¿Cómo celebrar la
resurrección del Señor en estos tiempos que vivimos?
La vigilia pascual nos invita a renovar nuestra confesión de
fe: “El Señor ha resucitado”, “ÉL vive”, “Él se queda para siempre con nosotros”,
“Su espíritu impulsa nuestra vida y renueva la faz de la tierra”. Pero ¿qué
resonancia tienen esas confesiones de fe cuando estamos confinados en casa y
las noticias de cada día solo son números de más contagiados, de más muertos,
de más pobres por las consecuencias que de todo esto se están derivando? ¿Para
qué nos sirve creer si a todos está situación nos está afectando por igual sin
importar el credo? ¿No está Dios escuchando nuestros ruegos que se han multiplicado
porque casi todos los clérigos están transmitiendo las liturgias o sus
devociones por las redes y muchos cristianos asisten a estas o hacen sus
propios rezos y demandas? Con todo esto ¿se puede hablar del Cristo que venció a
la muerte? ¿del Resucitado que nos trae vida en abundancia?
Contra todos los pronósticos esta circunstancia nos permite
afirmar con más fuerza: ¡Sí! ¡el Señor ha resucitado y por eso estamos alegres!
En efecto, la resurrección no significa que la cosas vayan bien, que los
problemas se arreglen, que no haya sufrimiento, ni muerte. La resurrección
significa que el espíritu del Señor nos fortalece y vive en nosotros para
afrontar la vida como ella es, como la hemos construido, como la bondad humana
la defiende, como la irresponsabilidad humana la destruye.
El Resucitado en todas sus apariciones envía a sus discípulos
a anunciar la Buena Noticia de que su espíritu se queda con nosotros para siempre
y por eso la vida humana se vuelve vida en el espíritu, vida con afecto, vida
con fuerza, vida con paz, vida con alegría, vida con fortaleza, vida con mansedumbre,
vida con sabiduría, vida con Dios. Es decir, la confesión de fe no es una
afirmación sino una acción. Creer en Jesús Resucitado es ponernos en camino
para vivir la misión que Él nos confía.
Pero me preocupa que los cristianos estemos como los
discípulos de Emaús que, aunque habían escuchado decir que algunas mujeres habían ido al sepulcro y no lo habían encontrado
y unos ángeles les habían dicho que Él estaba vivo y que otros discípulos
habían ido y habían encontrado todo como lo habían dicho las mujeres pero a Él
no lo habían visto (Lc 24, 22-24), aún así, ellos volvían a Emaús desanimados y
abandonando el camino que habían recorrido con Jesús.
Nos puede estar pasando como a estos discípulos. Esta circunstancia
actual puede no dejarnos ver los frutos de la resurrección. Los discípulos del
Emaús reconocen a Jesús cuando parte el pan con ellos. Pero ¡atención! Ese partir
del pan no es el rito litúrgico con el que ahora lo celebramos, es la vida
compartida de Jesús de darse y entregarse a todos y, especialmente, a los más
necesitados. Pues bien, la pandemia actual nos hace ir a lo esencial y ojalá lo
sepamos hacer.
Los frutos de la resurrección en este tiempo podrían ir por
ese gozo que surge de dentro porque nos hemos dado cuenta que lo importante no
son los templos, sino la presencia de Dios en nuestra historia; lo importante
no son los ritos, sino la capacidad de vivir lo que cada día nos depara con
toda la atención y cuidado que amerita; lo importante no es invocar al Señor de
los cielos sino ver al Cristo sufriente en todos los afectados por esta pandemia,
no sólo por la situación de salud sino por las consecuencias económicas,
familiares, laborales, culturales que nos está trayendo.
Cristo habrá resucitado en nosotros si nos sacudimos esa
tristeza que cargaban los discípulos de Emaús y lo reconocemos en este pan
partido del sufrimiento actual de nuestro mundo que nos hace volver a Jerusalén
para lanzarnos a la apasionante tarea de la evangelización, no desde la
abstracción de unas normas que deben cumplir los que nos escuchan, sino desde
la realidad que nos invita a ser profetas de esperanza, de solidaridad, de
misericordia, de conciencia lúcida para afrontar lo que vivimos, señalar las causas
de lo que nos está pasando y hacer todo lo que está en nuestra manos para superarlo.
Se dice mucho, ¡y con razón! que ojalá esta circunstancia nos
haga tomar conciencia del cuidado urgente que necesita la creación ya que,
gracias a la cuarentena, la contaminación ha disminuido, los paisajes están más
claros y se ven volcanes y montes que era imposible divisar a la distancia, los
animales se han acercado a las ciudades porque ahora no son territorios hostiles,
en otras palabras, parece que el mundo ha respirado un poco mejor y esto será
beneficioso.
Pero ¿esta circunstancia nos ayudará a crecer en nuestra fe
o, tan pronto podamos, volveremos a la práctica del rito y a la religión sin
rostros sufrientes? Seria maravilloso y signo de resurrección que todo lo que hemos
reflexionado, palpado, discernido, propuesto sobre el ser iglesia, sobre las
celebraciones litúrgicas, sobre el papel del laicado, sobre otros medios de evangelización,
sobre el Cristo sufriente y vivo en cada hermano/a, no se quedará en ideas sino
lo pusiéramos en práctica. La pandemia no puede dejarnos igual en muchos
sentidos, pero tampoco en nuestra manera de vivir y expresar la fe. Que el Señor
Resucitado en verdad nos purifique de todo lo accesorio y nos lance al
apostolado de la vida, del compromiso, de la transformación de nuestro mundo en
un lugar habitable y justo para todos y todas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.