En el Día de la Mujer, seguir trabajando por una
sociedad y una iglesia que no excluya a las mujeres
Olga Consuelo
Vélez
8 de marzo 2025
De nuevo conmemoramos el 8 de marzo -Día Internacional de la Mujer- y
seguimos explicando que este día no es para recibir flores o dulces sino para
aumentar la conciencia -tanto de las mujeres como de los varones- de que
históricamente las mujeres hemos estado en un segundo lugar -basta recordar la
popular frase “detrás de cada hombre hay una gran mujer”; no hemos tenido
derechos civiles (muy lentamente se han ido consiguiendo, sabiendo que aún en
algunas sociedades esto todavía no ha llegado); hemos sido (y seguimos siendo) víctimas
de violencia por el hecho de ser mujeres; nos ha tocado esforzarnos el “doble”
para mostrar que somos capaces de ejercer tareas que culturalmente habían sido
asignadas a los varones; y que aún vivimos en sociedades patriarcales,
machistas androcéntricas donde la violencia simbólica, de lenguaje, de actitudes,
de cosmovisión, etc., siguen imperando. Podríamos seguir nombrando más
situaciones de la sociedad y añadir las de la Iglesia que, con respecto a las
mujeres, no han sido muy distintas.
Pero estas luchas en búsqueda de cambios sociales y culturales no son
fáciles, suponen demasiada constancia para no decaer en ellas y fortaleza para
escuchar críticas de parte, incluso, de las que son beneficiadas con estas
luchas. Por ejemplo, es común escuchar que algunas mujeres consideran que las
feministas son mujeres desadaptadas y que violentan a los hombres. Que algún
caso se haya dado, es posible, pero que esto permita deslegitimizar las luchas
feministas es muy cuestionable. También está la gran cantidad de mujeres que
viven al margen de una conciencia crítica respecto al dolor y violencia que
sufren las mujeres y, precisamente, por esa indiferencia, hacen más difícil un
cambio. Ni que decir de las mujeres que consiguen algún puesto representativo
en medio de un grupo de varones. Situadas ya en ese estatus, afirman que no hay
ningún obstáculo para las mujeres ya que ellas son el ejemplo y avalan la
conciencia patriarcal de que el problema no es la estructura sino la falta de
preparación de las mujeres. No faltan los varones que dicen sentirse “atacados”
porque se denuncia el sistema patriarcal y se excusan de mil formas para evadir
el tema. En realidad, deberían involucrarse igual que las mujeres porque la
sociedad patriarcal también los afecta a ellos grandemente.
En la iglesia también, como ya dijimos, se dan situaciones similares. Cuando
se plantea este tema, muchos párrocos afirman que toda su parroquia está
llevada por mujeres y, por lo tanto, allí no hay ninguna exclusión de género.
Esas afirmaciones suelen ser muy engañosas porque es la falta de varones lo que
permite que haya tantas mujeres, no la voluntad decidida de los dirigentes
eclesiales de compartir sus responsabilidades con las mujeres. De hecho, en la
actualidad hay más laicas afirmando que su servicio no siempre es valorado y
que si llega otro párroco ya pueden salir de ese espacio porque el próximo trae
otras ideas y las impone sin preguntarle a los fieles de la parroquia si les
parece bien. Hasta ahora las parroquias parece que son propiedad de los
párrocos y no de la comunidad eclesial que participa de ella.
Por otra parte, los nombramientos que ha hecho el papa Francisco de mujeres
en puestos de responsabilidad, constituyen un paso adelante para cambiar los
imaginarios y las prácticas. Pero, al mismo tiempo, pueden servir, a veces, como
distractores de un cambio estructural que garantice que, sea este Papa o el
siguiente, se siga impulsando una iglesia donde el laicado -y especialmente las
mujeres, por la exclusión vivida- tengan derechos frente a la organización, la
planeación y el desarrollo de la vida de la Iglesia por la dignidad bautismal
que poseen.
Conmemoremos, entonces, este día, pidiendo fortaleza para no decaer en las
peticiones por cambios estructurales. Pidamos constancia para seguir
denunciando tantos micro y macro machismos cotidianos, sin temor a resultar
molestas para los que no quieren modificar el status quo vigente. Vivamos
la conciencia creyente de no ahogar el espíritu de Dios que, en el proceso
sinodal empujó, una y otra vez, por la igualdad plena de las mujeres en la
Iglesia y, sin embargo, su voz sigue siendo restringida, opacada, retenida. El
alto número de votaciones en contra del numeral 60 del Documento final del
Sínodo (publicado en octubre del 2024) que sintetiza la realidad de las
mujeres, así lo demuestra (el numeral fue aprobado, pero tuvo 97 votos en
contra, lo cual no fue el promedio de los otros numerales que tuvieron 2, 5, 10
y algún otro 40, 38, etc., en contra). Y la postergación casi que “indefinida”
de responder a la exigencia de los ministerios ordenados para las mujeres, lo
deja en evidencia. Curiosamente en ese mismo numeral se afirma: “lo que viene
del Espíritu no puede detenerse” y, sin embargo, la marcha lenta y sin
profecía, sigue vigente.
Apoyemos tantos movimientos creyentes-feministas que siguen pidiendo “hasta
que la igualdad se haga costumbre”, “hasta que en la iglesia no haya ninguna
exclusión en razón del sexo”, porque la igualdad de la mujer con los varones es
algo “del Espíritu” más que de ideas raras de unas pocas mujeres, como creen
algunos.
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