¿Es posible ser
neutral?
Frente a la situación colombiana -como frente a toda
situación- se hacen diferentes lecturas de la realidad, dependiendo del lado del
que se esté o del ambiente en qué se viva o de las consecuencias positivas o
negativas que se reciban directamente o de la capacidad crítica que se tenga
para ir a las causas de las situaciones y discernir lo mejor posible sobre
ella. Pero en todas las posturas anteriores no hay neutralidad. Hay una postura
determinada.
Por eso es comprensible que en situaciones como la vivida la
semana pasada por el arzobispo de Cali, Mons. Darío Monsalve, se tome una postura
concreta. Es lo que el arzobispo hizo al afirmar que este gobierno está
favoreciendo una “venganza genocida” contra el proceso de paz. Estas palabras
están cargadas de verdad como lo expresaron las muchas voces que lo
respaldaron, voces que merecen todo el respeto porque, en su mayoría, son las
víctimas directas del conflicto y las que están acompañando estos procesos y
sufren en carne propia las dificultades que ha puesto el actual gobierno.
Además, son los que sienten cercanamente las dolorosas cifras que se pueden
reportar desde la firma del Acuerdo de Paz: 460 líderes sociales y defensores
de Derechos Humanos, 216 excombatientes y firmantes del Acuerdo de Paz, 167 líderes
indígenas, asesinados durante este gobierno.
Conocemos también la rápida postura del nuncio, Luis Mariano
Montemayor, precisando que dicha calificación de la gestión gubernamental no la
compartía la Santa Sede y que el término “genocidio” tenía un significado preciso
en el Derecho Internacional y no debía ser usado a la ligera. También la
Conferencia Episcopal Colombiana expresó que las palabras del arzobispo eran a
título personal, no de la Conferencia. Es decir, las dos instancias eclesiales también
tomaron postura. No fueron neutrales. Se pusieron del lado del gobierno.
Por supuesto, como dije al inicio, siempre respondemos a
nuestras propias visiones de la realidad y es legítimo. Pero, por lo menos,
algo es claro: es imposible ser neutral. Sin embargo, a muchos clérigos y
cristianos les parece que ser neutral es aliarse con el “poder establecido”.
Así lo expresaron en numerosos comentarios en las redes sociales, rechazando los
pronunciamientos del arzobispo y apoyando los de las otras instancias
eclesiales, abogando que la iglesia tenía que ser neutral y no podría hacer
declaraciones como las del arzobispo. Una vez más afirmo: eso no es ser
neutral. Es ponerse de un lado concreto porque, en realidad, nunca se es
neutral, siempre se está de algún lado y, lo mejor que podemos hacer, es discernir
bien, de que lado queremos estar.
Y en mi discernimiento, yo apoyo al arzobispo y tengo varias
razones para hacerlo. Creo que este gobierno desde antes de ganar las
elecciones ya mostró su recelo y su deseo de “modificar” los Acuerdos de Paz. Y
muchos de sus proyectos han ido por ahí. Las voces populares que le dieron respaldo
al arzobispo para mi son voces muy importantes porque son las que están jugándose
la vida en esa realidad. Ellas son el sentir del “pueblo de Dios” a quien hay
que escuchar, en primera instancia, no porque sean creyentes -ni sé que tanto lo
son- sino porque están empeñados en reconstruir el país desde abajo, desde las
víctimas, desde los pobres.
Sobre el término genocidio es verdad que en la Convención internacional de
las Naciones unidas (9 de diciembre 1945) se entiende por genocidio “el
asesinato de los miembros de un grupo”, y esto se repite en el Estatuto de Roma
(1998), pero no es menos cierto que – como sucede en la academia – el término
se ha seguido pensando, debatiendo, y aplicando a diferentes momentos
históricos de la humanidad, y – lamentablemente – negado en otros, según el
“color político” del que lo pronuncia (¿cuántos todavía hoy continúan negando
el genocidio Armenio? el gobierno colombiano, por ejemplo, aún no lo ha
reconocido). Numerosos sociólogos, juristas y religiosos de diferentes partes
del mundo han visto razonable y justo ampliar el sentido del término en
nuestros días, y se ha aplicado, por ejemplo, a las dictaduras cívico-militares
(algunas veces, con bendición eclesiástica) de América Latina, o al
neoliberalismo. Por lo tanto, es complejo afirmar que el término no se puede
usar.
Pero sobre todo lo que me anima a tener esta visión sobre la
realidad del país es el Jesús en el que creo. En su vida histórica, Jesús no
fue neutral (porque no se puede serlo) y explícitamente se puso siempre del
lado de los últimos de su tiempo. Su predicación denunciaba lo que el “orden
religioso establecido” producía en las personas y sus milagros alteraban ese
orden. Curó en sábado, no solo para devolverle la salud al enfermo sino para
decirle con hechos, a los guardianes de la ley, que el ser humano está por
encima de la ley. Su predicación le hizo ganarse la cruz y, bien sabemos que,
la resurrección de Jesús fue el “Sí “de Dios a la vida de Jesús con las
opciones que tomó.
Sin duda hay que reconocer los aspectos positivos de cualquier
orden establecido, pero si algo ha de darnos el seguimiento del crucificado es
la palabra profética que mira el mundo desde las víctimas y denuncia todo lo
que les afecta, sin temor a perder privilegios. La libertad evangélica es difícil
pero posible y, en este caso, Mons. Monsalve ha sido capaz de vivirla.
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