jueves, 29 de agosto de 2024

 

No es el apego a las normas lo que nos da más santidad y cercanía de Dios

Comentario al evangelio del domingo XXII del Tiempo Ordinario 1-09-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, no lavadas, -es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas-. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: ¿por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras? El les dijo: Bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, según está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres”. Dejando el precepto de Dios, se aferran a la tradición de los hombres.

Llamó otra vez a la gente y les dijo: óiganme todos y entiendan. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. (Mc 7, 1-8.14-15.21-23)

 

Las semanas pasadas veníamos con los textos de Juan que se referían de diversas maneras al pan de vida, a la Eucaristía. Este domingo volvemos a retomar la lectura del evangelio de Marcos y se nos presenta a Jesús discutiendo con los fariseos. La escena es muy clara. Los fariseos cumplen estrictamente la pureza ritual y critican a los discípulos de Jesús porque no cumplen esos preceptos que, los fariseos, consideran una tradición heredada de sus antepasados. Cabe hacer algunas aclaraciones. Al hablar de pureza no se refiere a suciedad o al pecado, o sea con una connotación moral, sino a la pureza ritual, es decir la preparación que debe realizarse para ejercer el culto. En realidad, los que debían practicar dicha pureza eran los sacerdotes porque iban al templo a hacer los sacrificios. No podían contaminarse, por ejemplo, con la sangre, o con tocar un cadáver o con las relaciones sexuales. Recordemos la parábola del buen samaritano que tanto el sacerdote como el levita no se detienen ante el caído en el camino porque van hacia el templo. Haberse detenido para ayudar al hombre asaltado por los ladrones, hubiera sido motivo de impureza, incapacitándolos para el culto. Hemos de recordar también que el agua era escasa, traer un cántaro para hacer los baños rituales no era tan sencillo, es decir, muchas veces las condiciones externas impedían cumplir con la pureza ritual, de ahí, que el énfasis no podía estar en las normas sino en la realidad vital de aquellos pobladores.

Pero este texto, no se refiere a los sacerdotes que estaban obligados a tal pureza ritual, sino a los fariseos que habían incorporado, dichos preceptos, a su vida cotidiana y es con ellos con quienes Jesús discute. La respuesta de Jesús ante la interpelación de los fariseos, en primer lugar, es dura. Les dice: “hipócritas”. Es la única vez que el evangelio de Marcos utiliza este término contra los fariseos. Lucas lo utiliza 4 veces y Mateo 15 veces.

Al decirles hipócritas se remite a un texto del profeta Isaías que se refiere al culto vacío, lleno de ritos y preceptos y no de una adhesión de corazón al Señor. Y dice explícitamente: estas son tradiciones de hombres no preceptos divinos. Y para que entiendan con más profundidad, continúa afirmando que nada de lo externo puede hacer impura a la persona, sino que es del corazón humano que salen las malas intenciones. Termina el texto, señalando un “catálogo de vicios” o lista de pecados, mostrando aquellas actitudes que en ese contexto se ven como un mal comportamiento de los creyentes.

Este texto no necesita demasiada explicación porque también en estos tiempos Jesús nos podría llamar a nosotros “hipócritas”, cada vez que anteponemos el culto a la vida, los preceptos al amor, las normas a las condiciones reales de la existencia. Y, es que, en estos tiempos, en algunos sectores eclesiásticos se enfatiza en lo ritual, se implementan normas, símbolos, costumbres que nada tienen que ver con el evangelio -por muy valiosas que en algún momento de la historia hayan podido ser ciertas formas- y se pone en el cumplimiento de esas tradiciones la razón de ser de la fe que se profesa.

Nunca los signos externos pueden estar por encima del amor a los semejantes. Además de que cada signo responde a su tiempo y la actualización y adaptación al presente no es algo superfluo sino exigencia para mantener la vitalidad de nuestra fe. No es el apego a las normas lo que nos da más santidad y cercanía de Dios. Es el amor, vivido y practicado con todo el corazón lo que nos permite la comunión con nuestro Dios, la vida creyente que fructifica para el bien de la humanidad.

 

jueves, 22 de agosto de 2024

 

¿A dónde vamos a ir si no recuperamos lo esencial del evangelio?

Comentario al evangelio del domingo XXI del Tiempo Ordinario 25-08-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: “Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?” Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Y cuando vean al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? (…) El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen”. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quien era el que lo iba a entregar. Y decía: “Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre”. Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él. Jesús dijo entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren marcharse?” Le respondió Simón Pedro: “Señor, ¿Dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.  (Jn 6, 60-69)

 

Este domingo termina el largo discurso sobre el pan de vida que nos ha acompañado todo este mes de agosto. Si en los domingos anteriores, Jesús se dirigió a la multitud y luego a los judíos, ahora se va a dirigir a los discípulos y concretamente a los Doce. Se esperaría que ellos si hubieran entendido a Jesús, pero el texto, inicialmente, muestra todo lo contrario. Los Doce también murmuran, comentando que es muy duro ese lenguaje. Es decir, reconocer en Jesús la presencia de Dios, no se ajusta a sus lógicas y les parece un lenguaje duro, difícil de escuchar. Rompe con la tradición judía, con la trascendencia de Dios, con el buscarlo subiendo a los cielos, todo lo contrario, a ese Dios que ha bajado en Jesús y se encarna en la cotidianidad de la historia.

Nuevamente Jesús sale al paso, sabiendo lo que están murmurando, y les explica una vez más: el espíritu es el que da vida, todo lo que Él les ha dicho es espíritu y vida. El texto dice que Jesús sabe que hay algunos que no creen e, incluso, que alguno de ellos lo va a entregar.

Las siguientes palabras de Jesús no se pueden entender cómo si ya hubiera algunos predestinados para seguir a Jesús y otros no, al decir que “nadie viene a él si el Padre no se lo concede”. Hay que entenderlo en el contexto del don de Dios que nos llega, a la gracia de la fe que no depende de nuestras fuerzas sino del Dios mismo.

El texto va terminando, señalando las posibilidades que se tienen frente a Jesús. Muchos discípulos se vuelven atrás. Definitivamente no creen en Jesús. Prefieren volver a lo conocido. Es demasiado riesgo aceptar los valores del reino. El fracaso comienza, ese fracaso que llegará hasta la cruz. Jesús entonces se vuelve sobre los suyos, sobre los más cercanos para hacerles la pregunta que marca la diferencia: ¿también ustedes quieren marcharse? Pero aquí Pedro tiene la oportunidad de reafirmar la fe: Jesús tiene las palabras de vida eterna, ellos creen y van a seguir con Él.

La pregunta que Jesús hace a sus discípulos también nos la dirige a nosotros. Lo que está en juego es la fidelidad al evangelio que se nos ha comunicado y sabemos que no es fácil. La historia de la iglesia nos muestra cómo vamos domesticando el evangelio y, una y otra vez, necesitamos convertirnos. En la realidad actual, la llamada a la sinodalidad es una llamada a la conversión. A más de uno, hoy también Jesús les podría preguntar si quieren marcharse de este camino sinodal. Ojalá que, aunque no está fácil dejar el clericalismo, mucho más difícil incluir verdaderamente a las mujeres y casi imposible que se escuchen todas las voces y se responda a sus demandas, repitamos las palabras de Pedro de no marcharnos sino empujar con todas nuestras fuerzas la Iglesia sinodal en misión, mucho más parecida a la Iglesia que Jesús quería.

viernes, 16 de agosto de 2024


 Comentario al evangelio del domingo 18-08-2024

jueves, 15 de agosto de 2024

 

No hemos entendido a Jesús, si la eucaristía no nos compromete con la vida

Comentario al evangelio del domingo XX del Tiempo Ordinario 18-08-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

“Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo”. Discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “En verdad, en verdad les digo, si no comen la carne del hijo del hombre, y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre”. Esto lo dijo enseñando en la sinagoga en Cafarnaúm. (Jn 6, 51-59)

 

Habíamos anunciado el domingo pasado que al utilizar la expresión “es mi carne para la vida del mundo”, Jesús estaba introduciendo el signo eucarístico. Esta realidad será la que se desarrollará este domingo. Algunos especialistas sostienen que esta unidad es un texto litúrgico que fue introducido posteriormente para que el evangelio fuera mejor recibido. En efecto, en este breve texto se concentra el misterio eucarístico: comer la carne y beber la sangre de Jesús. El texto nos presenta lo que discuten los judíos entre ellos: ¿cómo puede ese hombre darles a comer su carne? Y más complejo aún, “beber su sangre”, que según las prescripciones judías estaba prohibido y, quién lo hiciera, sería condenado a muerte. Por esto es comprensible que este diálogo que, según el mismo texto acontece en la sinagoga de Cafarnaúm, no es fácil y se agudizan los dos niveles de los que hablamos el domingo anterior. Los judíos se toman “al pie de la letra” -diríamos con nuestros términos- lo que Jesús está diciendo y, por su parte, Jesús está hablando del significado del signo de su cuerpo y de su sangre, que supone un salto de fe, un nuevo horizonte, un situarse en la lógica del reino.

El evangelista Juan pone en boca de Jesús la expresión “en verdad, en verdad les digo” para mostrar el énfasis que Jesús está dando a su revelación: los que comen y beben su sangre, tendrán vida eterna mientras, los que no lo hagan, no tendrán esa vida. Además, el comer su carne y beber su sangre, engendra esa inhabitación mutua entre Jesús y los que lo reciben, ese permanecer en Él, término tan característico del evangelio de Juan.

Es el Padre el que envía a Jesús y Jesús comunica lo que su Padre le ha confiado. Una vez más recuerda a los judíos que sus padres murieron porque comieron un pan que no es su carne y su sangre, no era el pan que daba la vida eterna.

No podemos señalar más aspectos de este breve texto, pero por la referencia eucarística, podríamos decir una palabra sobre nuestra vivencia actual de la eucaristía. Los cristianos respetan la eucaristía, la valoran, defienden la presencia real de Jesús en el pan y el vino eucarístico y acuden a recibirla con devoción y respeto. Pero no sobra recordar que podemos, muchas veces, enfrascarnos en discusiones similares a la de los judíos que hoy nos presenta el texto, referidas a todo lo anterior sin centrarnos en lo fundamental y definitivo del misterio eucarístico. Antes que una devoción individual es una experiencia comunitaria. Antes que un rito litúrgico es signo de la mesa compartida, en la que han de sentarse todos y todas, hijos e hijas del mismo Dios padre/madre. Antes que una obligación por cumplir es un compromiso de justicia por vivir. En verdad, la eucaristía como misterio central de nuestra fe ha de vivirse en la dinámica de esa mutua pertenencia: la eucaristía nos lanza a la vida y la vida es la que se celebra en la eucaristía. Conviene revisar nuestras eucaristías para que ellas revelen a Jesús y nos comuniquen la fuerza para hacer lo que Él hizo, liberándola de un rito intimista y vacío que Dios mismo rechaza y no dice nada a nuestros contemporáneos.

 

lunes, 12 de agosto de 2024

 

A propósito de la fiesta de la Asunción

Con María, verdadera hermana nuestra, caminemos hacia la eternidad

Hemos comentado varias veces la fiesta de la Asunción de María -que se conmemora este mes de agosto- porque esta, como las otras festividades marianas, han convocado durante siglos al pueblo de Dios en la vivencia de su fe. María, “una de las nuestras” o “verdadera hermana nuestra” o “primera discípula”, como se le llama en reflexiones más recientes, nos enseña el seguimiento de Jesús, con actitudes que deben acompañar la vida cristiana: escucha al espíritu (la anunciación, Lc 1, 26-38), fidelidad a los valores del reino (Bodas de Caná, Jn 2, 1-12), anunciadora de las maravillas de Dios (canto del Magnificat, Lc 1, 46-49), profeta para denunciar la injusticia y anunciar los tiempos nuevos desde Dios (canto del Magnificat, Lc 1, 50-55), fiel hasta el final (María al pie de la cruz, Jn19,25), presente en el inicio de la iglesia (Pentecostés, Hc 1, 14).

No hay datos bíblicos sobre la Asunción de María, pero la celebramos porque en 1950, el Papa Pío XII proclamó este dogma, respondiendo a una creencia que el pueblo cristiano manifestaba sobre el final de la vida de María. Si ella recibió el don de ser madre del Hijo de Dios, es fácil pensar que ella recibió, también, la plenitud de la salvación. Esta fiesta responde a un dogma proclamado por la Iglesia pero que recoge lo que el pueblo cree. Por esta razón no es un invento eclesial sino una confirmación del sensus fidei (sentido de la fe del pueblo de Dios) que la institución eclesial acoge y reafirma.

De todas maneras, tanto el dogma de la Asunción como tantos otros de la fe cristiana, necesitamos explicarlos de acuerdo a las comprensiones que se han ido desarrollando, a la luz de los aportes de la exégesis y la hermenéutica bíblica y teológica, las cuales permiten “traducir” a términos actuales lo que en el pasado se expresó con el lenguaje y comprensión de esa época. En el caso del dogma de la Asunción, el énfasis no está en un hecho milagroso que la ciencia no explica, sino en una experiencia de fe sobre la persona de María que nos hace afirmar que, a ella, Dios le concedió ya, lo que todos esperamos alcanzar cuando termine nuestra vida en este mundo. En ese sentido, la celebración de esta fiesta nos anima a seguir caminando hacia la meta, a mantener el compromiso cristiano de amor, solidaridad, misericordia, justicia, paz, como María supo mantenerlo, con la confianza de que vamos haciendo posible el reino de Dios entre nosotros y, en ese sentido, vamos experimentando lo que esperamos saborear de manera plena en la eternidad.

Cabe anotar que es importante seguir recuperando una figura de María más comprometida con la vida cotidiana que una María extraordinaria, alejada de este mundo. Recientemente el Vaticano ha lanzado una alerta sobre las “supuestas” apariciones de la Virgen que se dan en muchos lugares y se ha reservado el derecho de declararlas o no como tales. Una cosa es la experiencia de fe mariana que puede vivirse de manera privilegiada en un momento de la historia y por la cual se erige un santuario mariano y otra la explotación del sentimiento religioso acudiendo a la magia, lo sobrenatural, lo extraordinario y dirigido astutamente por supuestos “videntes”. Es necesario estar muy atentos a la confirmación eclesial de cualquier evento de este tipo para no desvirtuar la fe y no ser víctimas de estafadores que también abundan y aprovechan las cuestiones religiosas para sus fines.

Y no solo hay que ser precavidos con las apariciones marianas sino también con algunos grupos que invocando a María se han ido convirtiendo en un tipo de “secta” porque se creen los poseedores de la verdad y viven doctrinas, ritos, costumbres, tradiciones más pre-vaticanas que acordes con los desarrollos eclesiológicos actuales. Además, privilegian una imagen de María que provoca miedo, temor y que mira este mundo actual, condenándolo y fomentando el rechazo y exclusión de lo diferente, todo muy contrario a la misericordia, inclusión y acogida de los signos de los tiempos en los que el espíritu de Dios sigue hablando hoy.

En ese sentido, rezar el rosario es una devoción mariana muy rica sino se separa de Jesucristo. De ahí que se proponga la consideración de los misterios de la vida de Cristo al unísono con el rezo de las cincuenta avemarías. Lamentablemente, en esos grupos y, a veces, en algunos espacios eclesiales, se sigue fomentando una repetición de avemarías más que un momento contemplativo y de interiorización de los misterios de nuestra fe. Una revisión de esta devoción ayudaría mucho a alimentar la vida cristiana. No es María la que necesita que nosotros recemos. No es el número de avemarías lo que interesa. El rosario es un medio para ayudarnos a entrar en diálogo con Jesús, a través de María, pero el objetivo es favorecer la experiencia de oración y no la repetición inconsciente de palabras vacías.

Aprovechemos la celebración de esta festividad mariana para recrear nuestra devoción hacia ella, centrándola más en la fe en su hijo Jesús que en visiones apocalípticas del mundo o en temores que parece ella nos anuncia en supuestas apariciones, tan alejadas del reino de Dios, del evangelio, del auténtico sentir eclesial. Ella, verdadera hermana nuestra, nos acompaña en nuestro camino hacia la eternidad, invitándonos a vivir como ella vivió, siempre colaborando y haciendo posible el amor de Dios entre nosotros.

 

 

jueves, 8 de agosto de 2024

Comentario al evangelio del 11 08 2024

 

Creer que Jesús el hijo de José, es el Hijo de Dios, dador de vida eterna

Comentario al evangelio del domingo XIX del Tiempo Ordinario 11-08-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo”. Y decían: “¿No es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: ¿He bajado del cielo?” Jesús les respondió: No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae y; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad les digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo”. (Jn 6, 41-51)

 

Continuamos este domingo con el discurso del pan de vida del capítulo 6 del evangelio de Juan. Pero aquí, Jesús ya no va a hablar a la multitud -como lo hizo en el evangelio del domingo pasado- sino a los judíos, es decir, especificando quiénes son sus interlocutores.  Y comienza invitándolos a no “murmurar” de Él. Jesús conoce que ellos que, aparentemente lo siguen, en el fondo, no acaban de creerle y, lo expresan, con la frase que de distinta manera repiten los cuatro evangelios: “no es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos?”. Recordemos que Mateo (13, 55-56) y Marcos (6, 3) se refieren a “no es este el hijo del carpintero”. En cambio, Lucas (4, 22) y Juan se refieren al hijo de José. Lo que es cierto es que están hablando a dos niveles muy distintos. Los judíos hablan del Jesús que conocen entre ellos, el hijo de José, y no acaban de entender lo que Él les está revelando. Jesús habla de su Padre del cielo al que Él muestra con sus signos.

Jesús continúa refiriéndose a lo que está escrito en los profetas. En realidad, es una cita de Isaías (54,13) que dice: “todos tus hijos serán discípulos de Yahveh y será grande la dicha de tus hijos”. En el texto de Juan, Jesús la interpreta de manera libre, diciendo: “serán todos enseñados por Dios”. Invita con esto a los judíos a que se dejen enseñar por Dios quien ahora les está hablando a través suyo.

El evangelista Juan usa la expresión “en verdad, en verdad les digo” para destacar los dichos importantes de Jesús. En esta ocasión les vuelve a mostrar que el pan que comieron sus padres en el desierto, no era el pan de vida que ahora se les revela porque sus padres, aunque comieron de ese pan, murieron. Con Jesús, el Padre les revela el verdadero pan vivo que da la vida para siempre. Y utiliza una expresión “es mi carne” que abre el significado del signo al pan eucarístico, del que explícitamente nos ocuparemos el próximo domingo.

En conclusión, la fuerza está en el creer en Jesús, siendo capaces de dejarlo de ver simplemente como hijo de alguien que conocen y reconocerlo como el Hijo del Padre del cielo quien es la fuente de vida para siempre. Pero, como dijimos el domingo pasado, un creer que no es una idea, una doctrina, una verdad de fe -como se suele decir- que tantas veces se queda en conceptos abstractos sin ninguna incidencia en la vida. Creer en Jesús y reconocerlo como hijo del Padre es entender el signo que Jesús nos transparenta con toda su vida. Es creer que actuar como Jesús actúo, es ser hijos en el Hijo, hijos del Dios Padre/madre que nos hace hermanos y hermanas a todos los seres humanos. De ahí que el pan de vida es la fraternidad/sororidad real que engendra el creer en el Jesús de la historia, asesinado por las autoridades de su tiempo, pero resucitado por Dios, abriendo para los discípulos que se han dejado enseñar por Jesús, la vida para siempre.

jueves, 1 de agosto de 2024

 

Creer en Jesús “pan de vida” es reconocer en sus palabras y obras la presencia de Dios entre nosotros

Comentario al evangelio del domingo XVIII del Tiempo Ordinario 04-08-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: “Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?” Jesús les respondió: “En verdad, en verdad les digo: ustedes me buscan no porque han visto señales, sino porque han comido de los panes y se han saciado. Obren, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre porque a éste es a quien el Padre, Dios; ha marcado con su sello. Ellos le dijeron: “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?” Jesús les respondió: “La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado”. Ellos entonces le dijeron: “¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer”. Jesús les respondió: “En verdad, en verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo; es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre y el que crea en mí, no tendrá nunca sed”. (Jn 6, 24-35)

 

Este mes vamos a continuar con el evangelio de Juan, concretamente el capítulo 6, donde Jesús se revela como pan de vida. Por eso, tal vez todos estos domingos, insistiremos en algunos aspectos, porque cada domingo expone una parte de este capítulo. En este domingo, después de la multiplicación de los panes que lo comentamos el domingo pasado, Jesús se ha ido a la otra orilla para huir de las multitudes que lo quieren hacer rey. Pero hasta allí llegan preguntándole cuándo ha llegado allí. Jesús no contesta lo que le preguntan, sino que directamente les explica lo que ellos, parece, aún no han entendido. Jesús les dice que no lo buscan por el signo realizado en la multiplicación de los panes sino por el pan material que los ha saciado. Comienza, entonces, a profundizar en el significado de “signo” que tuvo la multiplicación de los panes y que la gente no acaba de entender. Ese pan trasciende su significado material -no porque se desprecie lo material, a los hambrientos hay que saciarlos y, justamente, a quién diera de comer a un hambriento, como dice el evangelio de Mateo (25, 35) Dios lo pondrá a su lado, en el último día. Hago esta aclaración de lo material porque vivimos bastante dicotomía entre nuestra vida real de cada día y lo que llamamos la vida espiritual. Esta vida en el espíritu se vive en el aquí y ahora de nuestra existencia cotidiana, en el mundo que construimos, en la justicia social que apoyamos.

Volviendo al significado del "signo del pan”, Jesús continúa diciendo que ese pan que Moisés dio a sus antepasados en el desierto, en realidad fue Dios quien se los dio y ahora, ese mismo Dios, se los está dando, en su misma persona. Jesús es el pan de vida y solo quien cree en el signo, que es Jesús mismo, está entendiendo el querer de Dios y el obrar de Dios. Precisamente a Jesús le preguntan ¿qué obras haces para que creamos? Y su respuesta se refiere a lo que él es: todo su obrar es el pan que da vida, sus palabras y obras -que ya las hemos venido señalando en los anteriores evangelios- curar enfermos, hablar con mujeres, expulsar demonios, etc., son las obras de Dios porque traen la vida al mundo, la vida a las personas concretas a las que su acción llega.

El texto revela esa indecisión que también refleja nuestra vida cristiana. Parece que creemos y reconocemos en la persona de Jesús -en sus palabras y obras, insisto, para no pensar en un Jesús desencarnado, sacado de nuestra realidad, que Él es el enviado de Dios y por eso le piden que les de ese pan. Pero Jesús sabe que esas palabras o buenas intenciones que muchas veces manifestamos, con facilidad las dejamos de lado y seguimos anclados en el pan material, es decir, en vivir en la lógica del anti reino y no en la lógica de los valores del reino. Por eso les repite que Él es el pan de vida y quien crea en Él no tendrá hambre y no tendrá sed.

Es muy importante darles carne, historia, realidad a las palabras del evangelio del Juan, porque al ser más teológico que los otros evangelistas, nos pueden llevar a quedarnos en ideas y no bajarlas a la realidad. Creer en Jesús es creer que con su vida nos revelo quién es Dios, cómo es Dios y cuál es su deseo sobre la humanidad. Y si lo creemos, la consecuencia lógica es hacer lo que Él hizo, amar como Él amó, ponerse del lado de los últimos cómo Él lo hizo, trabajar por hacer presente el reino a través de la justicia y el asegurar la vida digna para todos. Creer no es creer en ideas o en realidades sobrenaturales. Creer en Jesús es creer en el Hijo del hombre, hecho ser humano y porque reconocemos en Él, al Hijo de Dios entre nosotros, le seguimos allí donde Él vive, haciendo lo que Él hizo.