¿En qué va el
Sínodo sobre la sinodalidad? Aportes desde Colombia
Olga Consuelo Vélez
En octubre del año pasado se
inició el sínodo sobre la sinodalidad y estamos a mitad de camino. Se han hecho
las consultas en cada país y se ha pasado a la fase continental donde se
recogerán los aportes de todos los países y se elaborará un documento síntesis
que será enviado de nuevo a las iglesias particulares. Después seguirá el
proceso hasta la culminación del sínodo en octubre de 2023, con la reunión
presencial de los obispos en Roma.
La Conferencia Episcopal
Colombiana publicó en la página web, el pasado 29 de agosto, el Documento
Síntesis, acompañado de cuatro anexos, en los que se recogen las consultas al
episcopado, a los obispos eméritos, a los indígenas y a los jóvenes y niños.
Estos documentos pueden ser consultados para profundizarlos y seguir acompañando
este camino sinodal. Personalmente me pareció un buen logro, el haber hecho una
síntesis clara, organizada y bien estructurada, después de haber recibido 78
documentos de las diferentes jurisdicciones. La síntesis solo tiene 10 páginas:
una introducción y la respuesta a las dos preguntas que se propusieron para el
proceso sinodal.
En la introducción se explica la
convocatoria con los equipos diocesanos, los cuales consultaron a personas que
participan activamente en la Iglesia, a los que lo hacen esporádicamente y a
los que no pertenecen a la Iglesia. Aunque se realizaron esas consultas también
se reconoce que “hubo resistencias por parte de un grupo de sacerdotes que no
aceptaron el llamado porque se sienten profundamente incómodos al ser
confrontados en sus acciones personales y evangelizadores y de varios laicos
que mostraron apatía por ciertos temas”. No me extraña esta constatación porque
sé que en muchos lugares no se realizó ninguna consulta y muchas personas aún
no han oído hablar del sínodo.
La primera pregunta sobre el cómo
se realiza el “caminar juntos” en la Iglesia particular se respondió con base en
10 núcleos temáticos (compañeros de viaje, escuchar, tomar la palabra,
celebrar, corresponsables en la misión, dialogar en la Iglesia y en la
sociedad, con las otras confesiones cristianas, autoridad y participación,
discernir y decidir y formarse en la sinodalidad). Las respuestas giraron en
torno a los aspectos positivos de la Iglesia a nivel de participación social y
vivencia eclesial pero también se señalaron algunas sombras como el miedo a expresarse
frente a los pastores o las resistencias para incorporar a los laicos en los
ministerios, entre otros aspectos. Finalmente se cuestionaba cierto estilo de
formación en los seminarios que lleva a los jóvenes a una vida acomodada,
encerrados en su mundo, sin compromiso con las periferias.
De la segunda pregunta sobre qué
pasos invita el Espíritu Santo a dar a la Iglesia colombiana para crecer en
nuestro “caminar juntos”, se desprenden los 18 desafíos que la Iglesia plantea
de esta fase sinodal. Entre estos desafíos se señalan aspectos eclesiales que
son bastante evidentes como la urgente transformación del clericalismo y la
autosuficiencia, la necesidad de fortalecer la participación y
corresponsabilidad del laicado, especialmente de las mujeres e implementar
entornos protectores y seguros para los niños, adolescentes y adultos
vulnerables. También, se anotan como desafíos, el formar mejor a los ministros
ordenados -especialmente en la preparación de la homilía-; renovar las
estructuras parroquiales y orientar los movimientos apostólicos a integrarse en
los planes pastorales; privilegiar la evangelización a los niños, adolescentes
y jóvenes e incluir pastoralmente a la población LGTBIQ+, la diversidad
religiosa, las poblaciones indígenas y afrodescendientes; afrontar la escasez
vocacional y la crisis de las familias; inculturación de la liturgia trabajando
para que lo sacramental no este asimilado a los intereses económicos de los
pastores; incentivar enfoques sociales y culturales en la evangelización,
retomando la voz profética para denunciar las injusticias en el entorno del
capitalismo deshumanizador, el narcotráfico y la corrupción, evitando tanto
asistencialismo; además de la responsabilidad con el cuidado de la casa común.
Se consignaron también, aclarando que fueron voces minoritarias, algunas
peticiones como la posibilidad de que los sacerdotes que han dejado de ejercer
el ministerio puedan vincularse a los procesos evangelizadores; que hombres
casados puedan acceder al ministerio, reflexionar sobre el celibato no obligatorio,
la ordenación de mujeres y fusión de congregaciones religiosas que ya no
cuentan con demasiados miembros.
Cada uno de estos desafíos
amerita una reflexión detallada, profunda, comprometida. Sin embargo, desde una
primera apreciación personal, creo que esta síntesis adolece de un
planteamiento más de fondo: ¿Qué cambios “estructurales” necesita la Iglesia
colombiana para que responda a lo que dice el Espíritu en esta realidad? Mientras
no se piense en cambios de fondo, las cosas seguirán como hasta ahora, buscando
mejorar algunos aspectos -lo cual es muy positivo- pero situados en el mismo
horizonte, convencidos de que todo marcha bastante bien. Los cambios
estructurales surgen cuando se toma en serio, como dijo la V Conferencia de
Aparecida, que no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época
(n. 44). Si fuéramos capaces de situarnos en la nueva realidad que vivimos, tal
vez se pondría menos énfasis en recuperar formas “tradicionalistas” de vivir la
fe o en privilegiar “solamente” los temas de moral o en temerle tanto a la supuesta
“ideología de género” o en seguir centrando la fe en lo “ritual” o en hablar
tanto del “demonio” o de los “exorcismos” y, muchas otras realidades que dejan
ver que la Iglesia (no solo la colombiana sino la de muchas realidades) no ha
asumido Vaticano II con todas las consecuencias que este concilio supuso, ni lo
que han señalado las Conferencias Episcopales Latinoamericanas y Caribeñas, ni
toda la renovación bíblica y teológica que hoy tenemos pero, sobre todo, la evidente
realidad de que la Iglesia no parece leer los “signos de los tiempos” y, por
eso, sus respuestas llegan tarde y, mientras tanto, grandes poblaciones se alejan
más y más de ella. Como lo dijo el papa Francisco, del sínodo de la sinodalidad
no se espera un documento, pero sí que el proceso vivido nos remueva los
cimientos de la iglesia clerical y se comience a construir una iglesia donde se
“camine juntos”. ¿Lograremos algo de esto en nuestra Iglesia colombiana? ¿en la
iglesia universal? Esperemos que sí, aunque hasta el momento, no pareciera que
se caminara decididamente hacia eso.
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