viernes, 7 de marzo de 2025

 

En el Día de la Mujer, seguir trabajando por una sociedad y una iglesia que no excluya a las mujeres

Olga Consuelo Vélez

8 de marzo 2025

 

De nuevo conmemoramos el 8 de marzo -Día Internacional de la Mujer- y seguimos explicando que este día no es para recibir flores o dulces sino para aumentar la conciencia -tanto de las mujeres como de los varones- de que históricamente las mujeres hemos estado en un segundo lugar -basta recordar la popular frase “detrás de cada hombre hay una gran mujer”; no hemos tenido derechos civiles (muy lentamente se han ido consiguiendo, sabiendo que aún en algunas sociedades esto todavía no ha llegado); hemos sido (y seguimos siendo) víctimas de violencia por el hecho de ser mujeres; nos ha tocado esforzarnos el “doble” para mostrar que somos capaces de ejercer tareas que culturalmente habían sido asignadas a los varones; y que aún vivimos en sociedades patriarcales, machistas androcéntricas donde la violencia simbólica, de lenguaje, de actitudes, de cosmovisión, etc., siguen imperando. Podríamos seguir nombrando más situaciones de la sociedad y añadir las de la Iglesia que, con respecto a las mujeres, no han sido muy distintas.

Pero estas luchas en búsqueda de cambios sociales y culturales no son fáciles, suponen demasiada constancia para no decaer en ellas y fortaleza para escuchar críticas de parte, incluso, de las que son beneficiadas con estas luchas. Por ejemplo, es común escuchar que algunas mujeres consideran que las feministas son mujeres desadaptadas y que violentan a los hombres. Que algún caso se haya dado, es posible, pero que esto permita deslegitimizar las luchas feministas es muy cuestionable. También está la gran cantidad de mujeres que viven al margen de una conciencia crítica respecto al dolor y violencia que sufren las mujeres y, precisamente, por esa indiferencia, hacen más difícil un cambio. Ni que decir de las mujeres que consiguen algún puesto representativo en medio de un grupo de varones. Situadas ya en ese estatus, afirman que no hay ningún obstáculo para las mujeres ya que ellas son el ejemplo y avalan la conciencia patriarcal de que el problema no es la estructura sino la falta de preparación de las mujeres. No faltan los varones que dicen sentirse “atacados” porque se denuncia el sistema patriarcal y se excusan de mil formas para evadir el tema. En realidad, deberían involucrarse igual que las mujeres porque la sociedad patriarcal también los afecta a ellos grandemente.

En la iglesia también, como ya dijimos, se dan situaciones similares. Cuando se plantea este tema, muchos párrocos afirman que toda su parroquia está llevada por mujeres y, por lo tanto, allí no hay ninguna exclusión de género. Esas afirmaciones suelen ser muy engañosas porque es la falta de varones lo que permite que haya tantas mujeres, no la voluntad decidida de los dirigentes eclesiales de compartir sus responsabilidades con las mujeres. De hecho, en la actualidad hay más laicas afirmando que su servicio no siempre es valorado y que si llega otro párroco ya pueden salir de ese espacio porque el próximo trae otras ideas y las impone sin preguntarle a los fieles de la parroquia si les parece bien. Hasta ahora las parroquias parece que son propiedad de los párrocos y no de la comunidad eclesial que participa de ella.

Por otra parte, los nombramientos que ha hecho el papa Francisco de mujeres en puestos de responsabilidad, constituyen un paso adelante para cambiar los imaginarios y las prácticas. Pero, al mismo tiempo, pueden servir, a veces, como distractores de un cambio estructural que garantice que, sea este Papa o el siguiente, se siga impulsando una iglesia donde el laicado -y especialmente las mujeres, por la exclusión vivida- tengan derechos frente a la organización, la planeación y el desarrollo de la vida de la Iglesia por la dignidad bautismal que poseen.

Conmemoremos, entonces, este día, pidiendo fortaleza para no decaer en las peticiones por cambios estructurales. Pidamos constancia para seguir denunciando tantos micro y macro machismos cotidianos, sin temor a resultar molestas para los que no quieren modificar el status quo vigente. Vivamos la conciencia creyente de no ahogar el espíritu de Dios que, en el proceso sinodal empujó, una y otra vez, por la igualdad plena de las mujeres en la Iglesia y, sin embargo, su voz sigue siendo restringida, opacada, retenida. El alto número de votaciones en contra del numeral 60 del Documento final del Sínodo (publicado en octubre del 2024) que sintetiza la realidad de las mujeres, así lo demuestra (el numeral fue aprobado, pero tuvo 97 votos en contra, lo cual no fue el promedio de los otros numerales que tuvieron 2, 5, 10 y algún otro 40, 38, etc., en contra). Y la postergación casi que “indefinida” de responder a la exigencia de los ministerios ordenados para las mujeres, lo deja en evidencia. Curiosamente en ese mismo numeral se afirma: “lo que viene del Espíritu no puede detenerse” y, sin embargo, la marcha lenta y sin profecía, sigue vigente.

Apoyemos tantos movimientos creyentes-feministas que siguen pidiendo “hasta que la igualdad se haga costumbre”, “hasta que en la iglesia no haya ninguna exclusión en razón del sexo”, porque la igualdad de la mujer con los varones es algo “del Espíritu” más que de ideas raras de unas pocas mujeres, como creen algunos.

 

lunes, 3 de marzo de 2025

 

Cuaresma: oportunidad de repensar nuestra fe

Olga Consuelo Vélez Caro

El 5 de marzo se inicia cuaresma con la celebración del miércoles de ceniza. Es un tiempo de preparación para conmemorar el acontecimiento fundamental de nuestra fe: la muerte y la resurrección de Jesús. Convendría repensar el significado de este día para vivir este tiempo con más conciencia, pero, sobre todo, para que pueda dar más fruto en nuestra vida.

En algunos lugares ha crecido el número de personas que acuden a la imposición de la ceniza. Sin embargo, si preguntáramos por el sentido de lo que están haciendo, bastantes personas responderían que lo hacen buscando una protección o una bendición de Dios, pero desconocen el verdadero significado de este sacramental. En realidad, hay muchas búsquedas espirituales que responden a la necesidad de solución de los problemas que viven las personas y no importa si el rito lo ofrece la iglesia católica o cualquier otra confesión de fe. Lo que interesa es participar de algo que les fortalezca, los anime, les ayude a afrontar lo que viven. Todo esto es legítimo, necesario y si ayuda a las personas, es importante respetarlo. Pero vale la pena reflexionar sobre lo que celebramos los cristianos para saber “dar razón de nuestra fe” (1 Pe 3, 15-16).

Cuaresma, etimológicamente viene de la palabra latina, cuadragesima, señalando así los cuarenta días que faltan para celebrar el misterio pascual. Es tiempo de preparación, conversión, reflexión sobre el núcleo de nuestra fe y sus consecuencias para la vida. Es tiempo de preguntarse en qué creemos, por qué creemos, cómo ser consecuentes con lo que creemos, cómo podríamos dar testimonio más claro de lo que creemos.

Los cristianos creemos en la encarnación de nuestro Dios en Jesús y, en consecuencia, creemos en sus palabras y obras. Jesús nos comunicó con su vida lo que Dios desea de la humanidad y el camino para realizarnos plenamente en el amor, construyendo un mundo justo y en paz, entre los seres humanos y con la creación. Por tanto, la conversión a la que nos invita este tiempo de cuaresma no se puede quedar en algún ayuno o abstinencia o en la participación litúrgica. La conversión, a la que se nos llama, supone contrastarnos con la persona de Jesús y ver si nuestra vida ha asumido sus valores y los pone en práctica.

Las preguntas que convendría hacerse podrían ser, por ejemplo, por la imagen de Dios que tenemos. Vivimos y anunciamos al Dios de Jesús, ese Dios misericordioso con toda la humanidad, ¿sin ninguna exclusión para ninguno de sus hijos? En sociedades como las nuestras donde se da tanta exclusión por razón de etnia, de género, de condición social y, como hemos visto en algunos países, en razón de su condición de migrante, cuaresma nos invita a dar un testimonio muy claro y decidido por la inclusión de todos los seres humanos, estando atentos a cualquier condición que atente contra la dignidad humana, con voz profética para denunciarla y buscar caminos de integración.

Otra pregunta que podríamos hacernos va en la línea de la praxis de Jesús. Un Jesús libre de la Ley cuando ella atenta contra los seres humanos, libre del Templo cuando este no es liberador sino mediación de ritos externos, libre del tener para vivir la solidaridad, libre del poder, practicando el servicio, libre de las búsquedas personales para construir el bien común. ¿Es nuestra fe generadora de libertad o nos encierra en legalismos, fundamentalismos, escrúpulos, vanaglorias? En tiempos donde crecen las posturas tradicionalistas se necesita vivir una experiencia de fe que libere, permitiendo entender los signos de los tiempos y responder a ellos.

Muy importante es preguntarnos sobre la dimensión social y política de la fe. Las experiencias religiosas han de ser para la vida, para la construcción de sociedades más justas y en paz, para realizar obras de misericordia y solidaridad que actualicen para el presente, la vivencia de las primeras comunidades cristianas. No debería pasarnos lo que relata la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) de dejar a los caídos en el camino por “no mancharse” para cumplir con la purificación ritual o permanecer indiferentes ante la realidad de los hermanos porque se tiene prisa con el cumplimiento de los oficios religiosos. Nuestra conciencia socio política ha de ser lúcida, siempre apoyando las políticas que garanticen la justicia para todos y rechazando aquellas políticas que se centran en el lucro y la ganancia, sin importar las consecuencias humanas y ambientales de tales propuestas. En este último sentido, preguntarnos por la responsabilidad ecológica, es imprescindible. Hemos ido tomando más conciencia de que la salvación de nuestro Dios no es solo para la humanidad sino para toda la creación, pero dependerá de nuestro cuidado y capacidad de vivir en armonía con ella, sin depredarla y extinguirla.

Tenemos cuarenta días por delante para pensar en estas cuestiones o en muchas otras que pueden surgir en el corazón de cada uno. No dejemos pasar esta oportunidad que nos brinda el ciclo litúrgico de tomar el pulso de nuestra fe y reorientar la marcha. En eso consiste la conversión y se nos invita a vivirla en este tiempo. Por supuesto, con mucha “esperanza”, como lo ha señalado el Papa al invitarnos a vivir el Jubileo de la esperanza, sabiendo que por parte de Dios está todo dado y depende solo de nuestra generosidad que su amor hacia la humanidad se haga real y palpable en el mundo que vivimos.