Formación Bíblica y experiencia de fe
Cada vez se es más consciente en la vida
cristiana de la importancia de la Palabra de Dios para alimentar la fe y de la
formación bíblica para mantener la vigencia de esa Palabra para la humanidad.
La Biblia no es un libro tan fácil de
entender como parece a primera vista. Para un lector crítico hay
contradicciones y realidades desfasadas para el momento actual. Para un
creyente ingenuo a veces la Biblia le lleva a fundamentar creencias equivocadas.
Y al lector común le puede suceder que aunque encuentre palabras válidas y
atractivas para su vida, por falta de un mejor conocimiento, la Biblia no llega
a ser tan significativa como otros “libros de sabiduría” –expresión utilizada
para referirse a tantos libros que promueven el conocimiento propio, la
positividad, recuperación de la autoestima, el liderazgo y la asertividad-.
La Sagrada Escritura nos comunica el
designio de Dios sobre la humanidad a través de la historia de Israel
interpretada desde la fe –Antiguo Testamento- y la percepción de las primeras
comunidades cristianas de esa misma historia salvífica acontecida en Jesucristo
–Nuevo Testamento-. Pero se escribe en géneros literarios, figuras y símbolos que
hemos de comprender bien porque están condicionados por esa cultura particular
con sus costumbres y tradiciones, visión de mundo y de ser humano. Por ser
escrita así, la Biblia merece un estudio serio y profundo para comprender su
lenguaje y su contexto pero sobre todo para poder discernir cuál es ese
designio divino sobre la humanidad, en su sentido más profundo, libre de formas
culturales y rico en sentido y orientación de vida.
Quien comienza a entender cómo se fue
formando la Biblia y cómo la historia fue condicionando la comprensión de Dios
y del mundo, se llena de razones para entender su propia historia y la forma
cómo Dios va actuando en ella. A modo de ejemplo, los cuatro evangelios nos
relatan 4 experiencias distintas de las primeras comunidades cristianas, donde
se ve con claridad el énfasis vivido por cada grupo, la finalidad que persiguen
dependiendo de los destinatarios y la manera cómo desde su contexto fueron
entendiendo a Jesucristo. Esa pluralidad manifestada en la Sagrada Escritura
nos posibilita entender la unidad de fe –imprescindible- pero la diversidad de
vivencia y énfasis de cada momento particular, abriéndonos a la comunión con
los otros, a la aceptación de la pluralidad y a la mutua acogida de diferentes
perspectivas.
Y qué decir de la riqueza que se va
descubriendo en el texto bíblico en la medida que se interpreta desde lo que
hoy se llama hermenéutica de la mujer, indígena, afro –refiriéndose a los
sujetos- o de liberación, ecológica, ecuménica e interreligiosa –refiriéndose a
las realidades-.
Todos los domingos se proclama la Palabra
de Dios en la Eucaristía. La homilía no es el espacio para brindar la formación
bíblica pero no debería excluirlo si se quiere decir una palabra con sentido
para los hombres y mujeres de hoy. Y ya que el pueblo cristiano no tiene
incorporada la necesidad de dedicar espacios para ese tipo de formación, sería importante
aportar en la homilía algunos elementos iluminadores para comprender el texto
sagrado, de manera que el Pueblo de Dios se vaya sintiendo más capacitado para
acercarse a éste, más protagonista de su vida cristiana, con un bagaje
suficiente para dar razón de su fe, contrastada cada semana con la Palabra
divina. Estamos en mora de cristianos/as que dejen de sorprenderse por
cualquier comentario sobre la Biblia que no responde a lo siempre sabido y, por
el contrario, tengan una formación adecuada para entender ese alimento “sólido”
-la Palabra de Dios- capaz de transformar la mente y el corazón de todos los
que se acercan a ella.
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