En camino a la Etapa
Continental del proceso sinodal
Olga Consuelo Vélez
Lo primero que salta a la vista
es la premura del tiempo. ¿Cómo movilizar una reflexión sinodal continental en
cinco meses cuando ha sido tan difícil lograr involucrar al pueblo de Dios en
todo un año de trabajo local? El DEC trata de facilitar el proceso recordando
el método de conversación espiritual usado en la primera fase: (1) que cada
participante tome la palabra (2) la resonancia de la escucha a los demás y (3)
el discernimiento (n. 109). También el DEC señala las tres preguntas que, una
vez trabajadas en las Iglesias locales, se han de considerar en los encuentros
continentales: (1) ¿Qué resuena más fuertemente de las experiencias y
realidades concretas de la Iglesia en el continente? (2) ¿Qué tensiones o
divergencias sustanciales surgen desde la perspectiva del continente y que han
de abordarse en las próximas fases del proceso? (3) ¿Cuáles son las
prioridades, los temas recurrentes y las llamadas a la acción que han de ser discutidas?
(n.106)
Desde el inicio se advierte que
este documento no es un documento conclusivo, ni un documento del magisterio,
ni un informe de una encuesta sociológica, ni ofrece las indicaciones para el
camino a seguir. Pretende ser un documento fruto de haber escuchado la voz del
Espíritu por parte del Pueblo de Dios, permitiendo que surja su sensus fidei
y está orientado al servicio de la misión de la Iglesia (n. 8). Retoma algunas
citas textuales de las síntesis de algunas conferencias episcopales, otras
veces dice que alguna petición fue reiterada por muchas conferencias y otras
que fue una petición más aislada.
Veamos algunos de los logros y
desafíos que el documento señala. Entre los logros reconoce que la primera fase
de escucha alimentó el deseo de una Iglesia cada vez más sinodal (n. 3), despertó
en los fieles laicos, la idea y el deseo de implicarse en la vida de la Iglesia
(n. 15), fortaleció el sentimiento de pertenencia y la toma de conciencia, a
nivel práctico, de que la Iglesia no son sólo los sacerdotes y los obispos (n.
16). Además, se valoró el método de la conversación espiritual que permitió
mirar la vida de la Iglesia y llamar por su nombre tanto a las luces como a las
sombras (n. 17). Una idea teológica fundamental que, se repite varias veces, es
la afirmación de la dignidad común de todos los bautizados, auténtico pilar de
la Iglesia sinodal y fundamento teológico de esa unidad (n. 9; 22), reconociendo
que aún falta desarrollar más esta teología bautismal (n. 66).
Los frutos de la fase de escucha,
el documento los expresó mediante cinco tensiones creativas: (1) La escucha,
(2) El impulso hacia la misión, (3) La misión ha de asumirse con la
participación y corresponsabilidad de todos los bautizados, (4) La construcción
de estructuras e instituciones que hagan posible la vivencia de la comunión, la
participación y la misión, (5) La liturgia, especialmente la liturgia
eucarística en la que de hecho se vive la comunión, la participación y la
misión (n. 11).
Entre las dificultades que se
anotan está la resistencia que mostraron algunos sectores de la jerarquía y del
laicado, el escepticismo frente a la posibilidad de que la iglesia cambie (n.18.19),
el escándalo por los abusos cometidos por parte del clero (n. 20) y los conflictos
armados y políticos de diferentes países que hacen muy difícil la vida de sus
gentes, incluida la de los cristianos (n. 21)
Los desafíos que se plantearon fueron
muchos por lo que no es fácil resumirlos, más cuando se expresaron de diversas
maneras a lo largo del documento. Destaquemos algunos: la dificultad de escuchar
profundamente y aceptar ser transformado por esa escucha. Constatar los obstáculos
estructurales que lo impiden como, por ejemplo, las estructuras jerárquicas que
favorecen las tendencias autocráticas (n. 33). La ausencia de los jóvenes en el
proceso sinodal y su ausencia, cada vez mayor, en la vida de la Iglesia (n.35).
La falta de estructuras y formas adecuadas para acompañar a las personas con
discapacidad (n. 36). La defensa de la vida frágil y amenazada en todas sus
etapas (n. 37). La falta de una respuesta adecuada a los divorciados vueltos a
casar, a los padres y madres solteros, a los que viven un matrimonio polígamo,
a las personas LGTBQ y a los que han dejado el ministerio ordenado para casarse
(n. 39). Muchos en la Iglesia se sienten excluidos: los pobres de las
periferias, los ancianos solos, los pueblos indígenas, los emigrantes, los
niños de la calle, los alcohólicos y drogadictos, los que han caído en manos de
la delincuencia, las personas que ejercen la prostitución como única manera de
sobrevivencia, las víctimas de trata de personas, los supervivientes de abusos,
los presos y muchos otros por razones de raza, etnia, género, cultura y
sexualidad (n. 40). Sobre algunos temas como el aborto, la anticoncepción, la
ordenación de mujeres, los sacerdotes casados, el celibato, el divorcio, las
segundas nupcias, la homosexualidad y las personas LGBTQIA+ se pide una respuesta
por parte de la Iglesia (n. 51). La liturgia que ocupa un lugar central en la
vida cristiana ha de manifestar la dimensión sinodal fomentando una
participación más activa de todos los miembros y favoreciendo las diferencias
(n. 91.93) pero queda una preocupación por la añoranza del rito prevaticano (n.
38-92): no hay duda que la “involución eclesial” vivida en los anteriores pontificados
ha dejado hondas secuelas de retroceso que en el documento se expresan como
falta de inclusión de esa perspectiva. Es un serio interrogante.
También el DEC se refiere a una
Iglesia que se deje interpelar por los retos del mundo actual y responda a
ellos con transformaciones concretas (n. 42.43. 44). Que escuche el grito de
los pobres y el clamor de los pobres que, en este momento, ya no son opcionales
(n. 45). Que participe en la construcción de la paz y la reconciliación, el
debate público y el compromiso con la justicia, como parte de su misión (n. 46).
Que sea promotora del diálogo ecuménico e interreligioso porque no hay
sinodalidad completa si no hay diálogo entre los cristianos (n. 22. 47.48.49) y
también del diálogo intercultural capaz de apreciar las diferencias culturales para
entenderlas como un factor de crecimiento. En este aspecto ocupan un lugar
central los pueblos indígenas a quienes habría que pedirles perdón por haber
sido cómplices de su opresión, pero también asumiendo la responsabilidad de articular
sus creencias con las enseñanzas de la Iglesia en un proceso de discernimiento
y acción creativa (n. 53.54.55.56). Una iglesia que deje de construirse en
torno al ministerio ordenado y se convierta en una Iglesia toda ella ministerial
(n. 67).
Otros aspectos de los que se ha
hablado bastante, son la necesidad de liberar a la Iglesia del clericalismo (n.
58), predicar homilías centradas en la Palabra de Dios y con un lenguaje que el
Pueblo de Dios entienda (n. 93.95), renovar las estructuras eclesiales para que
sean sinodales -y para esto es indispensable revisar el Derecho Canónico y una
formación en la sinodalidad- (n. 72-82-83), cultivar la espiritualidad de la
sinodalidad (n. 84), ser una institución transparente en todos sus procesos y
contar con personas competentes profesionalmente para el desarrollo de algunas
funciones económicas y de gobierno (n.79).
Pero tal vez el punto que sigue mostrando
su irreversibilidad es la urgencia de “repensar la participación de las
mujeres”: hay una creciente conciencia sobre la participación plena de las
mujeres en la vida de la Iglesia porque ellas son las que más viven la pertenencia
eclesial y, sin embargo, son los varones los que toman las decisiones. También
se denuncia que en el lenguaje de la Iglesia el sexismo está muy extendido, las
mujeres son excluidas de funciones importantes en la vida de la Iglesia, no
reciben un salario justo por las tareas que realizan y las religiosas suelen
ser consideradas mano de obra barata (n. 60-63). Casi todas las síntesis
plantean la cuestión de la participación plena e igualitaria de las mujeres,
pero no todas responden de la misma manera y piden el discernimiento sobre
cuestiones específicas: el papel activo de las mujeres en las estructuras de
gobierno de los organismos eclesiásticos, la posibilidad de que las mujeres
prediquen en los ambientes parroquiales y el diaconado femenino. Sobre la
ordenación de las mujeres algunas síntesis la reclaman y otras la consideran
una cuestión cerrada (n. 64).
Todo lo que hemos presentado del
DEC no es desconocido. De todos esos temas hemos hablado, cuestionado, reflexionado.
Muchas veces hemos dicho que no entendemos por qué cuesta tanto trabajo dar
pasos para dar respuestas efectivas. No sé si es suficiente hablar de que hay
resistencia al proceso sinodal. Hay resistencias a escuchar los signos de los
tiempos, a través de los cuales habla el Espíritu. Esperemos que esta fase
continental lleve a los participantes a ¡Escuchar! y a buscar respuestas
efectivas. De no hacerlo, una vez más la Iglesia va a quedar muy rezagada y,
simplemente, el Pueblo de Dios, no esperará más respuestas, sino que vivirá su
fe -como ya lo están haciendo muchos- de manera sincera, pero sin pertenencia
eclesial. Y, muy posiblemente el Espíritu va a estar de ese lado porque el “ensanchar
la tienda” también puede darse en otros contextos si, en los lugares donde
debería estar, no logran transformarse para que entre ese “aire fresco” que
tanta falta hace.
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