En estos tiempos
de pandemia: Necesitamos mucho del Espíritu de Jesús
Llegamos al final del tiempo pascual con la fiesta de
Pentecostés. La promesa de Jesús de dejarnos su Espíritu para continuar su
misión, se hizo realidad. El Espíritu de Jesús, como dice la carta a las
Gálatas, nos trae amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, dominio de sí (5, 22-23). ¡Qué gran regalo para estos tiempos de
pandemia!
Necesitamos mucho del Espíritu de Jesús para vivir este
momento con amor porque la prolongación de la cuarentena nos desgasta por
dentro: los días se hacen rutinarios -en cierto sentido-, los espacios son
pequeños -la propia casa-, la falta de hacer otras cosas que nos distraigan y,
especialmente la falta de relaciones con los demás de manera presencial -porque
a través de las redes se han podido tener- van agotando psicológicamente y solo
la vivencia de un amor profundo nos ayuda a no perder la novedad y la fuerza
que trae cada día. Amor a la vida, por eso cuidarnos y cuidar a los otros. Amor
a las posibilidades con las que se cuenta en este momento. Amor a los que salen
cada día, arriesgando la propia vida, para cuidar de los otros -especialmente el
personal de la salud- y todos aquellos que proveen la alimentación, el
transporte, las medicinas, etc., indispensables para abastecernos y continuar adelante.
Mucho amor para seguir cultivando las relaciones con los
demás porque esto se contrasta fuertemente en estos tiempos. Salen a la luz las
buenas relaciones y el fortalecimiento de ellas. Pero también las relaciones que
no son tan buenas, acentuándose los desacuerdos, intolerancias, incomprensiones
y, muchas veces, violencia tanto psicológica -silencios, indiferencia- como la
física que no ha faltado y, según, algunos informes, se ha hecho mayor, con el
agravante de no poder denunciar ni tener otro lugar a donde ir.
Necesitamos mucho del Espíritu de Jesús para no perder la
alegría y la paz. Aquí es donde se puede percibir qué tipo de alegría vivimos.
La que surge de dentro, de la satisfacción con la propia vida y la orientación
que le damos a ella -esa alegría que nadie nos puede quitar- (Jn 16,22) o la
que proviene de las cosas de afuera que nos distraen -fiestas, cines, calle,
música, etc.- pero una vez terminadas nos dejan con la ansiedad de buscar otro
distractor.
Necesitamos mucho del Espíritu de Jesús para tener
paciencia, mansedumbre, dominio de sí y vivir la responsabilidad que implica
este momento porque nada sacamos con depender de que el gobierno prolongue o
levante la cuarentena, si no hay una actitud responsable y consciente de que
este virus no ha sido controlado y es poco lo que pueden hacer las leyes
externas si, interiormente, no ponemos todo de nuestra parte para cuidarnos y
cuidar a todos.
Necesitamos mucho del Espíritu de Jesús para vivir la afabilidad
y mansedumbre que se requiere. No podemos hacer demasiado para controlar la
situación porque depende de una vacuna y de las políticas que se implementen.
Pero si se necesita mantener la buena disposición, la mano que se extiende con
generosidad a todos, el salir de sí para redoblar en bondad y saber que todos
estamos afectados, pero dependiendo de las circunstancias personales, unos pueden
dar mucho y otros recibir mucho. Un intercambio de vida y posibilidades de los
bienes y dones que Dios nos ha dado, a cada uno, para el servicio de todos.
Y también necesitamos de ese Espíritu de Jesús que irrumpió
en Pentecostés, como ráfaga de viento impetuoso (Hc 2, 1-13) y logró el milagro
de que todos se entendieran manteniendo cada uno la propia lengua -es decir la
capacidad de vivir la diversidad en la unidad- para que impulse nuestra vida hacia
nuevos caminos post pandemia, es decir, que no volvamos a ser los mismos sino
que de todo lo vivido ganemos en humanidad, en cuidado, en comunión con la
creación, en justicia social, en interioridad espiritual, en riqueza sacramental
-no desde el culto- sino ante todo desde la vida.
Es tiempo de anunciar que el espíritu de Jesús nos fortalece
en todas las situaciones y de ellas podemos sacar las mejores consecuencias. El
Señor no se ha ido, sino que su Espíritu se queda con nosotros para hacer de
este mundo, la casa de los hijos e hijas de Dios, confiados en que nada ni
nadie nos separa de su amor. Como dice Pablo a los Romanos: ¿Quién nos separará
del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿la angustia? ¿la persecución? ¿el hambre?
¿la desnudez? ¿los peligros? ¿la espada? (…) Pero en todo esto salimos
vencedores gracias a aquel que nos amó” (8, 35-37).
Que el Espíritu de Jesús que celebramos en esta fiesta, nos impulse
a más generosidad, a más amor, a más entrega, a más servicio, a más esperanza,
a más apertura a su acción para hacer posible el reino en el aquí y ahora que
nos toca vivir.
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