EN TIEMPOS DE POSCUARENTENA
¿QUÉ HEMOS APRENDIDO DE LA PANDEMIA?
Las cuarentenas van terminando, aunque la pandemia continúe con alzas y bajas, aislamientos selectivos y medidas de bioseguridad. Comienza a haber distancia suficiente para hacer balances y sacar conclusiones, aunque siempre limitadas y parciales, vistas desde el propio lugar, sin pretensión de generalizarlas.
A nivel personal, la pandemia nos confrontó con la limitación
y la vulnerabilidad humana. Comprobamos que no estamos exentos de ser afectados
por circunstancias que ni imaginábamos y solo queda la opción de protegernos y
asumir el dolor por las pérdidas de vidas que se han dado. Pero también estamos
viendo cómo, a quienes no les ha afectado directamente, siguen como si no
pasara nada, sin poner todas las medidas adecuadas para protegerse y proteger a
los demás, inmersos en el día a día, sin mayor reflexión sobre la realidad que
se vive. Parece que la superficialidad es parte también de nuestra humanidad y
mucha gente vive en esa esfera. Con tal de que no les afecte directamente, no
interesa lo que pase en el resto del mundo.
A nivel social es muy ambigua la reflexión que se hace. Ante
las pérdidas económicas que han sufrido muchas personas, lo lógico es el rechazo
a las cuarentenas porque, efectivamente, muchos se han visto afectados. Los más
pobres no han recibido las ayudas ofrecidas por el gobierno y algunos sectores
de la clase media la están pasando mal porque ni clasifican para dichas ayudas,
ni pueden pedirlas abiertamente por eso “del qué dirán” -que condiciona tanto y
que hace que la gente sufra en silencio-. Esto lleva a que ahora se diga que la
cuarentena produjo la recesión económica -cosa que es verdad- pero no se
complete la afirmación de que, sin cuarentenas, los muertos hubieran sido muchísimos
más. Además, no siempre se sacan otras consecuencias que son importantes. La
pandemia reveló, una vez más, la cantidad de gente que vive en pobreza y la informalidad
del empleo que viven la mayoría.
A nivel educativo se constató la cantidad de niños que no
tienen ni conexión a internet ni los medios tecnológicos para seguir sus
clases. Con el mismo celular -si es que la familia tiene- se conectan todos en
casa para trabajar y estudiar. Pero el problema no es la deficiencia de educación
que genera la virtualidad sino la falta de los medios adecuados para que esta
pueda ser de calidad.
Y podríamos seguir nombrando todas las consecuencias que ha
traído la cuarentena -especialmente a nivel económico- y que nos deberían llevar
a pensar cómo construir un sistema económico que garantice la vida digna para todos
en pandemia y sin ella y no contentarnos con volver a hacer lo mismo de antes, sin
aprender de lo vivido. Se escucha que, gracias al levantamiento de la
cuarentena, se reactiva la economía, pero cabe preguntarse ¿cuál economía? ¿la
misma que traíamos? Pareciera que sí.
Se constata, por tanto, que no se aprende fácilmente de las
dificultades, sino que muchas personas solo esperan que estás pasen para volver
a lo mismo. No olvidemos el bien que le ha hecho a la creación este parón que se
ha dado a nivel global pero que ya va a quedar en un recuerdo lejano que no alcanzó
a despertarnos frente al daño ambiental causado por el ritmo de vida y de
economía que llevamos.
A nivel religioso parece que tampoco se ha aprendido
demasiado. Algunos inclusive han tomado la cuarentena como posturas del
gobierno contra la iglesia, lo cual es absurdo, en este caso concreto. Y actualmente
algunos proclaman que “se reabren los templos” y el “derecho que tenemos de
volver a ellos”, como si alguien con mala intención lo hubiera impedido. Me
parece que se perdió, una vez más, la oportunidad de repensar nuestra fe y
volver a lo esencial.
Creo que la iglesia tendría que ser la primera en defender
la vida -como tanto lo proclama- pero también la vida en tiempos de pandemia.
Por supuesto hubo sectores que lo hicieron, pero también hubo muchos que, desde
una fe muy desorientada, invitaban a rezar para que Dios nos liberara de la
pandemia o a hacer rituales y negarse a la cuarentena, creyendo que, por mucho
rezar, Dios acabaría con el virus. Parecen creer que Dios mando el virus.
Extraña fe que todavía se basa en un Dios que envía pruebas y castigos.
Además, en algunos ambientes eclesiales, se perdió la
oportunidad de reflexionar sobre la iglesia doméstica -que no es solo rezar
juntos-, sino vivir juntos las veinticuatro horas del día, en paz y armonía. Y
vivir el significado de lo que es ser iglesia -una comunidad de personas reunidas
en nombre de Jesús- mucho más profundo que el espacio físico llámese templo,
iglesia, oratorio, capilla, etc., por bonitos y significativos que sean. La
cuarentena podría haber sido un tiempo privilegiado para una vivencia profunda
del ser iglesia que vive una misión más allá de lo litúrgico: una iglesia en
salida que se compromete con el devenir humano, desde la solidaridad, la
misericordia, la esperanza. Por supuesto, muchos creyentes han vivido muy bien
su fe en este sentido, pero no queda claro, ahora que parece que volvemos a la “normalidad”
si se creció en la experiencia de fe vivida en tiempos de pandemia.
Para algunos clérigos, abrir los templos es recuperar la “estabilidad
económica” que se perdió por la falta de fieles -aunque esto no se diga abiertamente-
y para algunos laicos es volver a esa fe que se aferra a lo externo y a la
seguridad que dan los espacios mal llamados (después de Vaticano II) “sagrados”
y no arriesgarse a vivir la fe que se compromete con los demás sin límite, ni
medida, porque no hay mejor lugar para encontrar a Dios que el otro con el que
Jesús se identifica totalmente: “aquello que hiciste con uno de esos, a mí me
lo hiciste” (Mt 25, 40).
Tal vez exagero un poco. Tal vez no. Los frutos de nuestra
vida cristiana lo dirán. Veremos si la poscuarentena nos hizo más humanos, más
comprometidos con la vida, más preocupados por la justicia social, más
empeñados en formar comunidades vivas -templos vivos-, en los que todos reconozcan
al Dios de la vida, presente en tiempos de pandemia, de cuarentena, de poscuarentena
y, ojalá pronto, de pospandemia.
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