Los creyentes y sus
opciones políticas
Acaban de pasar las elecciones de
Estados Unidos y un poco antes las de Bolivia. No voy a dar aquí una reflexión
política porque no tengo los elementos suficientes para ello. Pero solo quiero
compartir algunas inquietudes desde la experiencia creyente frente a la postura
y el voto que emiten muchas personas que dicen ser seguidores de Jesús.
El cristianismo apuesta por la
comunidad de hermanos y hermanas, pero no de cualquier manera sino comenzando
por los últimos. Es decir, en la vida concreta no se puede ser neutro; hay que
asumir posturas determinadas para trabajar por las causas que nos proponemos.
Por eso ante las injusticias estructurales tan evidentes en nuestra América, es
necesario apoyar todo aquello que favorezca a los más necesitados. Algunos dicen
que esto es “populismo” pero yo no acabo de entender esta crítica y lo digo por
lo siguiente: ¿hay algún candidato de derecha, izquierda o centro que no sea
populista? Todos ofrecen cambios y se supone que la gente vota por las promesas
que hace ese determinado candidato. Con lo cual todos los candidatos son
populistas. Pero parece que lo malo es que los pobres crean en esas promesas y
además se les dice que quieren ser “atenidos” (como, desafortunadamente, repite
la vicepresidenta de Colombia). Conozco demasiados pobres que trabajan de sol a
sol, que se juegan el día a día con una honestidad y entrega que merece todo
nuestro respeto. Por supuesto hay pobres que no quieren trabajar como hay
muchos ricos que no lo hacen porque nacieron con todas sus necesidades
cubiertas, lo cual los hace verdaderamente atenidos, a veces disfrutando de
herencias que en sus orígenes no fueron tan justas como se podría creer.
Todo es muy complejo pero lo que
quiero afirmar es que un cristiano debería revisar muy bien las promesas de los
candidatos y votar por las que van a favorecer a más personas, pero comenzando
por los más pobres. Todo esto independiente de si alguna propuesta no me
favorece personalmente -ya que todo cambio supone ajustes y algunas poblaciones
pueden ser afectadas- pero ¿no es eso pensar en el bien de todos para que
“ninguno pase necesidad” -como relata el texto de hechos sobre la primera
comunidad cristiana (Hc 4, 34)-? Muchas frases y sentimientos altruistas
profesamos, pero llega la hora de ponerlos en práctica y parece que la fe no
tiene nada que ver con la vida.
Un grave aspecto que hoy vivimos
es el populismo de “palabras”, o mejor, los relatos construidos con mentiras
sin ningún sustento. Los creyentes se supone que seguimos al Jesús “camino,
verdad y vida” (Jn 14,6) o al Jesús que nos afirma que “la verdad nos hará
libres” (Jn 8, 32). Pero no parece que esto se buscara verdaderamente, sino que
se apoya el relato que justifica mis posturas, aunque esté lleno de mentiras.
Lo repiten de manera tan convincente que se lo creen. No están dispuestos a
escuchar otras voces. Ejemplos recientes son el “Castrochavismo” que tanto se
invoca, sustentado en dos personajes que ya murieron o el comunismo en el que
vamos a caer si no votamos por los personajes de la derecha más derecha. Esto
acaba de ocurrir en Estados Unidos y es absurdo pensar que el candidato que
ganó las elecciones es comunista, como lo afirmaron en la campaña para
desprestigiarlo. Pero parece que muchos de los que no lo votaron así lo creen.
Todo eso no está lejos de la
historia vivida en Colombia con el referendo por la paz. Las mentiras de que el
Acuerdo tenía perspectiva de género o de que para sostener a los desmovilizados
iban a gravar las pensiones de los jubilados y muchas más cosas -evidentemente
falsas- motivaron a media Colombia a votar por el “no”. Conocí a muchos
cristianos que así lo hicieron y lo peor a muchos clérigos y religiosos/as. Y,
todavía hoy, siguen torpedeando la paz y no hay manera de aceptar la gran
equivocación que tuvieron.
También la situación de Bolivia
es muy compleja, pero podría ser un caso representativo de lo que nos cuesta a
los católicos perder la hegemonía del poder religioso y valorar lo indígena y
sus culturales ancestrales. Una cosa es hablar en el Sínodo de Amazonia del
mundo indígena y repetir hasta el cansancio las maravillas de sus tradiciones, creencias
y costumbres y otra muy distinta que haya un gobierno indígena y gane
protagonismo. El discurso del vicepresidente electo David Choquehuanca mostró
otra cosmovisión -muy distinta a la nuestra- pero muy valiosa y llena de principios
que en nada desdicen de la experiencia cristiana. Pero, por supuesto, una cosa
es que lo digamos nosotros, llevando la hegemonía y otra que lo propongan otros
y nos quiten el protagonismo. Tendrán muchos errores y contradicciones, pero
¿qué gobierno no los tiene? Solo que cuando vienen del ala que nos desinstala, construimos
relatos que nos justifican y no hacemos el esfuerzo suficiente para mantener el
diálogo y abrirnos a propuestas que también tienen elementos de verdad, aunque
no sean las que nos gustan o a las que estábamos acostumbrados. Es difícil
mantenernos en una crítica seria para salvar lo positivo y transformar lo negativo.
No se comprende tampoco la
altísima votación de los migrantes latinos por un candidato que denigra de los
migrantes. Parece que una y otra vez se cumple lo que ya se advertía al pueblo
judío: “no maltratarás ni oprimirás al extranjero porque ustedes también fueron
extranjeros en Egipto” (Ex 22,21) pero se olvida con facilidad y, como dice el
adagio popular, “no hay cuña que mas apriete que la del mismo palo”.
Otros ejemplos podrían señalarse,
pero la intención es volver a preguntarnos si la fe que profesamos se refleja
en todos los aspectos de la vida o si rezamos mucho, pero a la hora de decidir
por los destinos de nuestros pueblos actuamos como los que no tienen fe buscando
solo el interés propio y sin un amor real y comprometido con los más
necesitados de cada tiempo. Ser cristiano es muy difícil porque defender la
vida no se limita a slogans universales y descontextualizados, sino que pasa
por asumir seriamente la situación presente, mantener una conciencia crítica
frente a ella y, sobre todo, apostar por los valores del evangelio que, nos
guste o no, parece los representan, en este tiempo, más las políticas de corte
social de sectores de centro, izquierda y muchas veces ateos que los que
afirmando algunas posturas morales apoyadas desde el cristianismo, proponen políticas
que solo favorecen a unos pocos, enmarcadas en contextos de exclusión, marginación
o descarte como denuncia el papa Francisco en su última encíclica. No todas las
épocas se configuran de la misma manera, pero en la actualidad las derechas
tienen todo menos de evangelio, de defensa de la vida, de fraternidad/sororidad.
Lamentablemente han sido apoyadas por numerosos cristianos y parece que lo
seguirán haciendo.
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