A propósito de “Los
dos Papas”: Un nuevo año para reformar la Iglesia
Se termina el 2019 y comienza el 2020. Esto no significa que
las cosas cambien mágicamente, pero el ambiente festivo que se vive, ayuda a
que el tiempo tome otro sentido y se tenga la sensación de poder comenzar cosas
nuevas. Muchas son las realidades que, tal vez, quisiéramos hacer mejor el
próximo año a nivel personal. Siempre hay tanto para crecer, cambiar, renovar,
estrenar. Ojalá lo hagamos. También a nivel social veremos cómo sigue la “indignación”
vivida en tantas partes del continente en los pasados meses. Fue imposible
mantener las demandas en medio de las festividades. Pero pronto todo volverá al
ritmo normal y lo social seguirá gritando por un cambio. Ojalá sepamos
acompañarlo, exigirlo, construirlo.
Ahora bien, desde nuestra fe, un nuevo año comienza para
seguir promoviendo y “esperando” la tan anunciada reforma eclesial promovida
por el papa Francisco. Sabemos que desde el inicio de su pontificado constituyó
un grupo de cardenales para que le ayudaran a la misma y que ha venido
enfrentando diferentes realidades como el escándalo (y dolor) de la pederastia,
la necesidad de transparencia en las finanzas del Vaticano, la reestructuración
de la curia romana, etc. Además, con la expresión “sinodalidad” se ha querido
promover dicha reforma, buscando hacer más efectiva la corresponsabilidad en el
gobierno de la iglesia y que haya más participación de todos los estamentos
eclesiales. En este punto el laicado y, particularmente, las mujeres, los/las
indígenas, los/las afro, etc., tienen aún un largo camino que recorrer, tanto
en el sentirse más corresponsables, pero, por parte del clero, en promover su
indispensable participación en todos los procesos eclesiales.
Ahora bien, aún casi toda la pretendida reforma está en
buenas intenciones sin que se vea un cambio efectivo en la parte estructural. Y
aquí es donde la película de “Los dos Papas” me sirve de referencia, no para
comentarla como filme (sobre lo cual se han hecho muy buenos y precisos
comentarios) sino cómo realidad eclesial que, en gran parte allí se refleja
pero quedando reducida en la película, a dos personas que logran dialogar y
acercarse en sus distintas posturas -lo cual causa una grata sensación en los
espectadores- pero que no afronta los problemas reales y urgentes que han de
solucionarse en la iglesia y no muestra de qué manera o por dónde seguir caminando.
Personalmente creo que los dos modelos eclesiales que la
película presenta no son simplemente un “pluralismo” que ha de aceptarse, sino
un desafío inmenso por solucionar. El deseo de una iglesia “pobre y para los
pobres” con el que Francisco comenzó su pontificado no es simplemente un deseo suyo
personal sino recordar la intencionalidad de Juan XXIII al convocar al Concilio
Vaticano II y la recepción creativa y en fidelidad que las conferencias de
Medellín y Puebla hicieron de este en suelo latinoamericano. Ese acontecimiento
conciliar supuso un movimiento fuerte de conversión, un nuevo paradigma
teológico y eclesial, un mirar a los orígenes y reorientar el rumbo que el paso
de los siglos y las circunstancias históricas fueron desviando por tantas
causas que muchas veces fue casi imposible de evitar. Pero, se cumplió, como Jesús
mismo lo vivió en su encarnación histórica, que a los profetas se les persigue
y se les mata. Vaticano II y, su recepción, en diferentes formas creativas, ha
sido perseguido, calumniado, ahogado, desprestigiado hasta el punto de hacer
que muchos creyeran, con sinceridad, que Vaticano II había exagerado y hasta se
había equivocado y, por eso, era necesario volver a la “seguridad” de la
doctrina prevaticana.
Sin embargo, como el Espíritu no cesa de soplar (Jn 3,8), Francisco
puso de nuevo, en primera línea, la urgencia de una conversión al evangelio, a
lo verdaderamente esencial, a la realidad humana golpeada por tantas situaciones
particulares. Una conversión a la misericordia, a la encarnación, a la defensa
de los más pobres y excluidos de cada tiempo presente, sin dejar de lado la
creación -la casa común-, hoy también avasallada y en peligro de una
destrucción que nos afecta a todos.
Para mí, por tanto, la película de “Los dos Papas” no me
deja con el saber alegre de dos personas que terminan compartiendo la cotidianidad
de la música o del fútbol sino con la pregunta honda de cuándo daremos ese paso
institucional de conversión profunda (y digo “institucional” porque a nivel “personal”
la historia está llena de fidelidades y de mártires, especialmente, en nuestro
continente).
¡No!, yo no aspiro al pluralismo de dos modelos eclesiales
que parece pueden convivir, sino al pluralismo de diferentes realidades -culturales,
religiosas, sociales, ecológicas, genéricas, etc.,- pero todas asumidas por los
valores del evangelio formando esa comunidad de hermanos y hermanas donde los pastores
tienen olor a oveja y nadie pasa necesidad
porque se comparte la fe y, por supuesto, los bienes.
La película “Los dos Papas” entretiene como tantas otras películas
(aunque quienes no están tan metidos en lo eclesial no entienden algunas cosas
y hasta les parece pesado el excesivo diálogo) pero el compromiso cristiano va
más allá del entretenimiento: no deja de vigilar como las vírgenes prudentes esperando
que llegue el novio y las lámparas estén encendidas (Mt 25, 1-13). Una iglesia
pobre y para los pobre no es el deseo de un Papa sino una exigencia del
evangelio que la fastuosidad y el poderío de la estructura eclesial en tantas
instancias no permite realizar. Pero uno nuevo año invita a un nuevo comienzo y,
en el caso eclesial, a seguir empujando una verdadera reforma o conversión
eclesial donde los pobres estén en el centro y la liberación que trae la buena
noticia del reino se haga realidad (Lc 4, 18-19).
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