María, plenitud de
mujer
(A propósito de la fiesta de la Asunción)
Una vez más, recordaremos, el próximo 15 de agosto, la
fiesta de la Asunción de la Virgen María. Este no es un dato bíblico, pero si
un dogma proclamado por petición del pueblo de Dios que reconoció en María una ‘plenitud
de vida’ que alguien como ella, sin duda, alcanzó.
Ahora bien, cada momento histórico interpreta la plenitud de
vida según sus percepciones, imaginarios, situaciones, comprensiones
alcanzadas. De ahí que la figura de María que todavía más cala en el imaginario
de muchas personas es la de aquella mujer obediente a la voluntad de Dios,
disponible para cumplir su querer, solicita con las necesidades de todos, madre
amorosa que no niega a ninguno de sus hijos sus peticiones. También se reconoce
en ella la mujer fuerte que estuvo al pie de la cruz acompañando a su Hijo en
el momento más difícil y doloroso de su vida, sin perder la fe y la fidelidad
prometida a Dios. Su plenitud de vida se ha reconocido, por tanto, en el
horizonte asignado a las mujeres en la sociedad y en la iglesia: fieles,
serviciales, humildes, capaces de entregarlo todo sin pedir nada a cambio.
La pregunta que surge hoy es si este modelo de mujer le dice
algo a las jóvenes de hoy e, incluso a tantas mujeres adultas que han tomado
conciencia de que la vida plena no significa solamente ‘entrega, renuncia y
sacrificio por amor a los demás’, sino que ha de suponer también dignidad
personal, lo cual implica, derechos y protagonismo, palabra y autoridad,
descanso y fiesta, posibilidad de romper todas las barreras que por razón de su
sexo se le han impuesto -a nivel civil, social, político, educativo, laboral,
familiar, económico, eclesial, etc.-.
Surge entonces esa otra figura de María profundamente
bíblica, aquella que según Lucas canta el Magnificat -texto profético y revelador
de cómo actúa Dios: “derribando a los poderosos de sus tronos y ensalzando a
los humildes, colmando de bienes a los hambrientos y despidiendo vacíos a los
ricos” (Lc 2, 52-53) y que acoge el plan de Dios no con la sumisión de quién se
doblega ante el que es más grande que ella, sino que dialoga para entender la
propuesta –“¿Cómo será esto puesto que no conozco varón?” (Lc 2, 34). También
la María que, según el evangelio de Juan, acepta con un protagonismo activo acompañar
la misión de su Hijo –“Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5) y en el momento de
la cruz, cuando “Jesús entrega su espíritu” (Jn 19,30), recibe a otro hijo
-Juan- concretando así la familia de los hijos e hijas de Dios (Jn 19, 26) que
supera los lazos de sangre e inaugurando la naciente Iglesia que Lucas, en
Hechos de los Apóstoles, expresará ya constituida con la venida del Espíritu
Santo (Hch 1, 12-14).
No es que acomodemos a María a nuestros intereses personales
o a las modas de cada momento. Es que el Dios que se revela en la historia
sigue actuando en cada presente y nos permite interpretar de nuevas maneras la
Palabra de Dios que dicha en un momento histórico -con sus géneros literarios,
costumbres, códigos, visiones de su época-, es capaz de seguir hablando para
todos los momentos haciendo posible que no pierda su vigencia y siga iluminando
el caminar de los varones y mujeres de este presente.
Precisamente la hermenéutica feminista, ha permitido releer
los textos desde la realidad de las mujeres y subrayar lo que en otro contexto
quedó invisibilizado; entender los alcances y límites de todo texto bíblico y
distinguir la revelación de las categorías socioculturales de un momento
determinado. Por eso puede y debe proponer nuevos sentidos que iluminen este
presente y transformen todo aquello que no corresponde a la intencionalidad del
querer de Dios.
Desde aquí es posible afirmar que la vida plena que la
Iglesia reconoció en la Virgen María y expresó como ‘asunta en cuerpo y alma al
cielo’, hoy invita a seguir trabajando por esa vida plena para todas las
mujeres de todas las edades, de todas las culturas, de todas las religiones.
Celebrar la asunción de la Virgen María supone comprometernos a hacer posible
ya -aquí y ahora- la erradicación de toda violencia contra las mujeres y el
reconocimiento pleno de sus derechos, sin ninguna exclusión en razón de su
sexo.
Es verdad que en muchos lugares ya existe una legislación
que ha superado las muchas barreras que tuvieron las mujeres durante siglos.
Que sigue creciendo la conciencia de la urgencia de transformar la sociedad
patriarcal y machista por una sociedad igualitaria e incluyente en el que las
mujeres no ocupen un segundo lugar. Que hay más educación, más posibilidades,
más equidad para las mujeres. Pero también es verdad que hay muchos frenos,
temores y prejuicios frente a esta nueva manera de ser mujeres y, no pocas
veces, liderados por las iglesias. Por eso repensar nuestras fiestas religiosas
y, especialmente, recuperar la ‘vida plena’ que María nos señala, no es una
estrategia feminista sino una exigencia ética y evangélica de liberar a la
Virgen de los estereotipos patriarcales, para encontrarla como abanderada de
esa igualdad fundamental que la comunidad que surgió en torno a Jesús proclamó
como querer de Dios y que Pablo expresó en la conocida cita de su carta a los
Gálatas: “ya no hay judío, ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, porque
todos son uno en Cristo Jesús” (3,28). En otras palabras, celebrar la Asunción
de María es seguir creyendo que si en ella fue posible esa vida plena, también
debe serlo para todas las mujeres, aquí y ahora, sin ninguna excepción.
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