La juventud: un desafío pendiente en la vida de la
Iglesia
Olga Consuelo Vélez
Se está celebrando la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Portugal y,
como todo evento, será un momento de renovar esperanzas, de entusiasmo, de
alegría, de recargar fuerzas y de incorporar experiencias fuertes que van
constituyendo la vida y ayudan para el camino. Sin embargo, ese encuentro de
jóvenes levanta, en su contra cara, una de las crisis más grandes de la
Iglesia: muchos jóvenes están cada vez más distantes de ella, no logran
entender el mensaje que comunica, no se sienten atraídos por sus convocatorias,
no les parece que puedan encontrar en ella alguna respuesta a sus múltiples
búsquedas. Por supuesto esta apreciación no se puede generalizar porque en
algunos ambientes siguen participando jóvenes, algunos de los movimientos cuentan
con números aceptables de jóvenes y, aunque con mucha escasez, no dejan de
llegar algunas vocaciones a la vida religiosa y presbiteral.
¿Qué razones podríamos aducir para esta escasez de jóvenes en los espacios
eclesiales? Algunos invocan el secularismo de la sociedad y las múltiples
ofertas que les llegan del mundo que parece les impide descubrir a Dios e
interesarse por él. Otros aducen a la falta de familias creyentes lo cual no
favorece la transmisión de la fe y el surgimiento de vocaciones como en décadas
anteriores. No faltan quienes señalan que los jóvenes no tienen ideales, viven
ensimismados en el inmediatismo, no se interesan por el bien común y están
inmersos en el consumismo, las drogas, la delincuencia, etc. Aunque estas razones
son válidas, esto no significa que la Iglesia no se mire a sí misma y se
pregunte por qué su mensaje, su testimonio, su apostolado, cada vez llega menos
a los jóvenes. Puede haber muchas causas externas que hagan difícil el trabajo
con jóvenes, pero también hay muchas razones internas que deben ser identificadas
si se aspira a llegar a la juventud de manera significativa.
Algunas respuestas ya se han dado, pero no se asumen en la práctica. Por
ejemplo, la Conferencia de Aparecida, en 2007, ya hablaba de cómo “en la
evangelización, en la catequesis y, en general, en la pastoral, persisten
lenguajes poco significativos para la cultura actual y, en particular, para los
jóvenes. Muchas veces los lenguajes utilizados parecieran no tener en cuenta la
mutación de los códigos existencialmente relevantes en las sociedades
influenciadas por la posmodernidad y marcadas por un amplio pluralismo social y
cultural” (DA n. 100d). Lo mismo dijo el secretario de estado, Pietro Parolin,
a propósito de esta JMJ en Portugal: “La Iglesia tiene que ser creativa, necesita
encontrar el coraje y el lenguaje adecuado para presentar a Jesucristo a los
jóvenes de hoy, en toda su frescura, en toda su actualidad”. Verdaderamente, la
cuestión del lenguaje es sustancial a la hora de comunicarnos con los jóvenes,
por eso habría que revisarlo a fondo.
Pero la iglesia, en muchas instancias, se resiste al cambio. Para no ir muy
lejos, el lenguaje inclusivo que permite visibilizar a las mujeres, encuentra
muchas resistencias en la sociedad, pero mucho más en la Iglesia. Además, la
institución eclesial permanece muy ajena a los movimientos actuales en torno al
feminismo, al género, al pensamiento decolonial, a las diversas identidades
sexuales y genéricas, a las diversas configuraciones de familia, etc., lanzando
solo advertencias sobre sus peligros y catalogándolas de ideologías, sin
conocer a fondo sus fundamentos y los aspectos positivos que conllevan. Muchos
jóvenes si conocen esos contextos, los sienten como horizontes que les muestran
un mundo más inclusivo y propicio para ellos y, si no ven en la Iglesia una institución
que entiende sus búsquedas actuales y los acompaña a recorrerlas, será muy
difícil poder ser significativa para la juventud.
Aquellos que dicen que la juventud es pasiva y no tiene ideales habría que
mostrarles que esto no es verdad en todos los casos. Precisamente ha sido la
juventud la que en muchos países se levanta para pedir sus derechos y no se
cansa de marchar y exigir lo que les corresponde. No es verdad que muchos
jóvenes no se interesen por las cuestiones sociales. Y aquí es donde la pastoral
juvenil no debería limitarse a lo sacramental e intra eclesial sino acompañar
la vida real de los jóvenes y su compromiso social. Además, si la juventud en
algunos casos no responde cómo nos gustaría, no es tanto por una supuesta
apatía sino por la falta de oportunidades en la sociedad en que viven. Trabajar
por las conquistas sociales para garantizar el futuro de los jóvenes es
mostrarles que el evangelio no es algo alejado de su vida concreta sino una
palabra de fortaleza en pro de sus derechos.
El papa Francisco en su primera homilía en la JMJ reconoce el cansancio que
se está experimentando en estos tiempos frente a la evangelización de los
jóvenes. Pero, con el optimismo que le caracteriza, señala tres decisiones que
habría que tomar para superar ese cansancio. En primer lugar, “navegar mar
adentro”, es decir, no dejar de echar las redes confiados en el Señor que así instó
a los discípulos cuando estaban desanimados porque no habían pescado nada (Lc
5,5). En segundo lugar, caminar juntos en el trabajo pastoral. Vivir la
sinodalidad donde el laicado participe plenamente de la vida eclesial. Y, finalmente,
ser pescadores de personas -propuesta que le hace Jesús a Pedro en ese pasaje
de la barca- pero no entendiéndola como buscar vocaciones a la vida religiosa
sino llevando la misericordia de Dios a todos los lugares donde hace falta: la
sociedad multicultural, las situaciones de pobreza y precariedad, la fragilidad
de las familias, las relaciones heridas y, por supuesto, a la juventud, entre
otras situaciones necesitadas de misericordia.
Todo esto que señala Francisco hay que encarnarlo en realidades cómo las
que señalé al inicio y en otras que hay que seguir planteando y asumiendo. Con seguridad
el papa seguirá insistiendo en sus intervenciones en esta JMJ que Cristo sigue
vivo y su evangelio es actual, siempre y cuando, no nos apeguemos a lo que “siempre
fue así” sino que acompañemos a la juventud por los caminos que van transitando
porque en ellos, con toda seguridad, también el Espíritu actúa, aunque no
estemos acostumbrados a reconocerlo.
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