Fratelli Tutti:
una propuesta para pensar el mundo desde los pobres
Después de leer esta encíclica
social del papa Francisco, algo extensa (8 capítulos y 287 numerales), me ha surgido
abordarla a partir del título que le he dado, título que me lleva a pensar que
tal vez muchos creyentes repetirán la actitud del sacerdote y del levita -de la
parábola del buen samaritano- (texto que ocupa el segundo capítulo de la
encíclica) y pocos tendrán la misma actitud del buen samaritano con los
heridos, asaltados, vulnerados, explotados, marginados de nuestro mundo actual:
“sentir compasión, vendar las heridas, echar en ellas aceite y vino, montar al
herido en su propia cabalgadura y llevarlo a una posada para cuidarlo. Después,
pagarle al posadero para que lo siga cuidando, asegurándole que, si gasta más
dinero, él lo pagará a su regreso” (Lc 10, 25-37). Efectivamente, ser buen
samaritano es asumir “una vida con sabor a evangelio” (n.1)[1]
y esto sigue siendo un ideal loable pero un fracaso práctico. Si tantos
cristianos que somos, viviéramos el evangelio, ni nuestro mundo tendría tanta
injusticia, ni la dignidad humana de millones de seres humanos sería pisoteada,
continuamente, de tantas formas.
La encíclica comienza presentando
la realidad que vivimos, definiéndola como: “Las sombras de un mundo cerrado”. El
papa señala los “sueños rotos” de una Europa unida y una integración
latinoamericana (n. 10) y la negatividad que suponen los nacionalismos crecientes
(n.11). También, la prevalencia de la economía y las finanzas como modelo
cultural único, en el que los intereses individuales llevan la primacía por
encima de la dimensión comunitaria (n.12), la colonización cultural que priva a
los pueblos de su historia, de su identidad (n.14), la polarización que no
permite el diálogo (n.15) ni el trabajo por la casa común (n. 17). Algo muy
acuciante es el “descarte mundial” con políticas que buscan el crecimiento
económico, pero no el desarrollo humano integral (n.18-21).
Un pensamiento transversal a toda
la encíclica es el no respeto a la dignidad humana que tiene toda persona -sin
importar su sexo, condición socioeconómica, etnia, religión, ideología
política, y mejor aún, su bondad o su maldad -por eso afirma un “no” rotundo a
la pena de muerte-, porque “ni siquiera el homicida pierde su dignidad
personal” (n.263-270). Por esa falta de respeto a la dignidad humana, “los
derechos humanos” no son iguales para todos (n. 22), las mujeres siguen siendo
excluidas, maltratadas y sometidas a muchas clases de violencia (n.23), se
viven diversas formas de esclavitudes (n. 24), guerras y persecuciones por
motivos raciales o religiosos (n.25), obsesión por el propio bienestar, avances
en tecnología, pero no en la inclusión (n.31). La economía procura reducir
costos humanos, asegurando que el mercado es la solución -teoría que nunca ha
mostrado su eficacia (n.33). Fenómenos como las migraciones exigen la respuesta
global por parte de todos los países de “acoger, proteger, promover e integrar”
(n.129). Y los medios de comunicación, con todas las bondades que encierran,
tienen el peligro de crear movimientos de odio, de agresividad (n.43-44) o de
enmascarar la verdad, creyendo que esta depende de la cantidad de información y
no de la fidelidad a los hechos (n. 208). Frente a este mundo de sombras, Dios
sigue derramando en la humanidad semillas de bien y la esperanza es una actitud
fundamental arraigada en lo profundo del ser humano que no deja de creer en un
futuro mejor (n.54-55).
Por todo lo anterior, el papa
propone la amistad social y la fraternidad universal pero no como simples
actitudes personales -las cuales son necesarias e indispensables- sino como
actitudes políticas y estructurales para transformar nuestro mundo. El derecho
a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente no puede ser negado en
ningún país (n.107). “Mientras nuestro sistema económico y social produzca una
sola víctima y haya una sola persona descartada, no habrá una fiesta de
fraternidad universal” (n.110). La solidaridad es servicio y cuidado a los más débiles
(n.115). Es pensar en términos de comunidad, afirmando la prioridad de la vida
de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. Es luchar
contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de
trabajo, de tierra, de vivienda, de negación de derechos sociales y laborales.
Es enfrentar los destructores efectos del imperio del dinero. Pero todo esto no
se hace mágicamente. Se necesita la organización social y, concretamente, los
movimientos populares (n.116) para exigir tierra, techo y trabajo para todos,
verdadero camino hacia la paz (n.127)
Ante tantas demandas actuales,
Francisco recuerda la función social de la propiedad: La tradición cristiana
nunca reconoció como absoluto e intocable el derecho a la propiedad privada.
Este es un derecho natural secundario y derivado del principio del destino
universal de los bienes. En las sociedades actuales, este orden es invertido
frecuentemente (n.118-120). El derecho de algunos a la libertad de empresa o de
mercado no puede estar por encima del derecho de los pueblos, ni de la dignidad
de los pobres, ni del respeto al medio ambiente. La apropiación de algo solo
debe ser para administrarlo pensando en el bien de todos (n.122).
La amistad social solo es posible
desde una política puesta al servicio del bien común (n.154). En este sentido
es muy importante entender la propuesta del papa porque, en momentos políticos
tan convulsionados como los que vivimos en América Latina, se puede tergiversar
fácilmente su pensamiento. Denuncia las “formas populistas” y las “formas
liberales” que utilizan demagógicamente al pueblo (n.155) pero defiende la
legitimidad de la noción de pueblo y denuncia los intentos de eliminar esta palabra
del lenguaje. La democracia es el gobierno del pueblo, es la capacidad de tener
un sueño colectivo. Por eso si los términos “pueblo” y “popular” no se
incluyen, se estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social
(n.157), Ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad común (n.158).
La política ha de promover el bien del pueblo, logrando un verdadero desarrollo
económico (n.161-162).
Las visiones liberales rechazan
la categoría pueblo porque tienen una visión individualista y acusan de
populistas a los que defienden los derechos de los más débiles (n.163). Estas
visiones liberales, impregnadas de neoliberalismo, pretenden que el mercado
resuelva todo. La pandemia ha evidenciado la falacia de la libertad del mercado
y la dictadura de las finanzas (n.168). Muchas visiones economicistas no dejan
lugar a los movimientos populares, ni consideran que la política debe
incorporar a los pobres como sujetos, sin embargo, sin ellos, “la democracia se
atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad,
se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por su
dignidad, por la construcción de su destino” (n.169). En definitiva, no puede
haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y hacia la paz social sin
una buena política y esta no es una política “para” los pobres sino “con” los
pobres (n.176).
Por eso, rehabilitar la política
es una de las formas más preciosas de la caridad porque busca el bien común
(n.180). La caridad es más que un sentimiento subjetivo, es un compromiso con
la verdad y con la construcción de proyectos y procesos de desarrollo humano de
alcance universal. (n.184). La caridad, corazón del espíritu de la política, es
siempre un amor preferencial por los últimos que implica mucho más que obras
asistenciales. Es sobre todo abrir los cauces de participación social a los
pobres para vivir el principio de la subsidiariedad que es inseparable del de
la solidaridad (n.187).
La propuesta del diálogo y la
amistad social supone un reconocimiento del otro, de sus posibles verdades, una
escucha sincera y una búsqueda conjunta del bien común, sin pretender salvar
solamente el punto de vista propio. Supone abrirse a la verdad y aceptar
principios fundamentales -como el de la dignidad humana- para poder construir
consensos. Estos no implican relativismo sino la aceptación de valores
fundamentales que pueden unir a ateos y a creyentes (n.198-214). En este mismo
sentido, el diálogo favorece la cultura del encuentro que supone tender puentes
y derribar muros. El sujeto de esta cultura del encuentro es el pueblo porque
el diálogo que busca la paz social no puede callar las reivindicaciones
sociales. Por el contrario, debe llevar a incluir a todos y garantizar los
derechos para todos. Cuando un sector pretender disfrutar de todo como si los
pobres no existieran, provoca tarde o temprano la violencia. Un pacto social
realista e inclusivo debe ser también un pacto cultural (n.215-221).
La construcción de la paz supone
la verdad histórica -el pueblo tiene derecho a saber lo que pasó-, y va de la
mano de la justicia y la misericordia (n. 225-227). La amistad social implica
acercamiento a los grupos sociales distanciados, pero también el reencuentro
con los más empobrecidos y vulnerables (n.233). Quienes pretenden pacificar a
una sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de desarrollo humano
integral no permiten generar la paz. Si hay que volver a empezar siempre será
desde los últimos (n.235).
La superación de los conflictos
implica el perdón y la reconciliación. Pero el perdón no es aceptar el mal que
otros infringen ni dejar de luchar por los derechos vulnerados (n.241). Es no
dejarse atrapar por la venganza y cultivar las virtudes que favorecen la
reconciliación, la solidaridad y la paz (n.243). Es necesario vencer la
tentación de caer en la lógica de la guerra con excusas supuestamente
humanitarias. No hay guerra justa, ¡nunca más la guerra! (n.258)
La fraternidad universal no puede
vivirse sin el aporte que tienen todas las religiones (n.271) y sin el
testimonio de la unidad (n.280). Además, las religiones han de conversar y
actuar juntas por el bien común y la promoción de los más pobres (n.282). La
paz está inscrita en el corazón de todas las religiones (n. 284) y ninguna
religión ha de promover la intolerancia, la guerra, ni los sentimientos de odio
(n.285).
La encíclica termina haciendo
referencia a Carlos de Foucauld, quien realizó su entrega a Dios,
identificándose con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto
africano. Su deseo era sentir a cualquier ser humano como un hermano y pedía a
un amigo suyo que rogara para que Él fuera realmente el hermano de todos.
Quería ser el hermano universal. Y sólo identificándose con los últimos llegó a
ser hermano de todos (n.287).
Y retomo lo que dije al inicio.
Este mensaje del pobre, del dejarlo todo para seguir a Jesús “es muy duro” y
pocos entran por la “puerta estrecha” -como le pasó al joven rico del evangelio-
(Mt 19, 16-30). Construir un mundo desde los últimos no es la lógica imperante.
No es el ideal de muchos cristianos. No es el punto de vista de muchos que
dicen creer en Dios y en la fraternidad universal. Por eso ante esta encíclica
muchos enfatizan la alegría de la fraternidad, lo bonito de la amistad social,
lo importante de recuperar la ternura y la amabilidad, la urgencia de no caer
en populismos, lo bueno de entablar el diálogo ecuménico y muchos otros
aspectos válidos e importantes pero que no constituyen el corazón de la
encíclica, ni del evangelio. Pero la invitación de Jesús al banquete del reino (Mt
22, 1-14) sigue vigente y tal vez algunos decidan entrar y poco a poco la mesa
se llene de comensales dispuestos a empezar por los últimos y hacer posible un
mundo de hermanos y hermanas donde nadie sea el mayor sino todos servidores de
los demás.
Lástima que el papa Francisco que
habla con audacia y claridad en los temas aquí expuestos, no escuchó la voz de
las mujeres que explícitamente le pidieron usar el lenguaje inclusivo para que
la encíclica respondiera más al cambio de mentalidad y estructural que urge en
la sociedad y en la iglesia para una inclusión real de ellas en estas
instancias y que en su horizonte no parezcan entrar otras realidades actuales
como la diversidad sexual, totalmente invisibilizada en este documento y sin la
cual no se podrá construir nunca una fraternidad y sororidad universales.
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