En la fiesta de
Santa María Magdalena, hoy 22 de julio…
María Magdalena
¿por qué nos cuesta llamarla “santa”?
Olga Consuelo Vélez
En 2016 el papa Francisco decretó
que la conmemoración de María Magdalena (22 de julio) debía pasar a ser “fiesta
litúrgica como el resto de los apóstoles”, llamándola “Apóstola de los
apóstoles”. Según explicó el secretario de la Congregación para el Culto Divino
de ese momento, esa decisión respondía “al contexto actual que requiere una
reflexión más profunda sobre la dignidad de la mujer, la nueva evangelización y
la grandeza del misterio de la misericordia divina”. Recordaba que ya Juan
Pablo II había prestado atención a la importancia de la mujer en la misión de
Cristo y de la Iglesia, poniendo énfasis en la figura de María Magdalena como
primera testiga de la resurrección y quién anunció a los apóstoles ese
acontecimiento. Por esto se afirma, en el decreto que, “Santa María Magdalena
es un ejemplo de evangelización verdadera y auténtica, es decir, una
evangelista que anuncia el gozoso mensaje central de Pascua”.
Sin embargo, esta recuperación de
la figura de María Magdalena todavía no ha penetrado suficientemente en el
imaginario y en la creencia de la mayoría de los cristianos. Persiste lo que se
afirmó de ella durante siglos: pecadora
(prostituta) a la que Jesús había perdonado. Esta imagen de María Magdalena
surgió por haberla identificado con la pecadora arrepentida que entra en casa
de Simón el fariseo (Lc 7, 36-50) y con María la hermana de Lázaro y Marta, la
cual también unge a Jesús (Jn 12, 1-8). Cuando el texto de Lucas se refiere “a
algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades:
María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios” (8.2), está
queriendo decir que fue curada de su enfermedad -probablemente muy grave -de
ahí los siete demonios-, pero en ningún momento refiriéndose a su condición
moral.
Aunque en la actualidad hay
muchos estudios sobre María Magdalena, no se han concretado, en la práctica,
todas las consecuencias que la correcta interpretación bíblica sobre ella trae
para las mujeres en la Iglesia. La primera, es el reconocimiento de María
Magdalena al mismo nivel que los apóstoles. De hecho, ella -y otras mujeres- le
siguieron desde Galilea hasta Jerusalén, condición que luego se invoca en el
libro de Hechos de los Apóstoles para nombrar al apóstol en reemplazo de Judas
(Hc 1,21). Por lo tanto, no debería costar tanto imaginar a las mujeres
formando parte del colegio apostólico. Tenemos la certeza que María Magdalena
fue Apóstola y así lo celebramos.
Otra consecuencia es que siendo
la primera evangelizadora no hay razón para no tomar las enseñanzas de las
mujeres con el mismo valor que la de los varones. Todavía cuesta aceptar la
enseñanza teológica impartida por mujeres en seminarios y facultades de teología.
Por supuesto, algo ha cambiado y más mujeres son reconocidas en el ámbito
teológico y en el servicio eclesial. Sin embargo, su participación sigue siendo
pequeña, nada equitativa con respecto al número de varones que ocupan dichos
espacios, ni sus logros académicos y pastorales son tomados con la misma
seriedad, interés y respeto que tantas veces se toma el aporte de los teólogos
y de los clérigos.
Quiero hacer notar, además, las
pocas veces que damos a María Magdalena el título de “santa”. Efectivamente,
ella lo es y así la podríamos llamar para seguir borrando esa imagen tan
invocada de prostituta y que ha contribuido a identificar a las mujeres con los
pecados referidos a la sexualidad. No sólo no hay muchos esfuerzos por llamarla
santa, como tampoco de resaltar demasiado su fiesta. Sería una ocasión propicia
para posicionar la verdad sobre ella. Mucho menos hay interés en llamarla Apóstola,
ni primera evangelizadora aunque tres evangelistas relatan el envío que Jesús
le hace para que anuncie a los discípulos su resurrección (Mc 16, 7; Mt 28, 7;
Jn 20, 17) e, incluso Lucas, quien progresivamente fue invisibilizando el papel
de las mujeres en su evangelio, de todas maneras, no deja de constatar que son
las mujeres las que anuncian esa buena noticia a los apóstoles, colocando a
María Magdalena en primer lugar (Lc 24, 9).
Últimamente se ha utilizado su
figura -en la literatura y en el cine- para mostrarla como compañera de Jesús o
resaltando su protagonismo en la primera comunidad, con el fin de contrarrestar
la figura de Pedro. Pero, ninguna de estas dos aproximaciones, están en la
Biblia.
En tiempos de trabajar por una Iglesia
sinodal, seguir visibilizando a María Magdalena en los roles que verdaderamente
tuvo al lado de Jesús y en la naciente comunidad cristiana, ayudará
significativamente a acelerar la participación plena de las mujeres en la
Iglesia. Por eso, es de desear que esta celebración de su fiesta, el próximo 22
de julio, podamos vivirla con más profundidad, sintiendo así que no es una rareza
que 50 mujeres voten en el próximo sínodo sino, por el contrario, lo extraño es
que no haya muchas más mujeres en esos niveles de decisión donde se gesta el
futuro de la Iglesia, esta misma Iglesia que sin el primer anuncio hecho por
María Magdalena, tal vez nunca habría existido.
Cabe anotar, finalmente que, a
pesar de las resistencias al lenguaje inclusivo en algunos círculos
eclesiásticos (y sociales), fue Santo Tomás quien habló de ella como “apóstola”
y el Decreto de su fiesta mantiene ese término en femenino. Sería bueno, dejar
las resistencias y acostumbrar nuestros oídos a los términos femeninos que
permiten visibilizar a las mujeres. Sin darnos cuenta pronto esas palabras nos
sonarían igual de normales que todos los términos que hasta hoy se han ido
creando en nuestro lenguaje.
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