María -la del evangelio- y las advocaciones marianas
Las diferentes
advocaciones o nombres de la Virgen María confunden a veces al Pueblo de Dios.
Aunque tienen la riqueza de manifestar la particularidad de cada cultura y es
una manera de apropiarse de la presencia mariana en una realidad concreta,
muchas personas piensan que se habla de “diferentes” vírgenes o que una es más
“milagrosa” que la otra. Ante esto, se hace necesario rescatar la figura de
María, la mujer sencilla y pobre de Nazaret, la que acompañó a su Hijo Jesús en
su misión y la que hoy, realmente, puede ser modelo de seguimiento.
Antes de hablar
de María de los Evangelios, señalemos dos aspectos de las advocaciones. El primero, muy positivo, se refiere a algunos
de estos rostros de María, tan proféticos y llenos de sentido. Es el caso, por
ejemplo, de la “Virgen de Guadalupe” -patrona de América Latina-. Con su rostro indígena, nos interpela sobre la
incorporación real y efectiva de estos pueblos en la comunidad cristiana y en
la sociedad, incorporación que fue negada al inicio del cristianismo en este
continente y que aún hoy no es plena en algunos estamentos. De una realidad
similar nos habla el rostro negro de “Nuestra Señora Aparecida” –patrona de
Brasil-. La esclavitud siempre será un pecado histórico del que no se salvó
nuestra experiencia de fe y que exige todavía hoy, la restitución de la
dignidad del pueblo negro y el compromiso con el reconocimiento de todos sus
derechos.
Un segundo
aspecto, menos positivo, es que algunas de las advocaciones marianas ofrecen
una María blanca, cabello rubio, ojos azules, llena de joyas y adornos que hacen
difícil reconocer en ella la imagen de
la mujer mestiza de nuestro Continente y mucho menos la de la mujer judía que
sin duda fue María de Nazaret. Hay que entender que estas advocaciones también
tienen contextos y realidades históricas que las hacen válidas y no niegan su profundo
significado de fe. Pero también es bueno acercarnos más a la María de los Evangelios, a
la mujer libre y fuerte, primera discípula y misionera, modelo de seguimiento y
compromiso cristiano (Documento de Aparecida 266.269).
María -la de los
Evangelios- nos habla de justicia y solidaridad. Nos habla de escucha y
compromiso. Nos habla de anuncio y fidelidad. El Magnificat –cantico puesto en
labios de María al visitar a su prima Isabel (Lc 1,46-55)- anuncia el plan de
salvación querido por Dios: derribar el sistema que hace que unos sean
poderosos y otros oprimidos, repletar a los hambrientos de todo lo que es
bueno, despojar de todo a los que ponen
su fuerza en las riquezas. Esa misma María capaz de anunciar proféticamente ese
“otro mundo posible”, es la que también pregunta cómo ha de colaborar en el
plan de salvación (Texto de la anunciación Lc 1,26-38) y se empeña en solucionar
las necesidades de los otros cuando su Hijo parece rehusarse (Las bodas de
caná, Jn 2, 1-10). Es también la que se
mantiene firme al pie de la cruz (Jn 19,25) -no por el sufrimiento abnegado al
que parecen estar destinadas las mujeres según el estereotipo patriarcal- sino
por fidelidad al seguimiento y por compromiso con los valores del Reino.
Este 15 de
agosto celebramos la Asunción de María, es decir, esa mujer como una de nosotros
que supo vivir su vida plenamente y el pueblo de Dios así lo reconoce. No se
proclama que fue subida a los cielos por méritos extraordinarios sino por la
vida real y comprometida que tuvo. Por su fe vivida día a día. Es por tanto
ocasión de querer vivir como ella para alcanzar y alcanzar así esa plenitud
definitiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.