Entender el amor misericordioso de nuestro Dios y dar
testimonio de ese mismo amor
Comentario
al evangelio del IV domingo de cuaresma (30-03-2025)
Olga Consuelo Vélez
Todos los
recaudadores de impuestos y los pecadores se acercaban a escuchar. Los fariseos
y los doctores murmuraban: Éste recibe a pecadores y come con ellos. Él les
contestó con la siguiente parábola: Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo al
padre: Padre, dame la parte de la fortuna que me corresponde. Él les repartió
los bienes. A los pocos días el hijo menor reunió todo y emigró a un país
lejano, donde derrochó su fortuna viviendo una vida desordenada. Cuando gastó
todo, sobrevino una carestía grave en aquel país, y empezó a pasar necesidad. Fue
y se puso al servicio de un hacendado del país, el cual lo envió a sus campos a
cuidar cerdos. Deseaba llenarse el estómago de las bellotas que comían los
cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitando pensó: A cuántos
jornaleros de mi padre les sobra el pan mientras yo me muero de hambre. Me
pondré en camino a casa de mi padre y le diré: He pecado contra Dios y te he
ofendido; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Trátame como a uno de tus
jornaleros. Y se puso en camino a casa de su padre. Estaba aún distante cuando
su padre lo divisó y se enterneció. Corriendo, se le echó al cuello y le besó.
El hijo le dijo: Padre, he pecado contra Dios y te he ofendido, ya no merezco
llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus sirvientes: Enseguida, traigan el
mejor vestido y vístanlo; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los
pies. Traigan el ternero engordado y
mátenlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha
revivido, se había perdido y ha sido encontrado. Y empezaron la fiesta. El hijo
mayor estaba en el campo. Cuando se acercaba a casa, oyó música y danzas y
llamó a uno de los sirvientes para informarse de lo que pasaba. Le contestó: Es que ha regresado tu hermano y
tu padre ha matado el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo.
Irritado, se negaba a entrar. Su padre salió a rogarle que entrara. Pero él le
respondió: Mira, tantos años llevo sirviéndote, sin desobedecer una orden tuya,
y nunca me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos. Pero, cuando ha
llegado ese hijo tuyo, que ha gastado tu fortuna con prostitutas, has matado
para él el ternero engordado. Le contestó: Hijo, tú estás siempre conmigo y
todo lo mío es tuyo. Había que hacer fiesta porque este hermano tuyo estaba
muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado (Lc 15, 1-3.11-32)
Esta parábola tiene un marco que nos
permitirá entender mejor su mensaje. Jesús acoge a los recaudadores de
impuestos y pecadores y come con ellos, acción que para los fariseos y doctores
de la ley es contraria a lo que ha de hacer un buen judío. Por eso las dos
parábolas que preceden a esta, la del buen pastor y la de la mujer que
encuentra la moneda tienen la intención de mostrar la alegría de encontrar
aquello que se ha perdido. Cuando Jesús se sienta con los pecadores, está
abriéndoles la posibilidad de ser incluidos en la mesa del reino y ellos están
volviendo a casa. Por eso merece que se convoque a los “amigos y vecinos” -en
el caso del buen pastor, y a las “amigas y vecinas” en el caso de la mujer para
celebrar una alegría tan grande.
Pero en esta parábola llamada del
“Hijo pródigo” o del “Padre misericordioso” o del “Hijo mayor”, Jesús se pude
explayar mejor para mostrar no solo esa vuelta de los que no están en casa sino
para interpelar a aquellos que no se alegran por tal acontecimiento. En este
caso el hijo mayor que encarna, perfectamente, a los fariseos y doctores de la
ley que le critican.
Desglosando un poco la parábola, vemos
como el hijo menor ha deseado, prácticamente, la muerte de su padre. Le pidió
la herencia, se fue de casa, la malgastó y regresa, no tanto porque reconozca
sus errores sino porque no tiene que comer. En realidad, es la necesidad la que
lo hace volver.
Por su parte el padre se comporta muy
distinto a la imagen de “padre” que se tenía en ese tiempo, no tan lejana a la
que todavía se tiene. No es el padre autoritario, implacable y castigador de
los malos hijos. Por el contrario, es el padre que lo divisa a lo lejos
-pareciera que lo estuviera esperando- y se llena de compasión, es decir, lo
acoge desde las entrañas. Por eso, no escatima en devolverle todo lo que el
hijo había despreciado y pide a sus siervos lo vistan y adornen para el
banquete que ofrecerá en su honor. El motivo ya lo conocemos desde las
anteriores parábolas: estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha
sido hallado.
La actitud del hijo mayor contrasta,
como ya dijimos, con la del padre. Escucha la música de la fiesta a lo lejos y,
cuando sabe el motivo, le reprocha a su padre por el recibimiento que ha hecho
a su hermano -a quien no llama así sino ese “hijo tuyo”, mostrando la distancia
que quiere poner de él-, y por no tener en cuenta que él nunca ha hecho algo
semejante. El padre no desmiente lo que el hijo mayor dice de su hermano porque
tiene razón frente al comportamiento del hijo menor, pero quiere mostrarle cuál
es el amor del mismo Dios -que este padre de la parábola representa- que excede
la lógica del deber, antecediendo la compasión y la misericordia para con
todos, especialmente por los últimos.
Que, en esta cuaresma, tiempo de
conversión y cambio, entendamos el amor compasivo de nuestro Dios para vivirlo
y anunciarlo. De esa manera se abrirán caminos de alegría y fiesta porque a
todos se les acoge y se les da una nueva oportunidad, haciendo real entre
nosotros, la “alegre” mesa del reino, que siempre sienta de primeras a más
necesitados de cada tiempo.
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