Y ¿hasta
cuándo podremos comulgar sacramentalmente?
Dictando clases de sacramentos y, por supuesto, haciendo
referencia a la liturgia por su estrecha relación, siempre hago énfasis en la “vida”
que se celebra en el sacramento, especialmente la vida de amor y servicio a
todos y con más atención a los pobres, para no caer en un rito vacío. Curiosamente
no han faltado los estudiantes que no aceptan esa forma de presentar los
sacramentos y defienden el rito litúrgico diciendo que lo otro tiene el peligro
de caer en sociologismos. Detrás de esas distintas visiones está la diferente formación
que hemos recibido y, lamentablemente, algunos jóvenes, hoy en día, han sido
más formados en defender la estructura externa de la iglesia y con mucho
rechazo a lo social por todos esos temores y hasta persecuciones que se vivieron
en las décadas anteriores.
Pero ahora ya no es una clase, ya no son diferentes visiones,
sino una realidad externa que nos ha afectado a todos y ha cambiado nuestra forma
de celebrar la fe. Al principio, hubo muchas resistencias a cualquier cambio.
En Bogotá, algunos fieles protestaron por las indicaciones del Cardenal de dar
la comunión en la mano. Pero ahora ya ni se puede dar en la mano porque,
simplemente, ya no habrá celebraciones de Semana Santa en los templos.
Han abundado las propuestas de eucaristías por televisión y
por las redes sociales y se anuncian los horarios para transmitir todas las
celebraciones de esta Semana Mayor, incluso por los canales comerciales. Ahora
bien, es loable el uso de todos estos medios (que valga el comentario, en otros
momentos hemos criticado por su uso excesivo, pero que ahora casi “bendecimos” porque
son los que nos permiten mantener las relaciones, aunque estemos en cuarentena)
pero quedan algunos interrogantes: ¿estaremos “celebrando” o “asistiendo como espectadores”?
y, personalmente, cuando vi por Facebook a un amigo sacerdote con toda su
comunidad celebrando la eucaristía sentí la diferencia entre el clero y el laicado.
Los clérigos siguen la vida -casi como si no pasara nada afuera- y pueden celebrar
la eucaristía diariamente. El laicado puede seguir las transmisiones. Le
comenté esto a mi amigo sacerdote y me respondió que por eso ellos dejaban bastante
tiempo para que los laicos -espectadores- hagamos la comunión espiritual. En
fin, no dudo de la buena voluntad en todos estos intentos por vivir la fe y
animar a todo el pueblo de Dios a vivirla, pero quedan muchos desafíos en el
aire. Y si esto se prolongara indefinidamente, ¿no podría la iglesia doméstica
celebrar verdaderas eucaristías, con una persona que presida? ¿No sería el
momento de ejercer el sacerdocio bautismal? ¿no podríamos recuperar esa experiencia
de las primeras comunidades cristianas que el libro de Hechos nos relata de
partir el pan en las casas con alegría y sencillez (2, 44-46)?
Estos pensamientos me hacen recordar las muchas discusiones
que se dieron a propósito del Sínodo de Amazonía sobre permitir el sacerdocio
para varones casados y sobre el diaconado de las mujeres. Se ofrecieron tantos
argumentos teológicos, pastorales, sociales para rechazar cualquier cambio que
ahora me pregunto: ¿no nos dicen las circunstancias concretas lo relativo de
tanto argumento y lo urgente de responder a la vida? Sinceramente creo que es
necesario poner la liturgia y toda la experiencia eclesial al servicio de la
vida y ser mucho más libres como lo fue la primera comunidad cristiana en sus
condiciones concretas. Por supuesto no quiero quitarle valor al sacramento como
la tradición de la iglesia lo ha preservado. Tampoco quiero caer en el relativismo
de que ahora cualquiera presida la eucaristía. No digo que no nos unamos a las transmisiones
televisivas. Digo que nos preguntemos muy a fondo ¿cuál es la vida que yo
llevaría a celebrar en esta Semana Santa el Domingo de Ramos, el jueves santo,
el viernes santo y el domingo de resurrección? ¿Qué es lo que yo celebraría? ¿O
pensaba ir al templo a “asistir” a los ritos litúrgicos que tantas veces tranquilizan
la conciencia?
Todas las circunstancias difíciles nos confrontan en muchos
sentidos. Creo que esta cuarentena es una ocasión para no echar en falta el
rito como tal sino vivirlo desde la circunstancia en la que nos encontramos,
teniendo como contenido de fe -no la celebración ritual dirigida por el clero-
sino la propia vida que en tantos momentos y de tantas maneras experimenta el
misterio pascual y descubre la fuerza de la resurrección de Jesús en la propia
vida. En otras palabras, tenemos por delante la oportunidad de “vivir la fe” y “celebrar
la vida” en el seno de la iglesia doméstica.
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