Que no abran las
iglesias hasta que aprendamos algo de esta pandemia
La participación en el culto eucarístico se ha visto
alterado por la pandemia que vivimos. Las iglesias tuvieron que cerrarse y, de
pronto, la gente acostumbrada, al menos, a la misa dominical, se quedó sin
saber a dónde acudir. Proliferaron, entonces, las misas por televisión e
internet y las homilías por whatsaap y otras redes sociales lo cual ayudó a
muchas personas a mantener sus ritmos de celebración litúrgica. Ya se comienzan
a reabrir las iglesias, pero hay que mantener las distancias y todas las
prevenciones posibles porque el contagio sigue vivo y también ocurre en los
lugares sagrados.
Esto último es interesante reflexionarlo porque algunos han
considerado que cerrar los templos y tardar en abrirlos ha sido una
“estrategia” de los gobiernos ateos para ir en contra de la religión u otras
intenciones similares. Me parece que esto es desproporcionado. Revela una falta
de comprensión de lo que efectivamente pasa con el virus -se contagia muy
fácilmente y cualquier reunión de personas se presta mucho más para ello- y tener
apreciaciones de ese estilo se fundamenta en una mentalidad sacral que cree que,
por ser una actividad religiosa, se está libre de las limitaciones y vulnerabilidades
humanas. Es decir, no se llega a asumir que nuestro Dios se ha encarnado en
esta historia y por eso no nos libra “mágicamente” de ninguna situación, sino
que nos ha dado la inteligencia y la solidaridad necesarias para que desde los
medios humanos superemos o aceptemos -según sea el caso- la realidad como ella
es. Lamentablemente hasta gente del clero ha favorecido esa mentalidad porque
han cuestionado el que no se dejen reabrir los templos invocando que los están
comparando con discotecas o bares y que, es muy distinto lo que los fieles
hacen en el templo a lo que se hace en otros lugares. Es decir, parecen creer
que el virus se contagia si estás haciendo actividades “mundanas” pero no contagia
si estás en actividades religiosas.
Justamente porque en la iglesia se defiende la vida -desde
el nacimiento hasta la muerte- como se dice en tantos espacios religiosos, ha
de defenderse también en tiempos de pandemia y eso implicaría, si en verdad
fuéramos coherentes con esto, que no haya prisas para abrir los templos, sino
que justo, las personas de iglesia sean pioneras en cuidar la vida y evitar
todo aquello que la pueda poner en peligro.
Ahora bien, poder tener esa libertad de los espacios
físicos, supone una madurez religiosa y una comprensión auténtica de los
sacramentos. Dios está en todas partes y eso lo afirmamos en la más elemental
doctrina del catecismo. ¿Por qué no vivimos eso con la radicalidad que implica?
La gran maestra de oración, Santa Teresa de Jesús, decía que “Dios se encuentra
entre los pucheros” (entre las ollas). Pero nos empeñamos en hacer dos espacios
en nuestra vida: lo corriente de cada día y lo religioso cuando vamos al
templo. Esa dicotomía nos permite ser injustos e insolidarios en el día a día y
luego parecer bien piadosos cuando acudimos al templo. La vida cristiana es una
sola: la vida entera. Y lo maravilloso del cristianismo es caminar con el Señor
todo el tiempo, en todo lo que hacemos, verle en todas las personas con las que
nos encontramos, “amar a Dios en el hermano a quien vemos” para que sea creíble
que “amamos al Dios a quien no vemos” (1 Jn 4, 20).
Por otra parte, los sacramentos son celebraciones de la
comunidad, del pueblo de Dios reunido en su nombre. Pero, lamentablemente, los
sacramentos se han convertido, muchas veces, en una relación individualista
entre “Dios y la persona” y por eso se participa de la Eucaristía pero no se
sabe quien está al lado, se va en la fila para la comunión pero al recibir la
eucaristía solo se pide por las necesidades personales y no se vive la
dimensión comunitaria que este y todos los sacramentos implican. Los
sacramentos se han convertido en algo tan “sagrado” que se alejan de la vida.
Por eso hemos oído comprensiones tan reduccionistas como la de que recibir la
comunión en la mano es “mancillar” la sagrada eucaristía. Se entiende todo esto
porque no se conoce la historia de los sacramentos ni cómo se han ido
introduciendo modificaciones para responder a situaciones concretas. Los
sacramentos se han alejado de la vida y se han adornado con una aureola de
distante, sagrado, intocable, del que se desprende una gracia misteriosa que
solo los “puros” reciben cuando los celebran. Parece que se olvida que la
gracia de Dios abarca el universo entero y que el Espíritu “sopla donde quiere”
(Jn 3,8).
Los templos se abrirán tarde o temprano. De hecho, ya se van
abriendo. Por supuesto, ir a ellos será una alegría. Recibir la comunión
sacramental será una bendición. Pero ojalá que al volver hallamos madurado en
nuestra fe y nuestro templo sea el universo entero y los sacramentos verdaderas
experiencias de comunión con los demás y no de un intimismo estéril que nada
tiene que ver con el Reino de Dios anunciado por Jesús.
Esta pandemia tiene que enseñarnos muchas cosas, pero ojalá
nos haga más profundos, más espirituales, más comunitarios, más celebrativos,
pero no de los templos, el culto o los ritos, sino de la vida, el servicio, la
mística de “ojos abiertos” que ve en todo y en todos al Señor. Solo entonces,
volver al templo, tendrá sentido y razón de ser.
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