirve?
Así pasa con la fe si no se demuestra por la manera de actuar: está
completamente muerta (…) Ya lo ven: son las obras las que hacen justo al hombre
y no sólo la fe” (Stgo 2, 14-18.24)
La tensión fe y
obras, presente desde los inicios del cristianismo, constituye un desafío para
los creyentes. Se corre el peligro de vivir una fe intimista, limitada al
ámbito de la persona con Dios, en un verticalismo que no da como fruto el
compromiso fraterno. Fue mérito de la teología latinoamericana volver a
explicitar y enfatizar lo que ya el Espíritu desde el inicio del cristianismo
venía manifestando en la multitud de carismas y servicios presentes en la Iglesia.
La fe en Dios no se
demuestra, no se comprueba, no se examina como un objeto de laboratorio. Pero
la fe se muestra, se valida, se hace eficaz en el compromiso solidario con los
otros.
El Documento de
Puebla describió con claridad quiénes son esos “otros”, o como preguntaba el
Maestro de la Ley
en el evangelio “¿quién es mi prójimo?” (Lc 10, 29). Los destinatarios
predilectos de este compromiso solidario son los más pobres, los excluidos, los
marginados de cada momento histórico con rostros muy concretos: niños golpeados
por la pobreza, jóvenes desorientados, indígenas y afro-americanos, campesinos,
obreros, sub-empleados y desempleados, marginados y hacinados urbanos y
ancianos (Puebla 32-39), rostros que aumentaron en el Documento de Santo
Domingo al tomar en cuanta las políticas de corte neoliberal que profundizan la
brecha entre ricos y pobres al desregular indiscriminadamente el mercado, la
legislación laboral y reducir los gastos sociales que protegían a las familias
de los trabajadores (Cf. 179). Hoy en día, la situación no ha cambiado sino que
por el contrario continúan aumentando los rostros de los excluidos por el
sistema socio económico imperante y en razón del género, la raza, la religión,
la nacionalidad, etc.
En este horizonte
son muchas las preguntas que pueden interpelar nuestra vida cristiana: ¿Qué
transmiten nuestras obras? ¿De qué dan testimonio? ¿Es un testimonio elocuente?
¿Responde eficazmente a los desafíos de este tiempo presente? Al estilo de los
primeros cristianos las obras son las que hablan sin palabras, convencen sin polémicas,
atraen sin coacción. De los primeros cristianos, según Tertuliano, se decía
“mirad como se aman” y ese testimonio fue el que permitió la expansión del
cristianismo en un contexto tan difícil y contrario a la vivencia cristiana.
Muchos no conocen a
Dios. Otros no creen en él. Talvez sólo en las obras -fruto del compromiso
cristiano- podrán encontrar esas “huellas” de Dios que les permitiría su
reconocimiento explícito.
“El árbol se conoce
por sus frutos” (Mt 7, 15-19). Son ellos los que dejan ver lo que realmente
sostiene, anima, orienta y dirige toda obra. Un árbol malo no puede dar frutos
buenos. Pero un árbol bueno produce frutos al estilo de la semilla que cae en
tierra buena y fructifica plenamente (Cf. Mt 13, 8). Este fruto nos remite a la
“elocuencia incomparable” con que deben hablar nuestras obras. Es una
elocuencia que no se confunde con el prestigio ni el poder. Es la elocuencia
que surge de la vida animada por el Espíritu y que hace preguntar por el
motivo, la causa, la razón de una vida puesta al servicio de los demás y, en
nuestra sociedad, de los más necesitados, de los preferidos de Dios que en cada
momento histórico tienen rostros concretos que debemos privilegiar.
Basta de muchas
palabras. Basta de justificaciones. Basta de razones y propósitos. La
insistencia en las obras nos sitúa en el corazón de la eficacia de la
evangelización que llevamos entre manos: las obras son las que hablan, las que
nos permiten transparentar lo que somos, las que podrán decir a los
contemporáneos que un actuar así vale la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.