domingo, 2 de octubre de 2022

 

La misión es una dimensión constitutiva de la vida cristiana

Octubre se ha considerado el mes de las misiones. Pero es importante aclarar que la misión no es una actividad puntual para un tiempo determinado, sino una dimensión constitutiva de la vida cristiana. En efecto, el cristianismo nació como una llamada a la misión. El evangelio de Mateo nos presenta a Jesús resucitado confiando la misión a sus discípulos: “Vayan y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo he mandado” (Mt 28, 19-20).

Históricamente ese mandato misionero se fue quedando reservado a los clérigos y religiosos porque ellos se sentían responsables de la misión y el resto del Pueblo de Dios -el laicado- solo era receptor de la misma, sin sentirse capacitado para realizarla. Pero con Vaticano II, se comenzó a dar más protagonismo al laicado -como siempre debió ser- y poco a poco ha ido aumentando la conciencia misionera de todo el Pueblo de Dios. Con la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida en 2007, se buscó fortalecer esa dimensión misionera inherente a la vida cristiana, manifestándolo en el lema de dicho acontecimiento: “Discípulos misioneros para que todos los pueblos en Él tengan vida”. Actualmente, con la llamada del Papa Francisco a la sinodalidad, se siguen abriendo caminos para entender que la vida cristiana consiste en “caminar juntos”, donde todo el pueblo de Dios -clérigos, religiosos, religiosas y laicado- son responsable de la misión de evangelizar.

Pero ¿qué es la misión? Una respuesta podemos encontrarla en el evangelio de Lucas, cuando Jesús entra a la sinagoga de Nazaret y lee el texto del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de la gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). La misión consiste en promover la vida en abundancia para todos, superando todo tipo de opresión y esclavitud. Nuestro Dios es el Dios de la vida y la misión ha de testimoniar esta realidad. Esa vida en abundancia se expresa en el culto y este fortalece para trabajar por la justicia, porque cómo dice el profeta Isaías el culto que agrada a Dios “es buscar lo justo, dar los derechos al oprimido, defender a la viuda” (Is 1, 17).

Además de los sujetos implicados en la misión que, como ya dijimos, ha de ser todo el pueblo de Dios, la misión ha de entenderse en toda su complejidad. Hablamos de misión cuando se realiza el primer anuncio a todos aquellos que no conocen a Cristo. Este tipo de misión se le conoce como misión “Ad gentes” porque supone ir a lugares lejanos y a culturas diferentes, implicando toda la vida de los que se dedican a este tipo de misión ya que, al ir a otros lugares desconocidos, necesitan una generosidad inmensa para asumir condiciones adversas. Actualmente, este tipo de misión ha ido modificando su manera de comprenderse porque se ha entendido que la fe no se impone a nadie y se han de respetar las otras culturas con sus propias tradiciones. En este sentido, esta misión ha de abrirse al diálogo ecuménico e interreligioso y ofrecer con gratuidad la fe que se profesa.

También la misión se realiza entre los que habiendo oído hablar de Cristo, se han alejado de la fe. Este es uno de los inmensos desafíos en los países tradicionalmente cristianos donde parece imperar más un sentido religioso cultural que de opción personal. Aunque se acuda a los sacramentos, por ejemplo, estos constituyen más un acto social que un compromiso de fe. Pero más preocupante que esto es la inmensa mayoría que ya no práctica en absoluto su fe, ni transmiten a sus hijos ningún sentido religioso.

Finalmente, la misión también se ejerce entre los que practican su fe y la viven coherentemente porque la experiencia de Dios no es algo estático y conseguido de una vez para siempre, sino que ha de alimentarse, formarse, irradiarla, celebrarla. La vida cotidiana es misión, la celebración sacramental es misión, el compromiso social es misión, la vida entera es misión.

Conviene, por tanto, que este mes ampliemos el horizonte para valorar profundamente las misiones en regiones distantes y difíciles, pero sin dejar de lado la misión en la vida cotidiana y mucho menos la misión entre los que se han alejado. Sobre estos últimos, no podemos olvidar que muchos se alejan por el anti testimonio de los que nos llamamos cristianos, con lo cual, nuestra responsabilidad es inmensa y hemos de sentirnos urgidos a la coherencia y testimonio para producir frutos que los atraigan nuevamente a participar de la comunidad eclesial.

Ser discípulos misioneros constituye entonces dos caras de la misma moneda. No se puede afirmar que se ama a Cristo si ese amor no se hace expansivo y comunicativo en la misión. Pero, al mismo tiempo, no se puede amar a manos llenas a cada uno de los hermanos si ese amor no se alimenta de la palabra de Dios, de los sacramentos, de la vida fraterna. Ojalá este mes misionero reavive en todos, el deseo de comunicar la propia fe y, como decían los discípulos, sentir que “no podemos dejar de hablar lo que hemos visto y oído” (Hc 4, 20). También agradecer la vida de tantos misioneros ad gentes, a quienes se les dedica más explícitamente este mes, para que sientan la fortaleza del envío y sigan siendo testimonio de la presencia de Dios en tantos pueblos que todavía hoy, no conocen a Cristo.

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