No es el apego a las normas lo que nos da más santidad y
cercanía de Dios
Comentario al
evangelio del domingo XXII del Tiempo Ordinario 1-09-2024
Olga Consuelo Vélez
Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos
de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras,
es decir, no lavadas, -es que los fariseos y todos los judíos no comen sin
haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los
antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas
cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y
bandejas-. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: ¿por qué tus
discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen
con manos impuras? El les dijo: Bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas,
según está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son
preceptos de hombres”. Dejando el precepto de Dios, se aferran a la tradición
de los hombres.
Llamó otra vez a la gente y les dijo: óiganme todos y entiendan.
Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que
sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del
corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos,
asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia,
injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y
contaminan al hombre. (Mc 7, 1-8.14-15.21-23)
Las semanas pasadas veníamos con los textos de Juan que se referían de
diversas maneras al pan de vida, a la Eucaristía. Este domingo volvemos a
retomar la lectura del evangelio de Marcos y se nos presenta a Jesús
discutiendo con los fariseos. La escena es muy clara. Los fariseos cumplen
estrictamente la pureza ritual y critican a los discípulos de Jesús porque no
cumplen esos preceptos que, los fariseos, consideran una tradición heredada de
sus antepasados. Cabe hacer algunas aclaraciones. Al hablar de pureza no se
refiere a suciedad o al pecado, o sea con una connotación moral, sino a la
pureza ritual, es decir la preparación que debe realizarse para ejercer el
culto. En realidad, los que debían practicar dicha pureza eran los sacerdotes
porque iban al templo a hacer los sacrificios. No podían contaminarse, por
ejemplo, con la sangre, o con tocar un cadáver o con las relaciones sexuales.
Recordemos la parábola del buen samaritano que tanto el sacerdote como el
levita no se detienen ante el caído en el camino porque van hacia el templo. Haberse
detenido para ayudar al hombre asaltado por los ladrones, hubiera sido motivo
de impureza, incapacitándolos para el culto. Hemos de recordar también que el
agua era escasa, traer un cántaro para hacer los baños rituales no era tan
sencillo, es decir, muchas veces las condiciones externas impedían cumplir con
la pureza ritual, de ahí, que el énfasis no podía estar en las normas sino en
la realidad vital de aquellos pobladores.
Pero este texto, no se refiere a los sacerdotes que estaban obligados a
tal pureza ritual, sino a los fariseos que habían incorporado, dichos
preceptos, a su vida cotidiana y es con ellos con quienes Jesús discute. La
respuesta de Jesús ante la interpelación de los fariseos, en primer lugar, es
dura. Les dice: “hipócritas”. Es la única vez que el evangelio de Marcos
utiliza este término contra los fariseos. Lucas lo utiliza 4 veces y Mateo 15
veces.
Al decirles hipócritas se remite a un texto del profeta Isaías que se
refiere al culto vacío, lleno de ritos y preceptos y no de una adhesión de
corazón al Señor. Y dice explícitamente: estas son tradiciones de hombres no
preceptos divinos. Y para que entiendan con más profundidad, continúa afirmando
que nada de lo externo puede hacer impura a la persona, sino que es del corazón
humano que salen las malas intenciones. Termina el texto, señalando un
“catálogo de vicios” o lista de pecados, mostrando aquellas actitudes que en
ese contexto se ven como un mal comportamiento de los creyentes.
Este texto no necesita demasiada explicación porque también en estos
tiempos Jesús nos podría llamar a nosotros “hipócritas”, cada vez que anteponemos
el culto a la vida, los preceptos al amor, las normas a las condiciones reales
de la existencia. Y, es que, en estos tiempos, en algunos sectores eclesiásticos
se enfatiza en lo ritual, se implementan normas, símbolos, costumbres que nada
tienen que ver con el evangelio -por muy valiosas que en algún momento de la
historia hayan podido ser ciertas formas- y se pone en el cumplimiento de esas
tradiciones la razón de ser de la fe que se profesa.
Nunca los signos externos pueden estar por encima del amor a los
semejantes. Además de que cada signo responde a su tiempo y la actualización y
adaptación al presente no es algo superfluo sino exigencia para mantener la
vitalidad de nuestra fe. No es el apego a las normas lo que nos da más santidad
y cercanía de Dios. Es el amor, vivido y practicado con todo el corazón lo que
nos permite la comunión con nuestro Dios, la vida creyente que fructifica para
el bien de la humanidad.
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