Sinodalidad: tiempo
de escuchar al Espíritu
Olga Consuelo Vélez
Nos preparamos para la apertura del Sínodo de los Obispos
sobre el tema: “Por una Iglesia sinodal: comunión, misión, participación”. El
9-10 de octubre, el Papa Francisco, lo inaugurará en Roma y el 17, cada obispo
lo hará en su respectiva diócesis. La novedad de este Sínodo -porque los sínodos
se están realizando desde 1967- es que empieza con la ‘fase de escucha’ y se
cierra con la ‘asamblea de los obispos’ en 2023. Es decir, forma parte del
sínodo ‘la fase de escucha’ que el papa espera se realice en todas las diócesis
y de ahí surjan los insumos para el discernimiento de los obispos en la tercera
fase en 2023. La segunda fase será la elaboración de dos Instrumentum
laboris (uno con los aportes diocesanos y otro con los aportes continentales).
Es, por tanto, un largo camino, en el que ojalá no perdamos el rumbo.
Pero hoy quiero referirme a una actitud primera y
fundamental: “escuchar al Espíritu”. De hecho, entre las preguntas que propone
el Documento preparatorio (que se publicó el pasado 7 de septiembre), se
formula la siguiente: ¿qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer en
nuestro caminar juntos? Para responderla hay que escuchar al Espíritu. Pero,
¿quiénes han de preguntar y quiénes han de escuchar? Todo el Pueblo de Dios, es
decir, el laicado, la vida consagrada y el clero.
Un peligro grande que se puede correr es que parezca que
quien tiene que hacer este ejercicio es el laicado porque el clero, al tener
que organizar los espacios de participación y de recogida de respuestas, va a
estar tan involucrado en ese trabajo, que puede que se sienta el gestor de tal
esfuerzo, pero no se detenga a preguntarse, a escuchar y a aportar sus
respuestas. Por eso quiero insistir, en que un verdadero proceso sinodal, implica
que todo el pueblo de Dios se disponga a reflexionar y deje que el Espíritu
suscite las preguntas y respuestas pertinentes para este momento.
De hecho, la oración que se propone para acompañar el Sínodo
dice lo siguiente: “Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre. Tú
que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en
nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos como alcanzar la meta (…)
concédenos el don del discernimiento (…) Esto te lo pedimos a ti que obras en
todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los
siglos. Amén”.
Se recomienda que este proceso se haga en ambiente de
oración y se propongan celebraciones significativas para que acompañen esta
actitud de apertura al Espíritu de Dios. Todo un gran desafío porque esto no es
tan común, por ejemplo, en la vida parroquial, a la que los fieles acuden a la
celebración eucarística, casi siempre celebrada de la misma manera, pero donde
no hay demasiado diálogo -por no decir nada- entre los participantes y menos
entre estos y el celebrante. Esto ya es una primera respuesta a otra de las
preguntas formuladas en el documento preparatorio: ¿cómo se realiza hoy este
caminar juntos en la propia iglesia particular? Por supuesto, siempre hay
excepciones, porque hay parroquias con mucha más cercanía entre sus miembros y
espacios eclesiales en los que hay experiencias comunitarias muy valiosas.
Pero volvamos al objetivo de esta reflexión. Todo el Pueblo
de Dios ha de ponerse en actitud de escucha del Espíritu. Si en verdad le escuchamos,
no dudo de que nos desinstalaría demasiado porque hay tanta costumbre de decir:
“esta es la voluntad de Dios”, “así lo señala el Derecho Canónico” “así es la
norma establecida por la Congregación para la Liturgia”, “así lo he hecho
siempre y no voy a cambiarlo”, por decir algunas expresiones que escuchamos más
de una vez, que el Espíritu tal vez nos diría todo lo contrario de lo que hemos
mantenido tan estable durante tanto tiempo porque si es el Espíritu de Jesús,
es espíritu de novedad, de cambio, de riesgo, de “hacer nuevas todas las cosas”
(Ap 21,5).
Algunos dirán que no hay que exagerar diciendo que el
Espíritu ‘haría nuevas todas las cosas’. Pero es que la situación eclesial no es
la mejor que pudiéramos tener. Los jóvenes son los grandes ausentes. ¿Por qué? Muchas
razones, pero digamos alguna: esta estructura, esta espiritualidad, esta manera
de vivir la fe no les entusiasma. Todavía las mujeres llenan las iglesias, pero
no las jóvenes, ¿Por qué? Parece que la manera cómo ellas están viviendo hoy su
ser mujeres no parece tener eco en la Iglesia. Además, encuentran que es una de
las instituciones que todavía sigue teniendo muchas puertas cerradas para ellas.
Y muchas otras realidades que el mismo papa Francisco ha denunciado a lo largo
de su pontificado, como el clericalismo, que ha desvirtuado el ministerio de
servicio al que está llamado el clero y sigue retrasando la ‘hora de los laicos’
que haría posible una iglesia más parecida a la de los orígenes.
En fin, escuchar al Espíritu, ha de ser la actitud fundamental
para comenzar este Sínodo. Por supuesto el Espíritu hablara a través nuestro -no
esperamos una voz mágica que aparezca de repente- con nuestras preguntas, nuestros
deseos, nuestras mociones interiores, nuestras búsquedas. Formular preguntas nos
conducirá a buscar respuestas y, posiblemente estas, comiencen a hacer real una
Iglesia sinodal, como siempre ha debido serlo.
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