La vida en Colombia
vale muy poco
Es muy triste tener que presentar, una y otra vez, la
realidad dolorosa que vive Colombia. No acabamos de levantarnos de las masacres
que han ocurrido en los últimos días y nos toca afrontar un abuso de la fuerza
policial en la ciudad de Bogotá, con un saldo de 13 muertos y más de 175 heridos,
unos con arma de fuego por disparos indiscriminados de la fuerza pública.
También resultaron heridos unos 170 policías. Lo grave es que no fue un abuso
puntual o un error involuntario de la policía, sino que revela una estructura institucional
que no defiende los derechos humanos por encima de cualquier realidad. Y este
punto es muy importante entenderlo: las instituciones policiales y militares
han de defender la vida de los ciudadanos, independiente si estos cometen
errores o si provocan actos vandálicos -como lo hicieron algunos aprovechando
el caos y el desorden- porque es deber del Estado defender a sus ciudadanos y
no seguir la lógica de los violentos -que siempre existen en toda sociedad-.
El conflicto armado que Colombia ha vivido por más de 50
años -y que aún no cesa por la resistencia a apoyar los procesos de paz (inclusive
por parte de personas creyentes, lo cual resulta incomprensible)- nos ha
llevado a vivir en un país donde el ejercicio de la fuerza se ha vuelto normal
y la policía ha dejado su papel civil y se ha convertido en poder militar (de
hecho, depende del ministerio de Defensa). Además, nuestras ciudades y
carreteras están bastante militarizadas, añadiendo que muchos de los edificios
y condominios cuentan con seguridad armada, para evitar los asaltos y la
violencia social.
Pero en medio de este caos, hay muchas esperanzas que nos
sostienen, entre ellas, que quienes rechazan toda esta situación, son en su
mayoría jóvenes que crecen en conciencia social y en la lectura de la realidad,
libre de prejuicios e ideologías, y con estas palabras no me refiero a las
corrientes de izquierda que parece son las que tachan siempre de ideología, porque
en el caso Colombiano, las ideologías están casi más del lado de las corrientes
de derecha, con sus mentiras sistemáticas y con unos medios de comunicación que
los apoyan, modelando mentalidades y afectos de gran parte de la población. Para
poner un ejemplo, los medios de comunicación se complacen en presentarnos una y
otra vez los “desmanes de los vándalos” pero presentan de manera muy rápida y
casi invisible, las acciones de los jóvenes que protestan legítimamente y
exponen con claridad sus posturas y sus reivindicaciones.
Ahora bien, una y otra vez hay que preguntarse cómo salir de
esta situacion que crece y no parece encontrar salidas. No hay respuestas
fáciles y se necesita seguir buscándolas. Pero quiero referirme a la urgencia
-ya bastante conocida- de que mientras no haya justicia social no puede cesar
la violencia y la inseguridad que golpe tan fuertemente a los países,
especialmente, los azotados por tanta pobreza. Mientras las personas no tengan
las necesidades básicas cubiertas, ¿cómo pueden dejar de robar, asaltar, matar
y dedicarse a cualquier tipo de violencia callejera? si los jóvenes no tienen
estudio gratis y de calidad, ¿cómo pueden soñar con un futuro distinto? Por
supuesto hay excepciones y hay personas que, con pocas oportunidades, salen
adelante y otras que, brindándoselas, no las aprovechan. Mientras seamos
humanos existirá esa realidad. Pero la vida sería muy distinta si la redistribución
de ingresos llegara a la mayoría y pudieran mejorar sus condiciones de vida. “La
paz es fruto de la justicia” no es un lema más sino una realidad que hemos de
poner en práctica.
También se habla mucho de la “educación” como un medio para transformar
la realidad porque así las nuevas generaciones pueden construir un país
distinto. A esta medición le ha apostado la iglesia desde siglos atrás y no
cabe duda de los resultados positivos que se han obtenido. Ahora bien, no parecen
suficientes porque muchas generaciones han pasado por colegios cristianos y,
sin embargo, ni la justicia, ni otros valores morales parecen crecer en la sociedad.
Incluso a veces da vergüenza que algunas personalidades hayan sido formadas en
un colegio confesional porque sus acciones no parecen ser coherentes con lo que
allí se supone se enseña.
Por eso es tan urgente pensar qué educación y con qué
orientación. En algunas instancias se habla de “proyecto socioeducativo” y me
parece que es un término supremamente iluminador. Si la educación no involucra
la realidad social y no se trabaja por una conciencia crítica, reflexiva,
formada sobre lo que acontece en la sociedad, será una educación de contenidos
y de acumulación de conocimiento, pero no de construcción del mundo en el que
vivimos. Ya Paulo Freire habló de la pedagogía crítica que analizaba la sociedad
y buscaba tomar postura frente a ella. Creo que dicha educación dio sus frutos,
pero como toda perspectiva va siendo enriquecida e incluso sustituida por otras
expresiones para responder al devenir histórico. Pero cada teoría deja también elementos
a los que no se puede renunciar y creo que esa articulación entre educación y sociedad
es irrenunciable y habría que tomársela mucho más en serio.
En Colombia como en tantos otros países, la vida vale muy
poco. Se hace evidente cuando ocurren hechos absurdos que conmueven la sociedad,
pero estos hechos son solo la punta de iceberg de problemas más hondos: la vida
vale realmente cuando se cuida y se le garantiza la posibilidad de existir con
los medios necesarios. Mientras la justicia social no se implante en nuestras sociedades
no cesará la violencia y la inseguridad así aumente el pie de fuerza o se impongan
medidas represivas que impidan que la población exija sus derechos. Y, una fe
que no vela porque esto se haga posible, más vale que no se profese porque desdice
del Dios de la vida, aquel que oye la voz del oprimido y sale a socorrerlo (Ex
3, 7-15).
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