María Magdalena y
el protagonismo de las mujeres
El año pasado comentando en clase que el Papa Francisco en
2016 había elevado la memoria de María Magdalena a la solemnidad de “Fiesta”
porque ella fue Apóstola (así la llamó Santo Tomás) igual que los demás
apóstoles; una estudiante, muy emocionada por conocer la verdadera historia de
María Magdalena, dijo que lo iba a contar en su comunidad para que al otro día
celebraran esa fiesta con la solemnidad que merecía. A la siguiente clase le
pregunté cómo le había ido con la celebración y me dijo, con gran pesar, que en
su comunidad no habían estado de acuerdo porque, a fin de cuentas, ella había
sido una pecadora arrepentida y no podía estar a la altura de los apóstoles. De
nada sirvió que la religiosa les explicará la comprensión actual sobre su
figura; fue más fuerte la tradición recibida y sus hermanas religiosas no
estaban dispuestas a cambiarla.
Y no es de extrañar porque durante siglos se invisibilizó su
papel y su protagonismo en el cristianismo de los orígenes y se divulgó una
imagen que no tenía nada que ver con la realidad. Se le confundió con la
pecadora pública que entró a casa de Simón y ungió los pies de Jesús y con
María la hermana de Marta y Lázaro. El arte cristiano, la liturgia y la predicación
se han encargado de mantener esa imagen de María Magdalena y han dejado en la
sombra el hecho de haber sido la primera testiga de la resurrección y a quien
primero se le confió anunciar esa Buena Noticia. Es decir, fue ella la primera evangelizadora
y la que anunció a los otros apóstoles que Jesús había resucitado.
Mons. Roche, secretario de la Congregación para el culto
divino, explicando el sentido del decreto cuando fue publicado en 2016, dijo
que la iglesia estaba llamada a reflexionar profundamente sobre la dignidad de
la mujer y por eso consideraba que el ejemplo de Santa María Magdalena debía
ser presentado a los fieles de un modo más adecuado. Más aún, que era justo que
la celebración litúrgica tuviera el mismo grado de festividad que se daba a la
celebración de los apóstoles en el calendario romano general y que se resaltara
la misión especial de María Magdalena, como ejemplo y modelo para todas las
mujeres de la Iglesia.
En verdad, es urgente que se presente a los fieles no solo “de
un modo más adecuado” sino de la manera como siempre debió ser -y que lo
confirman los datos de la hermenéutica feminista-, el papel de las mujeres en
el cristianismo primitivo y, por ende, el lugar que hoy deberían ocupar en la
iglesia. Más aún, es cuestión de justicia, como lo dijo el arzobispo, porque no
es un capricho, un intento de introducir en la iglesia los avances sociales
respecto a los derechos de las mujeres, sino una característica esencial del
movimiento de Jesús: la inclusión de mujeres y varones en condiciones de
igualdad.
Los estudios actuales han avanzado mucho en comprender cómo
se fue quitando el protagonismo a las mujeres -bien por acomodarse a la
sociedad de entonces y evitar problemas, bien por cuestiones de poder que
siempre han estado presentes-, pero la dificultad es que los resultados de esos
estudios entren en la conciencia cristiana y se renueve nuestra manera de ser
iglesia. Los clérigos podrían estar mucho más actualizados porque la
bibliografía es abundante y eso ayudaría a que el laicado recibiera una
predicación más viva, más profética, más empeñada en recuperar los orígenes
cristianos para sacudir el lastre del tiempo y mantener la vitalidad de los
orígenes. También el laicado -que ahora ya tiene más acceso a estudios
teológicos- podría apropiarse más de esta riqueza que aporta la teología
actual, frente a tantas realidades eclesiales y así promover los cambios que se
precisan. Pero siempre hay que preguntarse qué teología se enseña porque abundan
los centros de estudios teológicos o catequísticos que parece no han sido
permeados por el Vaticano II y solo eso explica que todavía tanto pueblo de
Dios -clérigos y laicos- se escandalicen por los comentarios que se hacen y que
ya son patrimonio de la teología actual.
Esperemos que este 22 de julio, la solemnidad de María
Magdalena sea ocasión para afirmar y reconocer su participación y protagonismo
en el movimiento de Jesús. Ella que acompañó a Jesús “desde Galilea hasta
Jerusalén” (Mc 15, 40-41) y fue apóstol igual que los apóstoles, nos convoque a
todo el laicado pero, principalmente a las mujeres, a un apostolado activo y a
una palabra “pública”, sin miedo a que nuestra palabra sea vista con recelo,
como fue la de ella y la de las otras mujeres que la acompañaban (Juana y María
la de Santiago) cuando anunciaron a los apóstoles y a todos los demás que Jesús
había resucitado. Según dice el evangelista, a los que las escuchaban “todas
esas palabras les parecían como desatinos y no les creían” (Lc 24,11).
Seguir mirando a la iglesia de los orígenes para estar más a
tono con ella, es prueba de fidelidad al querer de Jesús y de docilidad al Espíritu
que no deja de “soplar donde quiere y como quiere” (Jn 3,8) para que a la
iglesia entren esos aires nuevos que tanto se necesitan para que mantenga su
significatividad en estos tiempos que vivimos.
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