Distanciamiento
social y amor cristiano
Poco a poco las ciudades se van abriendo a la vida
productiva y vamos retornando a una “relativa” normalidad. Pero una de las
consignas para este nuevo momento es el “distanciamiento social”. Este es uno
de los remedios “efectivos” para evitar el contagio. Justamente, parece lo
contrario de lo que la vida cristiana proclama en tantos pasajes bíblicos como,
por ejemplo, el del Buen Samaritano: “Pero un samaritano que iba de camino
llegó junto a él y al verle tuvo compasión y acercándose, vendó sus heridas,
echando en ellas aceite y vino y montándole sobre su propia cabalgadura, le
llevó a una posada y cuidó de él” (Lc 10, 33-34). También muchos de los
milagros conllevan ese contacto físico entre Jesús y el enfermo. Al ciego de
nacimiento Jesús lo cura untándole barro en los ojos (Jn 9, 6), a un leproso lo
cura extendiendo su mano, tocándolo y diciéndole “queda limpio” (Mc 1, 41); a
la suegra de Pedro la toma de la mano y ella se levanta (Mc 1, 31) y así podríamos
recordar algunos otros milagros e, incluso, lo contrario, como es el caso de la
mujer hemorroísa que toca el manto de Jesús porque creía que con solo tocar su
vestido quedaría curada. Jesús siente que alguien ha tocado su vestido y
pregunta quién lo ha hecho. La mujer le contó la verdad y Él alaba su fe y la
cura de su enfermedad (Mc 5, 25-34).
También la psicología afirma que un abrazo cura mucho más
que una medicina (sin quitarle valor a los medicamentos sino por el significado
afectivo que esto implica) y, bien sabemos, que algo que ha costado mucho en la
cuarentena, ha sido la soledad, la falta de relación con los demás, esa
imposibilidad de sentir, tocar, palpar, mirar a los ojos, pronunciar palabras
de manera cercana y directa. Los medios de comunicación han ayudado a mantener
las relaciones, pero no suplen la distancia física, ni logran transmitir todo
el afecto y cariño que se logra en el contacto directo.
Y, entonces ¿qué hacer para combinar esa necesidad
indiscutible del distanciamiento social con esa necesidad -también indiscutible-
de afecto real, palpable, sentido, experimentado? ¿Puede la fe darnos algún
horizonte que ayude a esta situación actual?
Sin duda, el amor cristiano se expresa en ese tocar y acercarnos
a los demás -como los textos que recordamos antes- pero no podemos olvidar que
ese tocar de Jesús suponía cambiar la situación de enfermedad, discriminación y
exclusión que sufrían los destinatarios de sus milagros. San Pablo en el himno
a la caridad de la primera carta a los Corintios no ofrece esos ejemplos gráficos
del tocar pero va a lo profundo del amor que se hace efectivo en las relaciones
con los otros: “el amor es paciente, es servicial, no es envidioso, no es
jactancioso, no se engríe, es decoroso, no busca su interés, no se irrita, no
toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad,
todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no
termina nunca” (13, 4-8).
Mucho me temo que volveremos a la normalidad y habrá de
nuevo abrazos y encuentros, pero la injusticia de nuestro mundo que, ha quedado
tan evidente, no se habrá modificado. Es decir, nuestro amor se habrá quedado más
en gestos que en obras. Porque el amor que se hace obra ha de pensar en otra
economía posible que distribuya en verdad las riquezas, comenzando por los más
necesitados; el amor que se hace obra ha de pensar en una organización social
que privilegie los sistemas de salud y que garantice los servicios públicos
para todos; el amor que se hace obra ha de promover un mundo sin racismo -ni la
pandemia impidió que se levantará de nuevo el grito de los negros por tantos siglos
de discriminación-; un mundo sin violencia contra las mujeres y sin exclusión
de lugares de decisión; un mundo donde los indígenas sean reconocidos con sus
culturas y sabidurías ancestrales; un mundo donde la orientación sexual no sea
motivo de rechazo e incomprensión. En otras palabras, el amor que se hace obra
no enfrenta la economía con la vida, sino que pone la economía al servicio de
la vida, así ahora, los economistas y políticos nos convenzan de que la pobreza
actual se dio por parar la economía y no digan nada de las consecuencias del
sistema neoliberal y competitivo imperante, que en estos momentos difíciles ha sacado
a la luz la injusticia y pobreza de las mayorías, fruto de este modelo
económico.
Deseamos que se acabe el distanciamiento social, pero ojalá
sea para un acercamiento a los demás desde el amor que no se queda en una
afectividad sensorial, sino que se compromete con la construcción del bien
común y se dispone al servicio incondicional para hacerlo posible.
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