Celebrar el mes de
la Biblia reconociendo el papel de las mujeres en su traducción y divulgación
Olga Consuelo Vélez
Septiembre se conoce como el mes de la Biblia. En el ámbito
católico, por la figura de Jerónimo que murió el 30 de septiembre y fue quien tradujo
la Biblia del griego y el hebreo al latín. Esa traducción se conoce como la
Vulgata, habiendo sido este el texto bíblico oficial de la Iglesia católica
hasta 1979. En el ámbito protestante, de habla hispana, se recuerda la
aparición impresa que hizo Casiodoro de Reina en 1569, conocida como la Biblia
del Oso, porque en la tapa aparecía un oso comiendo miel desde un panal. Esta
versión fue revisada posteriormente por Cipriano de Valera, dando origen a la
famosa versión “Reina Valera”, que ha sido la Biblia más usada por los
evangélicos de lengua castellana.
Más allá de que la Biblia se celebre este mes, siempre es
importante recordar que la Sagrada Escritura nos transmite la revelación
divina, no a modo de una doctrina fija y literal, sino como bien lo explica la
Constitución Dogmática Dei Verbum, mediante los géneros literarios y las
condiciones particulares de los escritores sagrados, es decir, siendo ellos
verdaderos autores, utilizando sus propios recursos, eso sí, contando con la
inspiración divina que nos permite reconocer dichos escritos como Palabra de
Dios. El número 12 de la Dei Verbum se refiere a la necesidad de investigar qué
quisieron expresar los autores sagrados y para esto es imprescindible conocer
bien los géneros literarios y el contexto desde el que escribieron, para
interpretar los textos en consonancia con el sentido general de toda la Sagrada
Escritura de manera que se pueda entender lo que Dios nos sigue diciendo hoy a
través de su palabra. Es muy importante tomarse en serio esta responsabilidad
para no hacerle decir al texto bíblico lo que no dice y menos para justificar
nuestras posturas, trayendo un texto bíblico como ‘prueba’ de lo que decimos,
cuando muchas veces el texto significa todo lo contrario.
Tomarnos en serio esta responsabilidad todavía resulta
difícil. Aunque Vaticano II afirmó que la “Sagrada Escritura debe ser el alma
de la Teología” (Decreto Optatam Totius, 16), en muchas de las
publicaciones teológicas que abordan distintos temas, no es tan frecuente
encontrar el aporte desde la Sagrada Escritura a dicho tema. Por supuesto, la
mayoría de los artículos, tratando la temática desde la perspectiva
sistemática, hacen referencia de alguna manera a la Sagrada Escritura, pero
esto no es lo mismo que indagar con la profundidad suficiente y los métodos
exegéticos adecuados, la temática que se va a presentar. Algunas veces he
recomendado a los organizadores de las obras colectivas que pidan a más
biblistas esa colaboración, pero no veo que sea algo que se incorpore
suficientemente.
Pero más preocupante todavía es que la Biblia no llega a
formar parte de la espiritualidad cristiana católica, como una medicación
imprescindible y un texto que el pueblo de Dios reconozca como fuente de vida,
o de “alimento dulce” -haciendo referencia al oso comiendo miel de la Biblia
protestante-, como podría ser. Falta más formación bíblica para todo el pueblo
de Dios, incluidos los presbíteros que en sus homilías a veces se percibe que
le hacen decir al texto lo que no dice o que los usan como ‘excusa’ para pasar a
otro tema -casi siempre del ámbito moral- en lo que los predicadores gastan
mucho tiempo exhortando a los fieles para que no caigan en esos pecados de los
que la Biblia generalmente no habla. El papa Francisco en la Exhortación Evangelii
Gaudium (n. 146-147) insiste en que la homilía debe “prestar toda la
atención al texto bíblico, que debe ser el fundamento de la predicación (…)
Quiero insistir en algo que parece evidente pero que no siempre es tenido en
cuenta: el texto bíblico que estudiamos tiene dos mil o tres mil años, su
lenguaje es muy distinto al que utilizamos ahora (…) Si el predicador no
realiza este esfuerzo, es posible que su predicación tampoco tenga unidad ni orden:
su discurso será sólo una suma de diversas ideas desarticuladas que no
terminarán de movilizar a los demás”.
Finalmente, conviene recordar el papel de las mujeres en el
trabajo de traducción de la Sagrada Escritura. Según testimonios escritos de
San Jerónimo, fue un grupo de mujeres -Paula, Eustoquia, Blesila, Fabiola y,
especialmente Marcela, entre otras, las que no solo lo sostuvieron
económicamente para realizar su trabajo, sino que fueron las que, con su
insistencia, interés y dedicación al estudio del texto bíblico, le ayudaron a
mantener la constancia en su trabajo y llegar a los logros que la historia le
reconoce. El mismo Jerónimo agradece la insistencia de estas mujeres y dice que
muchos le critican por enseñarle a las mujeres -a las que se les considera el
sexo débil- y no a los varones, pero él mismo cuenta, que los varones no le
preguntaban nada y en cambio ellas estaban ahí, haciéndole preguntas con gran
rigor intelectual y pertinencia sobre los temas bíblicos. Más aún, alaba la
inteligencia de estas mujeres y la rapidez con que alguna de ellas aprendió el
hebreo -ya sabían griego y latín-, reconociendo que había aprendido mucho más
rápido que él y con mucha más fluidez y excelente pronunciación.
En una de sus cartas llama a Marcela “supervisora de sus
trabajos”, es decir, ella no solo controlaba el rigor intelectual de Jerónimo
sino también organizaba su trabajo. Fue tanta la ayuda que ellas le prestaron
que muchas de sus obras las dedica a estas mujeres. Pero aún más. Cuando
Jerónimo perdió buena parte de su visión, fueron estas mujeres las que le
ayudaron en su tarea, con lo cual no sería de extrañar que algunos de los
escritos de Jerónimo sean de autoría de estas mujeres o por lo menos le hayan
dado muchos de los insumos que luego este redacta en sus obras. Ellas también
se encargaron de la edición y divulgación de sus escritos, a pesar de las
resistencias que encontraron en los inicios.
En definitiva, celebrar la Sagrada Escritura es
comprometernos con el estudio serio sobre ella y el propósito de hacerla
alimento sólido de nuestra espiritualidad pero también -para actuar en justicia-,
reconocer el papel de las mujeres en tantas realidades en las que han sido
protagonistas y se les ha invisibilizado y, en este caso, si se honra la
memoria de San Jerónimo, con más razón deberíamos honrar la memoria de estas
mujeres, sin las cuales no hubiera sido posible dicha traducción que fue tan
importante para la Iglesia católica durante tanto tiempo.
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