¿ES TODO DEL ESPÍRITU?
En las últimas décadas han surgido “nuevos movimientos eclesiales” que luego se diversifican y algunos cuentan con ramas de vida religiosa, de clérigos, de matrimonios, laicos/as consagradas y toda una serie de diferentes compromisos de sus miembros, pero vinculados a dicho movimiento o instituto o grupo. Casi todos han surgido de personalidades fundacionales relevantes y han congregado a muchas personas, especialmente, jóvenes. Algunos de estos movimientos se han caracterizado por una doctrina rígida basada en un apego a las “tradiciones eclesiásticas” (muy distinto de “Tradición eclesial” – a la cual siempre hay que volver) y promueven una obediencia exigente a las normas y deberes marcados por dichos movimientos. Muchos de estos grupos han conseguido una solvencia económica considerable porque han sabido permear las capas altas de la sociedad y esto les ha permitido tener una estructura sólida con obras y proyectos que les da presencia y poder para influir en diversas instancias. Algunos de esos grupos desarrollan apostolados loables de servicio a los más necesitados y otros se disponen a colaborar en la pastoral de las diócesis, lo que significa una gran ayuda para los obispos que sienten que no cuentan con tantos colaboradores. Pero “toda esta maravilla” que, sobre todo en el pontificado de Juan Pablo II, se consideró una “primavera eclesial” se ha venido derrumbando por los escándalos que han producido sus fundadores y bastantes de los miembros pertenecientes a dichos grupos.
Ahora bien, estos grupos no se han derrumbado del todo
porque se han iniciado procesos de investigación que “lentamente” concluyen que
sí hay conductas reprochables y se dictan normas de confinar a esos personajes
a lugares apartados o que no ejerzan más sus apostolados y se retiran los
escritos de dichos personajes para que esos movimientos no se sigan alimentando
con esas doctrinas, pero en términos generales, dichas comunidades continúan su
existencia, sus obras, su influencia en la sociedad. Pero aquí surge la
pregunta del título de este escrito: ¿es todo del Espíritu? ¿deberían continuar
existiendo dichos grupos o tendrían que cerrarse definitivamente? Personalmente
creo que no todo es del Espíritu, aunque haya experiencias que parece que
tienen tanto auge y convocan a tantas personas. Por supuesto que muchos de los
integrantes han llegado allí con la mejor disposición y no se puede negar la
sinceridad de su fe. Pero, precisamente desde esa sinceridad de algunos de los
miembros de esos grupos, ¿no deberían buscar otros caminos para desplegar en un
horizonte sano la llamada que han sentido? A mi me parece muy difícil que en un
horizonte que nació ya distorsionado pueda rescatarse algo para seguir
llevándolo adelante. Algunos dirán que es más grande la gracia de Dios que las
realidades humanas y de lo negativo, Dios saca salvación y posibilidades.
Supongo que es verdad, pero me queda la duda si en verdad esto es posible.
Además lo que me parece más complejo es que así se
identifiquen los responsables de escándalos y abusos y se les aparte, la
espiritualidad que ha acompañado a muchos de esos grupos no parece estar en
sintonía con el espíritu de Jesús, capaz de poner al ser humano por encima de
la ley, abierto a entender los signos de los tiempos para responder a ellos,
capaz de una aggiornamento constante, dispuesto siempre al servicio de los
últimos no solo a través de obras -como algunos de esos grupos tienen- sino con
el testimonio vivo de pobreza y coherencia que toda realidad eclesial debería
mostrar. No parece que sigan los caminos abiertos por el espíritu con Vaticano
II. Por el contrario, muestran un recelo de dicho concilio y sus prácticas
parecen más retrocesos que avances.
En fin, estas reflexiones las tenía hace mucho, pero las he
traído de nuevo al escuchar el testimonio de una joven, abusada por un miembro
de uno de estos grupos, quien relataba toda la dificultad que supuso poner la
denuncia y que se tomarán medidas que, en realidad, fueron apartar al abusador
del sacerdocio, pero la comunidad continúa desplegando el mismo apostolado de
siempre, como si nada de eso hiciera cuestionar ese carisma y todo su
despliegue apostólico, máxime cuando no fue solo este sujeto el abusador, sino
que en ese grupo lo fue también el fundador y muchos otros de sus miembros. Como
bien lo expresó un artículo que acaba de salir en la revista Teología y Vida
(62), titulado “Revisión y actualización de la teología de los fundadores a
partir de la crisis de los abusos”, escrito por el presbítero Juan Bautista
Duhau, “Evidentemente la crisis de los abusos obliga a reflexionar sobre los
estilos de liderazgo en la Iglesia y en las organizaciones carismáticas. Asumir
en la reflexión teológica el nuevo paradigma de abuso sexual, que ‘si bien
apunta al abuso sexual cometido a menores de edad, busca no reducirse a la
edad, sino a las asimetrías de poder posibles que hacen que una interacción sea
abusiva y vulneratoria’, supone una verdadera transformación de la Iglesia y,
por tanto, de la dimensión carismática en ella” (p. 58).
El tema hay que reflexionarlo desde muchos aspectos y ese
artículo aporta muy buenos elementos. Pero desde una reflexión más espontánea
me cuesta trabajo entender que no se hagan preguntas más hondas sobre la
espiritualidad que acompaña todavía hoy estos grupos y no haya una reacción más
contundente para desmontarla. Seguir “encandelillados” porque convocan
multitudes o tienen jóvenes en sus filas o están dispuestos a servir en las diócesis
donde a veces hay pocos colaboradores es más un agarrarse a lo “único que hay”
que seguir buscando con sinceridad lo que es del Espíritu. Se necesita más
valentía para asumir las crisis eclesiales que de hecho se viven y disponerse a
buscar caminos idóneos para superarlas, que contentarse con mantener “las
tradiciones eclesiásticas” de la mano de estos grupos que si algún día dejaron
que el espíritu entrara, muchos de sus personajes y muchas de sus doctrinas lo
han debido alejar de allí, hace mucho tiempo.
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