lunes, 21 de septiembre de 2020

 

¿Cómo ilumina la Palabra de Dios nuestro presente?

 

El mes de septiembre se conoce como el mes de la Biblia, especialmente, porque el 30 de septiembre se celebra a San Jerónimo quien tradujo la Biblia al latín, edición conocida como “la Vulgata” (esta palabra significa edición para el pueblo). Con Vaticano II y, concretamente, con la constitución Dei Verbum, se volvió a remarcar la centralidad de la palabra de Dios para la vida cristiana y se invitó a apropiársela realmente.

Las iglesias cristianas (no católicas) han logrado que la Biblia ocupe el centro de la vida creyente y sus cultos giran alrededor de la palabra. Sin embargo, algunos de estos grupos, tienen como desafío asumir la “interpretación” de la Biblia para no caer en una visión “literalista” o “fundamentalista” que hace imposible el diálogo con ellos. Interpretar la Biblia quiere decir preguntarse qué quiso decir el autor sagrado, cómo era su contexto para usar esos ejemplos, qué géneros literarios utilizó, cuál sería el propósito de esas afirmaciones, etc. Es decir, los estudios bíblicos son una mediación indispensable para no hacerle decir a la Palabra de Dios lo que no dice y para que esa palabra divina tenga sentido y vigencia para este presente.

En lo que respecta a los católicos, la Palabra de Dios es muy importante y se reconoce la necesidad de acudir a ella. Pero, por una parte, también se da, algunas veces, esa postura fundamentalista que señalamos antes y, por otra, aún no llega a ser, en muchos casos, una referencia fundamental para la vida de fe. Aunque en la celebración eucarística la “Liturgia de la Palabra” ocupa toda la primera parte, pocos pueden, al terminar la liturgia, recordar qué decían las lecturas. Y si a eso añadimos que a veces la predicación de los presbíteros no se centra en la palabra de Dios, sino que se alarga interminablemente tratando otros temas, es comprensible que la Sagrada Escritura no llegue a ser tan conocida ni ocupe un lugar central en la vida de muchos católicos. Sobre este aspecto de la predicación dominical, el Papa Francisco dedica en la Exhortación Evangelii Gaudium un largo apartado a la homilía y a su preparación (n.135-159) afirmando que esta no acaba de responder a lo que debería ser y, de hecho, el pueblo de Dios lo resiente (n.135). Señala que, a veces, el predicador se alarga tanto que el que brilla es el predicador y no el misterio de fe que se celebra (n.138). También dice que no se sabe escuchar la fe del pueblo para saber lo que se tiene que decir y cómo decirlo (n.139) o se queda en una actitud moralista o adoctrinadora lo cual no es el objetivo de ese momento (n.142). Pero, lo más importante -y que se refiere a la reflexión que estamos haciendo-, la homilía ha de centrarse en el texto bíblico buscando entenderlo bien para no manipular la Biblia (n.146) porque por más que nos parezca entender las palabras que están traducidas a nuestra lengua, eso no significa que comprendamos correctamente lo que quería expresar el escritor sagrado (n.147). En definitiva, Francisco señala la necesidad de un acercamiento serio a la Palabra de Dios realizando una interpretación correcta y dejándose tocar existencialmente por ella para anunciarla desde la propia experiencia (n.150).

Queda, por tanto, para todos los cristianos el desafío de disponerse mucho más a escuchar la Palabra de Dios, entenderla seriamente y dejar que esa palabra transforme la propia vida y el mundo en que vivimos. Ese debería ser el fruto de este mes en que la conmemoramos especialmente.

Pero ¿Qué nos puede decir la Palabra de Dios para este tiempo marcado por una pandemia que no ha discriminado ni países, ni estrato social, ni cultura, ni edad, ni religión y ha afectado globalmente toda nuestra realidad? Las consecuencias de sufrimiento y muerte han tocado, prácticamente todos los lugares de la tierra, con algunos más vulnerables: los ancianos por su edad, los que sufren otras enfermedades por su condición física y, la mayoría de pobres porque no cuentan con los medios básicos para protegerse y cuidar efectivamente de su vida.

¿Qué dice la Palabra de Dios a nuestra realidad presente? No podemos encontrar en ella referencias al covid-19 porque este virus no existía en ese tiempo como tampoco existían muchas otras realidades que son de este presente y que los autores bíblicos ni imaginaban que existirían. Pero quienes creen que allí están todas las respuestas ofrecen algunas soluciones bien extrañas a esta realidad del virus, como proponer ciertos tipos de exorcismos o rituales o curas milagrosas que nada tienen que ver con el texto bíblico.

Pero esto no quiere decir que la Biblia no ilumine nuestro presente. Por supuesto que sí, pero haciéndole la pregunta adecuada: ¿cómo entendió el pueblo de Dios y la primera comunidad cristiana la presencia de Dios en su historia? Y desde esa perspectiva preguntar ¿cómo podemos entender la nuestra y de qué manera Dios está presente en ella? Las respuestas surgirán de muchos modos según el texto que leamos, pero seguramente encontremos una actitud fundamental: Dios camina a nuestro lado, sosteniéndonos frente a toda circunstancia. Y no deja de invitarnos -como lo dice el texto bíblico- a superar esta situación con toda la fe, la esperanza y el amor que el Señor mismo pone en nuestros corazones. La vida cristiana iluminada y sostenida por la Palabra de Dios encuentra las fuerzas para estar ahí -en primera fila- atendiendo las necesidades inminentes, buscando soluciones científicas y humanas a este problema y proyectando un futuro más preparado para lo que siga aconteciendo. Una vida comprometida con cada presente histórico, da testimonio de la palabra “que desciende como la lluvia y no vuelve allá sin que empape la tierra, la fecunde y la haga germinar” (Is 55, 10).

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