Finalizado el Sínodo de la sinodalidad ¿qué
queda?
Olga Consuelo Vélez
El sínodo ha sido un largo proceso que generó
muchas expectativas, sobre todo en la fase de escucha y en algunos de los
documentos que fueron publicados a lo largo del proceso, porque se plantearon
muchos temas que se esperaba fueran respondidos con audacia y profetismo. Pero
las expectativas fueron descendiendo y el Documento Final aprobado por la
Asamblea sinodal -documento avalado por el Papa Francisco quien no hará una
Exhortación sobre el sínodo-, deja la sensación de una Iglesia que camina muy lento
y, tal vez por eso, muchas veces llega tarde al devenir de la historia.
En términos generales, es un Documento que
señala cambios necesarios para conseguir una iglesia sinodal. Invita a
hacerlos, fundamenta razones para ello, convoca a ponerlos en práctica, pero
nada garantiza que se implementen. De hecho, a lo largo del proceso, no se
logró convocar a muchas iglesias locales. No será fácil que ahora presten
demasiada atención a este Documento. Pero señalemos, a modo de síntesis (especialmente
para aquellos que no tendrán animo de leer 155 numerales), las afirmaciones más
significativas (colocaré entre paréntesis el numeral correspondiente).
El Documento consta de una Introducción, cinco
partes y una conclusión. La Introducción recuerda la conexión de este sínodo
con Vaticano II: es una forma de ponerlo en práctica y de relanzar su fuerza
profética para el mundo de hoy (n. 5). Para esto se necesita una profunda
transformación de las mentalidades, actitudes y estructuras eclesiales y una
superación de las resistencias al cambio (n. 14). Además, es preciso, una
Iglesia que permanezca en estado de escucha del Espíritu y en conversión
constante (n. 15).
En la primera parte “El corazón de la
sinodalidad” se reafirma el lugar preferencial que ocupan los pobres en el
corazón de Dios y cómo esta opción por ellos está implícita en la fe
cristológica. La Iglesia está llamada a ser el hogar de los pobres y ha de
asociarlos a sus opciones apostólicas y de evangelización (n. 19).
Continúa presentando los fundamentos de la
sinodalidad: la misma dignidad bautismal en la variedad de vocaciones, carismas
y ministerios, formando un solo cuerpo y llamados a caminar juntos (n. 21) y se
señalan algunas de sus características:
-
camino
de renovación espiritual y de reforma estructural para hacer a la Iglesia más
participativa y misionera, más capaz de caminar con cada hombre y mujer
irradiando la luz de Cristo (n. 28)
-
no
es un fin en sí misma, sino que ha de estar al servicio de la misión que Cristo
le ha confiado a su Iglesia (n. 32)
-
implica
también a los que ejercen la autoridad (la jerarquía) a la conversión y a la
reforma (n. 33)
-
se
precisa valorar los contextos, las culturas y las diversidades (n. 40) y
establecer la amistad, la paz, la armonía con personas con experiencias morales
y espirituales distintas (n. 41).
En otras palabras, la iglesia sinodal es como
una orquesta con variedad de instrumentos en donde cada uno mantiene sus
propios rasgos distintivos, pero todos están al servicio de la misión común (n.
42). Supone también una espiritualidad sinodal caracterizada por la oración
abierta a la participación, al discernimiento vivido en comunidad y a la
energía misionera volcada en el servicio (n. 44).
Refiriéndose a situaciones más particulares, el
documento expresa, cómo en todas las etapas del proceso sinodal, resonó la
necesidad de sanación, reconciliación y reconstrucción de la confianza dentro
de la Iglesia, en particular por los escándalos de abusos. Reconocer esa
realidad profunda se convierte en un deber sagrado que nos permite reconocer
los errores y reconstruir la confianza (n. 46). Esta reconciliación también ha
de hacerse con la creación (n. 48).
La segunda parte “la conversión de las
relaciones” muestra la urgencia de una verdadera conversión en las relaciones, no
como una herramienta para mayor eficacia organizativa, sino para traslucir la
gracia de Cristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo (n. 50).
Las relaciones hombre y mujer exigen la igual dignidad y reciprocidad entre los
dos sexos, conscientes del recurrente dolor y sufrimiento que han sufrido las
mujeres de todas las regiones y continentes, tanto laicas como consagradas
revelados durante el proceso sinodal (n. 52). Además de las desigualdades entre
varones y mujeres se hace referencia al racismo, división de castas,
discriminación de las personas con discapacidad, violación de los derechos de
las familias, falta de voluntad para acoger a los migrantes como situaciones
que exigen otro tipo de relaciones y, por supuesto, la falta de relación con la
tierra que amenaza la vida del planeta (n. 54). Con respecto a la mujer, se
reconocen los obstáculos que las mujeres siguen teniendo para obtener un
reconocimiento más pleno de sus carismas, de su vocación y de su lugar en los
ámbitos de la Iglesia. Se pide la aplicación de todas las oportunidades ya
previstas en la legislación vigente en relación con el papel de la mujer,
especialmente en los lugares donde aún no se ha explorado. Sigue abierta la
cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal y se recomienda mayor
atención al lenguaje, a las imágenes utilizadas en la predicación, la
enseñanza, la catequesis y en la redacción de los documentos oficiales de la
Iglesia (n. 60).
En este ámbito de las relaciones se pide, también,
mayor atención a los niños (n. 61), a los jóvenes (n. 62), a la promoción de
más formas de ministerios laicales, no sólo para el ámbito litúrgico (n. 66) y al
reconocimiento de la labor de los teólogos y las teólogas (n. 67). Refiriéndose
a la labor del obispo se recuerda que ha de prestar un servicio en, con y para
la comunidad. Por eso la asamblea sinodal desea que el Pueblo de Dios tenga más
voz en la elección de los obispos (n. 70). Se invita a obispos, presbíteros y
diáconos a redescubrir la corresponsabilidad en el ejercicio del ministerio con
la colaboración de los demás miembros del Pueblo de Dios. Todo esto ayudará a
combatir el clericalismo (n. 74). Conviene favorecer los ministerios
instituidos (lectorado, acolitado y catequista) (n. 75) como los no instituidos
pero que se ejercen con estabilidad por mandato de la autoridad competente. Teniendo
en cuenta las necesidades locales, se pide considerar la posibilidad de ampliar
y estabilizar el ejercicio ministerial por parte de los fieles laicos (n. 76).
Con respecto al laicado se explicitan diversas formas de participación en los
que deben estar presentes para la vivencia de una iglesia sinodal (n. 77).
La tercera parte “conversión de procesos”, pide
implementar la toma de decisiones más sinodales, el compromiso de rendir
cuentas y de evaluar los resultados (n. 79) Todo esto implica discernimiento
eclesial (n. 82) para el cual la escucha de la Palabra de Dios es punto de
partida fundamental (n. 83). Se presentan las etapas del discernimiento
eclesial (n.84) y se recuerda que la competencia decisoria del Obispo, del
colegio episcopal y del Obispo de Roma, no es incondicional porque no se puede
ignorar la consulta al pueblo de Dios. Se pide incluso revisar la legislación
canónica de manera que “voto consultivo” no signifique no tomarlo en cuenta en
la decisión final (n. 92). Junto a los procesos de decisión, se señala la
importancia de la rendición de cuentas y la evaluación como garantía de
transparencia propia de los criterios evangélicos (n. 95). En este mismo
sentido, los órganos de participación que hacen posible la iglesia sinodal han
de ser de carácter obligatorio, adaptándolos a los diferentes contextos locales
(n. 104).
La cuarta parte “conversión de los vínculos”
invita a ampliar el espacio del corazón para acoger a las personas que no están
en la misma sintonía (n. 110). Se reconocen los profundos cambios
socioculturales de la actualidad, debidos a la urbanización (n. 111), la
movilidad humana (n. 112) y la difusión de la cultura digital (n. 113), todos
ellos exigiendo la resignificación de la dimensión local y la búsqueda de otras
formas organizativas para servir mejor (n. 114). La Iglesia, a nivel local y en
su unidad católica, se propone como una red de relaciones a través de la cual
circula y se promueve la profecía de la cultura del encuentro, de la justicia
social, de la inclusión de los grupos marginados, de la fraternidad entre los
pueblos, del cuidado de la casa común (n. 121). El modelo de iglesia sinodal
permite a las iglesias moverse a ritmos diferentes, siendo expresión de una
diversidad legítima y como una oportunidad para intercambiar dones y
enriquecerse mutuamente. Este horizonte común requiere discernir, identificar y
promover estructuras y prácticas concretas para ser una iglesia sinodal en
misión (124). Se propone que el discernimiento pueda incluir, en formas
adaptadas a la diversidad de los contextos, espacios de escucha y diálogo con
los otros cristianos, representantes de otras religiones, instituciones
públicas, organizaciones de la sociedad civil y la sociedad en general (n. 127).
Se propone una saludable descentralización y una efectiva inculturación de la
fe reconociendo el papel de las Conferencias Episcopales y de los concilios particulares,
tanto provinciales como plenarios (n. 129). También para que el ministerio
petrino se ejerza en forma sinodal es necesario descentralizarlo y para eso se
puede identificar lo que ha de reservarse al Papa y lo que puede ser decidido
por los Obispos en sus iglesias (n. 134). La sinodalidad también ha de
transformar la curia romana, el ejercicio de los representantes pontificios y
las visitas ad limina (n. 135). El sínodo de los obispos, conservando su
naturaleza episcopal, ha visto y podrá ver en el futuro en la participación de
otros miembros del pueblo de Dios la forma en que está llamado a ejercer su
autoridad en una iglesia sinodal (n. 136).
La quinta y última parte “formar un pueblo de
discípulos misioneros” señala la importancia de la formación para la práctica
de la sinodalidad (n. 141). Se precisa una formación integral, continua y
compartida (n. 143), especialmente en la catequesis (n.145). Además, ha de
dejarse enriquecer de la dimensión ecuménica (n. 147). En este sentido, es muy
importante la formación de los presbíteros, con presencia femenina, y con
perspectiva sinodal y la formación de los Obispos para que ejerzan su autoridad
con un estilo sinodal (n. 148). Los procesos formativos han de incluir la Doctrina
social de la Iglesia, el compromiso por la paz y la justicia, el cuidado de la
casa común y el diálogo intercultural e interreligioso para que la acción de
los discípulos misioneros incida en la construcción de un mundo más justo y
fraterno (n. 151).
El documento final concluye con la imagen del
banquete escatológico que ha comenzado en el esfuerzo sinodal de una profecía
social, inspirando nuevos caminos para la política, la economía, colaborando
con todos los que creen en la fraternidad y la paz en un intercambio de dones
con el mundo (n. 153) y pidiendo a María con el título de Odighitria (aquella
que indica y guía el camino) para que así como ayudó a la iglesia naciente a
abrirse a la novedad de Pentecostés, nos enseñe a ser un pueblo de discípulos
misioneros que caminan juntos: una iglesia sinodal (n. 155).
Hasta aquí esta síntesis que creo puede ayudar
a muchos a conocer el contenido de todo el Documento final de la Asamblea. Y,
entonces nos preguntamos: ¿qué queda de este sínodo de la sinodalidad? Considero
que todo lo expresado en el Documento final invita a ponerse en camino para
hacerlo realidad. De la recepción de todas estas buenas intenciones dependerá
la reforma de la Iglesia, propuesta de Francisco desde el inicio de su
pontificado. Vale la pena empeñarse en ello, aunque costará mucho conseguirlo.
Reconociendo todo lo anterior como positivo, también
hay que decir que el Documento final quedó en deuda con tantos temas que van de
la mano de la sinodalidad. Extraña que no haya ni una referencia a los pueblos
originarios ni a los afrodescendientes. Tampoco nada sobre la población LGTBIQ+
y a muchas otras cuestiones que salieron en la fase de escucha. Por otra parte,
el hecho de que no se haya cerrado la puerta para el diaconado femenino, con lo
cual se muestra que la presión fue fuerte y pese a la insistencia de dejarlo de
lado, permaneció en el documento, es una lástima que la bonita expresión que el
mismo documento emplea refiriéndose a las mujeres “lo que viene del Espíritu
Santo no debe detenerse” (n. 60) no la pongan en práctica y, por el contrario,
se afiancen más en su poder patriarcal. Confiamos que la fuerza del Espíritu
abra más puertas en este y en otros aspectos para hacer realidad una Iglesia
sinodal.
Ha quedado, por tanto, la misma realización de
un sínodo con “voz y voto” del laicado, un documento fruto de todo el Pueblo de
Dios y el trabajo en el que seguiremos empeñados, algunos en la Iglesia, para no
dejar que lo que viene del Espíritu lo detengan.
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