Y siguen doliendo
los escándalos de la Iglesia
No son tiempos fáciles para la iglesia por muchos motivos.
El primero, el mundo ha cambiado y esto exige cambios eclesiales que no son
fáciles de asumir porque pesa más la tradición de lo que “siempre ha sido así”
que la creatividad y apertura para “caminar al ritmo de los tiempos”. El
segundo, la credibilidad de la jerarquía eclesiástica que se ha visto minada
por los innumerables abusos cometidos por el clero, especialmente todo lo
relacionado con la pederastia, pero también los escándalos por la doble moral
que algunos viven y por la vida de lujos y despilfarros que desdicen totalmente
del evangelio de Jesús. En ese contexto, ayer en un canal de la televisión
colombiana mostraron lo que escribió el francés Frederic Martel, en su libro: “Sodoma.
Poder y escándalo en el Vaticano” sobre -tal vez el cardenal más influyente que
ha tenido la iglesia colombiana-, el Cardenal Alfonso López Trujillo
(1935-2008). Por supuesto es una denuncia sobre la doble moral del cardenal y
lo absurdo de haberse posicionado como un defensor de los principios morales,
mientras su vida transcurría por otros senderos totalmente contrarios.
Personalmente, no he leído el libro. Tampoco tengo ninguna
prueba de lo que dicen del Cardenal. No dudo que haya exageración y falsedad.
Pero lo que me preocupa es que mientras pasaba el programa me llamaron por teléfono
varias personas mayores mostrando su sorpresa y dolor frente a lo que allí se
relataba. En verdad, hay personas que quedan afectadas cuando conocen ese tipo
de noticias y su fe se siente golpeada porque, aunque saben que es en Dios en
quien han de creer, no logran asumir que sus representantes tengan tantos
pecados y de tal magnitud.
El Cardenal López Trujillo fue nombrado cardenal en 1983. Ejerció
varios cargos: Secretario General del Celam (1972-1984), Arzobispo de Medellín
(1979-1991) y Presidente del pontificio consejo para la familia (1990-2008).
Aunque mientras ejerció esos cargos gozó de prestigio y muchas personas le
guardaron (y tal vez todavía le guardan) mucho respeto y admiración, muchos
otros tienen la imagen del cardenal que persiguió ferozmente a la teología de
la liberación y a las comunidades eclesiales de base y que sus planteamientos
morales rayaban en el rigorismo más extremo, haciendo declaraciones que incluso
contradecían los más mínimos principios de confrontación científica. Además,
vivió -lamentablemente como tantos otros jerarcas- una vida de lujos y de
honores que no pasan desapercibidos para el pueblo de Dios y que tarde o
temprano cuestionan profundamente, preguntándose si así han de vivir los que
dicen explícitamente que siguen a Jesús y que llevan los rumbos de la iglesia.
Lo único que pude decirle, a las personas que me llamaron,
es que eran tiempos difíciles para la Iglesia porque efectivamente estaban
saliendo a la luz muchos escándalos, ocultos por décadas. Que no se podía creer
todo lo que se decía porque también existe el sensacionalismo y el deseo de desprestigiar
más allá, muchas veces de lo que es verdad. Pero que si había que rezar mucho para
que todo esto sirviera de verdadera purificación de la iglesia y la jerarquía se
convirtiera, de una vez por todas, de esa autoridad que ejercen, no centrada en
el servicio -como tendría que ser- sino en el poder y el honor que los hace
sentirse más que el resto de la gente, por encima del pueblo, sin tener la más
mínima actitud de escucha y respeto por la comunidad que pretenden presidir. Hay
mucha urgencia de una jerarquía sencilla, austera, humilde, pobre. En otras
palabras, como tantas veces les ha dicho el Papa Francisco, un clero que deja
de creerse “príncipe” y quiere ser “pastor con olor a oveja”. Y, en cuestiones
de moral, un clero capaz de acompañar los desafíos actuales con fidelidad y
apertura a la voz del Espíritu que siempre abre caminos de vida y liberación.
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