¿Es la biblia
Palabra de Dios?
Olga Consuelo Vélez
Planteo esta pregunta de si la Biblia es “Palabra de Dios”
porque últimamente he escuchado algunas afirmaciones que parecen relativizarla,
también porque mucha gente no cae en cuenta de lo que significaría esto si lo
creyéramos a fondo y, finalmente, porque otras personas buscan “palabras de
sabiduría” en muchos otros escritos fuera de la tradición cristiana y, sin
duda, les ayudan mucho para su vida.
Vayamos por partes. En el primer caso, hay mucha gente que
relativiza la palabra de Dios porque está cansada de que se haya invocado
tantas veces para mantener doctrinas o leyes que más que ayudar a las personas,
les ponen cargas pesadas sobre sus hombros. Ante esto hay que reconocer que la
interpretación adecuada del texto bíblico es una conquista “relativamente”
reciente y por eso durante muchos siglos se leyó la Biblia de manera literal y
se la invocó para afirmar que Dios dice esto o aquello. Por supuesto la
ingenuidad o ignorancia sobre esa lectura literal es evidente. Por ejemplo, se
toma al pie de la letra que Jesús calmó la tempestad (Mt 8, 26) pero no se toma
al pie de la letra el que “si tu ojo es ocasión de pecado, arráncatelo” (Mt 5,
29).
Ya es una afirmación aceptada por la Iglesia que la Biblia
fue escrita mucho después de que suceden los acontecimientos que allí se narran
y no con la intención de relatarnos detalles precisos de lo que allí pasó sino
de testimoniar la presencia de Dios a favor de su pueblo en esos
acontecimientos que se cuentan allí. Lo hacen con los géneros literarios de su
tiempo y desde las categorías y esquemas de su contexto. Por eso es
imprescindible utilizar los métodos exegéticos y hermenéuticos adecuados para
entender el texto. Ahora bien, aunque esa tarea es propia de los/as biblistas,
no significa que no se enseñe a todo el pueblo de Dios que para acercarse a
dicho texto hay que hacerse por lo menos dos preguntas básicas: ¿qué quiso
decir el autor bíblico con ese texto en su contexto? ¿Qué dice ese texto
bíblico hoy para nosotros? Sin olvidar que las circunstancias son distintas y
que la biblia no es un recetario para aplicar literalmente sino un horizonte de
sentido para interpretar nuestro presente.
Es decir, lo que es “Palabra de Dios” no es la literalidad
del texto sino el testimonio de fe que los autores/as sagrados nos han dejado en
el texto bíblico -una maravillosa mediación humana para mantener en el espacio
y tiempo dicho testimonio-. Por lo tanto, tienen razón aquellos que ya están
cansados de escuchar predicaciones bíblicas fundamentalistas o literales que no
se entienden para el hoy. Por eso es urgente una formación bíblica adecuada que
muestre que aquello es una deformación y que, bien interpretada, es palabra de
Dios en la medida que usando mediaciones humanas nos da testimonio de cómo descubrir
la presencia de Dios en nuestra historia.
En el segundo caso, también es entendible que una tradición
tan antigua se vaya desgastando y, más si no se actualiza. Con lo cual, en cada
Eucaristía escuchamos al finalizar las lecturas que el lector dice: “Palabra de
Dios” y el pueblo responde: “Te alabamos Señor” o “Gloria a Ti, Señor” en el
caso del Evangelio. Pero se ha vuelto tan rutinario o se motiva tan poco esa
lectura o se explica tan mal esa palabra que la gente no permanece atenta o no
llega a “saborear” lo que eso significaría si lo creyéramos a fondo. No estamos
escuchando una palabra cualquiera sino una que nos hace posible que sepamos
cómo han entendido a Dios los que nos precedieron y cómo podemos entenderlo
nosotros hoy. Eso sí, con la humildad suficiente de saber que lo que entendemos
sobre Dios siempre es mucho menos de lo que Él es y que como está mediado por
nuestra comprensión, podemos matizarla y señalar nuevos aspectos, en la medida
que seguimos meditando sobre ella. En este último sentido, si creyéramos que la
Biblia es Palabra de Dios, la tarea teológica se referiría mucho más a ella, no
solo invocándola para “justificar” alguna idea que decimos, sino para dejarnos
sorprender y enriquecer con lo que ella nos dice -ya que es una palabra viva,
no muerta-. Pero, como ya lo he dicho otras veces, muchas publicaciones
teológicas y muchos eventos académicos, adolecen de la perspectiva bíblica a la
hora de presentar sus reflexiones.
Finalmente, nuestro mundo ya esta mucho más configurado con
la pluralidad de expresiones culturales y religiosas. De ahí que la cercanía
con otras maneras de ver la vida, de darle sentido, de enriquecer las
comprensiones ya es una práctica adquirida. Y, resulta una experiencia muy rica
-como variada y polifacética es la vida humana-, reconocer que toda la verdad o
la manera de ver las cosas, no la tenemos desde la tradición cristiana y que
hay muchos libros de sabiduría que nos ayudan y enriquecen. Pero dos observaciones
sobre esto. La primera, para los que somos cristianos ojalá que no perdamos la
riqueza que nuestra propia tradición nos regala y siga siendo fuente de sentido
para nuestra vida. La segunda, saber que con cualquier otro libro de sabiduría
hay que tener el mismo cuidado interpretativo que señalé para la Biblia. A
veces, veo tanta ingenuidad en los que nutren su vida con otras tradiciones que
creen que todo lo que leen es verdad absoluta. Eso también puede revelar una ignorancia
o ingenuidad total, admitiendo a veces planteamientos que rayan con lo absurdo.
Como toda mediación humana, cualquier horizonte de sentido que se proponga,
puede tener errores, manipulaciones, intencionalidades que nos siempre son
positivas. Ojalá que el discernimiento sea siempre la actitud para acercarnos a
todo libro de sabiduría, pero, a los que nos ha constituido la tradición
cristiana, sería muy importante, no olvidar la profundidad de lo que creemos:
en una mediación humana -bien interpretada- Dios nos habla como un amigo y su
palabra es viva y eficaz, capaz de penetrar el alma y el espíritu y discernir
los pensamientos y las intenciones del corazón (Cf. Hb 4,12).
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