¿Cuál será la contribución propia de las mujeres
a la Iglesia?
Olga Consuelo Vélez
La situación de la mujer en la Iglesia es un
tema vigente porque no ha sido solucionado. Así lo constatamos en las preguntas
que, una y otra vez le hacen al Papa, lo mismo que a otros miembros
representativos de la jerarquía. En este caso queremos comentar la entrevista
que la hicieron al nuevo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
Víctor Manuel Fernández, el pasado 9 de julio.
La pregunta
fue: ¿Cree que en el futuro será posible repensar el papel de la mujer en la
Iglesia? El designado cardenal Fernández respondió: “ciertamente”. Pero añade:
“no es necesario para eso forzar la discusión del acceso de las mujeres a los
ministerios ordenados. Sería empobrecer la propuesta”. Estoy de acuerdo con que
los ministerios ordenados no son el único tema a tratar cuando se habla de la
situación en la mujer en la Iglesia. Es un tema, entre muchos otros. Centrarse
en ello es limitar el campo más amplio de la realidad eclesial en la que la
mujer no puede seguir siendo ciudadana de segunda categoría con limitaciones,
prejuicios, restricciones y comprensiones erróneas. Pero lo que no logro comprender
y que también, se repite demasiado, es que centrarse en ese tema, sea
empobrecer la propuesta. Lo que no me parece adecuado es el término
“empobrecer”. Si entiende que limita la comprensión más amplia de la realidad
de la mujer en la Iglesia, tal vez podría plantearse. Pero en realidad, dudo
que signifique eso. Por la reticencia a hablar del tema, o por el miedo a
abordarlo o por el interés de evadirlo, me parece que este término no es
apropiado. Explicitar dentro del amplio campo de la situación de la mujer en la
Iglesia, el de los ministerios ordenados, es afrontar el tema más delicado y
difícil de superar para reparar integralmente la exclusión que las mujeres han
sufrido por siglos. Por tanto, no creo que lo empobrezca, lo conduce a un tema
fundamental que tarde o temprano ha de abordarse con todas las consecuencias.
Continúa Víctor
Fernández diciendo que hay que “profundizar y explicar mucho mejor el lugar
específico de las mujeres y su contribución propia”. Aquí también me cuesta
entender qué más hay que profundizar. Por el bautismo todos y todas somos
partícipes de la triple dimensión profética, sacerdotal y regia de Cristo. Con
lo cual ese papel subordinado que ha tenido el laicado, pero dentro de este, la
mujer en la vida de la Iglesia, no tiene ninguna lógica y solo se supera,
actuando en consecuencia. Si esto es igual que el tema del diaconado en el que
se han nombrado dos comisiones sin ningún éxito -y teniendo ya tantos estudios
serios que muestran la existencia de este en los orígenes cristianos-,
realmente significa que más que avanzar, se busca evadir el tema.
La segunda
dificultad de la anterior respuesta, viene de la expresión “su contribución
propia”. ¿Cuál será esa contribución propia que debemos ofrecer las mujeres a
la Iglesia? ¿qué es lo propio de las mujeres? Antes parecía muy claro: las
mujeres se caracterizan por la ternura, la intuición, la delicadeza, la
sensibilidad, etc. Pero esas actitudes ya están revaluadas y cuesta mucho negar
la contundencia de los hechos: varones y mujeres tienen esas y muchas más
características, cada persona con sus mayores o menores énfasis, pero no por el
hecho de ser mujer o varón sino por ser una persona única e irrepetible que
posee las características de todo ser humano, sabiendo que sus circunstancias
propias han permitido que desarrolle más unas que otras. Podemos hacer la
pregunta, al contrario: ¿Cuál es la contribución propia de los varones? ¿por
qué no se dice de ellos que deben encontrar su propio lugar? ¿Por qué no se ha
escrito una carta para los varones para definirlos y explicitar el valor propio
que los dignifica, como se repite tanto para las mujeres? No existe un
colectivo “mujeres” que pueda aportar algo propio, ni existe un colectivo
“varones” que pueda apropiar algo propio. Existen personas, varones y mujeres,
con sus características propias -como ya lo dijimos- llamadas a enriquecer la
comunidad eclesial.
Víctor
Fernández finaliza diciendo que, si cualquier reflexión no tiene consecuencias
prácticas, si no se trata de la cuestión del poder en la Iglesia, si no se
concede a las mujeres más espacios donde ellas tengan mayor incidencia, esta
reflexión será insatisfactoria. Y ¡tiene toda la razón! Y justamente este es el
punto en el que estamos: mientras no se deje de justificaciones para no abrir
las puertas de la Iglesia a la participación plena de las mujeres en ella, podremos
hacer muchos discursos, alegrarnos por los pequeños espacios que se abren, tal
vez no hablar tanto del tema para no incomodar a los que no quieren escuchar
esta continua demanda, contentarnos con los lentos cambios que se dan con
respecto a las mujeres, seguirá esta real y cierta insatisfacción de las
mujeres frente a la Institución eclesial, insatisfacción que algunas seguimos expresando
pero manteniendo la esperanza de que las realidades cambien pero que, muchas
otras, ya no están dispuestas a esperar sino que se van alejando, más y más,
explícita o implícitamente, de la institución eclesial. Que la historia es
lenta y los cambios difíciles, nadie lo duda, pero que hay que acelerar el paso
por fidelidad al evangelio, sería la opción correcta para evitar este
envejecimiento de la Iglesia donde ya las/os jóvenes no tiene casi ningún
interés de involucrarse.
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