¿Por
qué hablar de “una iglesia pobre y para los pobres”?
Con toda razón algunas personas se preguntan qué significa la
expresión “una iglesia pobre y para los pobres”, tan en boga en el Pontificado
de Francisco. Gente de mucha honestidad personal está inquieta porque no sabe si
al tener los medios para vivir, -con holgura-, están excluidos de pertenecer a
esta iglesia pobre. Con más razón, si se refiere a gente muy rica. Algunos se cuestionan
porque si Dios no excluye a nadie, donde quedan los ricos en una iglesia pobre
y para los pobres. Por esto es bueno ahondar en esa expresión. La riqueza no es
mala y la pobreza no es buena. Pero la riqueza se torna mala cuando es fruto o
produce la injusticia social, cuando “no se distribuye dando a cada uno según
su necesidad”, como lo intentó vivir la primera comunidad cristiana (Hc 2, 45).
También la riqueza puede llevar al consumismo o al apego a los bienes convirtiéndolos
en razón para vivir. En estos casos la riqueza es mala. La pobreza es buena
cuando es libertad del consumismo, cuando es solidaridad con los más pobres o
como consecuencia del compartir de bienes cuando otros pasan necesidad. También
como testimonio de los valores del reino, como explícitamente lo profesan los/as
religiosos/as con el voto de pobreza.
Pero todo esto no se entiende sin mirar al Jesús de los evangelios y
el núcleo de su predicación. Su figura es la de un hombre libre, en un contexto
pobre. Además, Lucas presenta a Jesús iniciando su misión con el texto del
profeta Isaías: “He venido a anunciar la liberación a los pobres, la libertad a
los cautivos, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos” (4, 18). Y
toda la predicación de Jesús continua en la misma línea. Sus parábolas
denuncian la situación de los más pobres y sus obras buscan transformar todo
aquello que afecta a sus contemporáneos. Precisamente porque sus palabras y
obras cuestionan una religión que no se compromete con la vida de los más
pobres, Jesús es perseguido y crucificado por sus opositores -lamentablemente
las instituciones religiosas de su tiempo son las que consiguen esa ejecución- y
solo queda la palabra definitiva de Dios en la resurrección: quien tiene la
razón en el culto que agrada a Dios es Jesús y no los defensores de la ley y el
templo.
La iglesia ha de hacer visible a Jesús y su misión. Pero, históricamente,
las circunstancias la fueron llevando a hacerse poderosa y rica. Ha llegado a tener
un Estado – el Estado Vaticano- y al estilo de cualquier organización humana se
ha llenado de títulos, honores, privilegios. Como institución humana no puede
despojarse de los medios que hacen posible su misión, pero si puede vigilar para
que estén al servicio de esta y no sustituyan la libertad de “los pobres de
Yahvé” -los que ponen la confianza sólo en Dios-. Sus medios no pueden
convertirla en una institución que opaque la sencillez del evangelio o que se
empleen para aumentar su poder o prestigio. Toda ha de ser para garantizar la
vida de la gente, especialmente, de los más pobres, débiles, sufrientes, de cada
tiempo histórico. La iglesia ha de vivir con libertad frente a las cosas de
este mundo y dedicarse a que todos los hijos e hijas de Dios tengan vida digna.
Por lo tanto, querer una “iglesia pobre y para los pobres” es una
llamada a una conversión profunda a lo que la iglesia siempre debe ser y a lo
que sus miembros deben aspirar. Una vida al servicio de los demás donde se
garantice la vida de todos, no solamente de unos pocos. Y ¿los ricos? Pues ayer
y hoy pasa lo mismo: los que llegan a entender a Jesús ponen todo al servicio
del amor y sin duda su riqueza disminuirá porque se comparte con todos los que lo
necesitan. Sin embargo, algunos lo pueden entender, pero irse tristes -como el
joven rico del evangelio (Mc 10, 17-22)- porque, el acaparar para sí, es una
tentación constante. Y, acomodan la fe a sus intereses y no quieren oír el
evangelio. Estos últimos hablan de la “pobreza de espíritu” y de que se puede
ser rico si se tiene esa pobreza espiritual. Todos hemos de tener pobreza
espiritual -esa de los pobres de Yahvé de la que ya hablamos- pero también
nadie puede tener más de lo que necesita sabiendo que tantos otros -hijos e
hijas del mismo Dios- pasan necesidades.
Definitivamente, el evangelio es un mensaje de conversión y, por
supuesto, incomoda, molesta, inquieta. Por tanto, hablar de “una iglesia pobre y
para los pobres” no es un mensaje fácil, pero es un mensaje verdadero. Esta es
la iglesia que habla de Jesús, del evangelio, de la libertad, de la sencillez,
del servicio, del amor. A esto nos llama el momento presente si queremos que la
iglesia sea creíble y diga algo a nuestros contemporáneos. ¡Ojala que esta
conversión eclesial se haga realidad!
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