¿El evangelio es
también para los ricos?
No falta conferencia, conversatorio, clase o reunión en los que al decir frases como “los primeros destinatarios del evangelio son los pobres” o “el Reino de Dios es buena noticia para los pobres” o “los preferidos de Dios son los pobres”, etc., alguna persona pregunte si acaso el evangelio no es para todos, si no se está discriminando a los ricos, o si cuando Jesús habló de pobreza no se refería a la pobreza espiritual. Aunque se den respuestas aclaratorias, una y otra vez, no falta el que sigue preguntando o mejor, haciendo una especie de “defensa” de los ricos.
Intentemos, una vez más, sugerir algunas reflexiones para
buscar una respuesta. Por supuesto que el amor de Dios es para todos y de eso
no deberíamos dudar ni por un instante. Pero lo que hay que ver es si tenemos
la claridad suficiente sobre el Dios anunciado por Jesús, sobre el reinado de
Dios que se hace presente con Él, sobre las consecuencias que este reino trae.
Y aquí es tal vez donde se deja ver qué algo no se ha comprendido
suficientemente.
Lucas 4, 16-21 se considera un texto programático de la
misión de Jesús: “Vino a Nazaret, donde se había criado, entró, según su
costumbre, en la sinagoga el sábado y se levantó para hacer la lectura. Le
entregaron el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y halló el pasaje donde
estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para
anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a
los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y
proclamar un año de gracia del Señor’. Enrolló el volumen, lo devolvió al
ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él.
Comenzó, pues a decirles: ‘Esta escritura que acaban de oír se ha cumplido hoy’”.
Este texto condensa la actividad de Jesús: anunciar a los pobres la liberación y hacerla
efectiva a través de sus palabras (parábolas), gestos (estar con los marginados
de su tiempo e incluso sentarse a comer con ellos) y obras (milagros). Y por
esa manera de obrar, se gana la enemistad de los poderosos de su tiempo y ya
sabemos que consiguen asesinarlo con el castigo más duro de aquella época: la
crucifixión.
Lo que acabo de decir de manera tan resumida, tiene muchos
desarrollos que cualquier estudioso de teología los conoce. Pero algo pasa en
la catequesis ya que, en la práctica, muchos cristianos parecen desconocer esto
tan fundamental y, por el contrario, limitan su fe a rezar (y entre más recen,
se creen más cristianos), a asistir más asiduamente a los sacramentos y a hacer
algunas obras de caridad. Pero lo que se dice de los pobres, a veces, creen que
no tiene nada que ver con el evangelio y, lo que es peor, llegan a tildarlo de socialismo,
comunismo, lucha de clases, etc.
¿Por qué es tan difícil entender la centralidad que Jesús le
da a los pobres si Él mismo se hizo pobre, vivió entre los pobres, les anunció
la Buena Noticia del reino y llamó de entre ellos a sus discípulos? La
liberación que Jesús ofrece abarca todas las dimensiones de la existencia
humana, es decir, quiere que todos tengan “tierra, techo y trabajo” -como dice
el Papa Francisco-, lo que constituye el mínimo vital para una vida digna.
El evangelio es para todos y se anuncia a todos. Pero
¿quiénes pueden entenderlo? Normalmente los pobres, tan carentes de todo, viven
con esa gratuidad a flor de piel y comparten hasta lo que no tienen. En ellos
se cumple aquello “del pan nuestro de cada día”. Pero, lamentablemente, muchos
pobres no tienen la formación ni la fuerza para exigir sus derechos, para denunciar
los atropellos que sufren, para entender que Dios no quiere eso para ellos y
que Él es el primero que se pone de su lado para buscar la transformación de
sus situaciones. Ahora bien, muchos pobres luchan por sus derechos y no se
cansan de hacerlo, a través de organizaciones sociales -pocos desde la fe
porque no siempre encuentran apoyo en las iglesias-, precisamente, por lo dicho
anteriormente. Pero, con mucho esfuerzo, los pobres de la tierra van
conquistando derechos. Y esto es lo que Dios quiere para ellos.
Mientras tanto, muchos cristianos que no entienden esta
prioridad de Dios para con sus hijos e hijas más necesitadas, se “molestan” de
que se hable de los pobres y de su absoluta prioridad. Seguro les pasa lo del
joven rico que le pregunta a Jesús cómo ganar la vida eterna y al oír la respuesta
“vende lo que tienes y dáselo a los pobres”, “se marchó entristecido porque
tenía muchos bienes” (Mt 19, 16-22). Dios no excluye a nadie, pero los que no
entran por el camino de la solidaridad se excluyen a sí mismos.
El problema no es la riqueza, ni la pobreza en sí. La
riqueza es buena cuando se reparte y beneficia a todos. Si esto no es así,
comienza a ser injusta. Así sea, la que cada uno gana con su trabajo honesto
porque todos los bienes han de tener un destino común, como bien lo entendió la
primera comunidad cristiana: “vendían sus posesiones y sus bienes, y lo
repartían entre todos, según la necesidad de cada uno” (Hc 2, 45). La pobreza
es mala cuando supone privación y necesidad humana, pero es buena cuando se
asume voluntariamente en aras de la solidaridad, de la libertad de lo superfluo,
de hacer efectivo el destino universal de los bienes.
Pretender seguir a Jesús sin asumir la causa de los pobres
es no haber comprendido su mensaje. No querer que nos hablen de los pobres es
ignorancia. Estar abiertos a desinstalarnos, a valorar las personas antes que a
las cosas, a cambiar estilos de vida, a comprometernos con la justicia social
es signo de estar entendiendo el camino trazado por Jesús y, seguramente, la
posibilidad de seguirle verdaderamente.
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