Domingo de Ramos: Hoy
Jesús entra a la Jerusalén de nuestro mundo
Comienza la semana santa con la lectura de Jesús entrando a
Jerusalén (Mt 21, 1-10). En este relato, Jesús llega como un rey, pero de características
distintas a la de los reyes de la época, encarnando lo que ya había dicho el
profeta Zacarías: “Mira que tu rey viene a ti con toda sencillez, montado en
una burra, una burra de carga, junto a su burrito” (9,9). Aunque solemos
referirnos a este texto como la entrada “triunfante” de Jesús a Jerusalén, en realidad,
Jesús está contrastando las expectativas de los judíos que estaban allí y por
eso ellos se preguntan conmocionados: ¿quién es este? Y, tal vez, son los sencillos
los que lo pueden responder: “Este es el profeta Jesús de Nazaret de Galilea”
(Mt 21, 10).
Pero en este domingo, en nuestro mundo hay conmoción por una
pandemia que nos mata. Y ¿qué puede decirnos este texto frente a la situación que
vivimos? Es probable esperar que Jesús nos traiga la salud, porque en aquella
época, cuando llegaba el rey podía conceder algún favor y el pueblo esperaba
ansioso esa benevolencia de su parte. Seguramente muchas de las oraciones o
celebraciones litúrgicas de hoy pidan el superar esta situación. Por supuesto
es válido contarle nuestra angustia y pedirle su fuerza. Pero esto nos puede separar
de lo esencial: reconocer la manera como Dios es rey y el camino que escoge
para hacernos presente el reino. La propuesta de Jesús arranca por los pequeños
y apuesta por la vida de todos. No viene a alabar a los que cumplen la ley o
pueden ir al templo. De hecho, el texto que sigue en el relato del evangelio es
la ida de Jesús al templo y los gestos simbólicos que allí realiza -expulsión
de los vendedores- muestran que la oración no es un negocio sino el sanar a
todo el que lo necesita como Él lo hizo con los ciegos y cojos que le
presentaron en el Templo (Mt 21, 14).
La pandemia nos está revelando que nuestro mundo continúa en
la injusticia. Porque la salud que es un derecho básico no tiene la estructura
adecuada para atender a todos los hijos e hijas de Dios. Y eso en los países
pobres y en los ricos. Y, especialmente, en nuestros países pobres, ha quedado
manifiesto que mucha gente vive “del día a día” y si llega una calamidad, no
puede afrontarla. Los gobiernos están dando ayudas, pero ¡escandalizan! porque
al menos en Colombia se les da una cantidad irrisoria para que vivan todo el
mes. Y la educación virtual ha salido al paso para que no se suspendan los
estudios. Pero en muchas familias no hay computador, ni mucho menos internet. Y,
lo más grave, la pandemia propone como medio indispensable para protegerse, el lavado
frecuente de manos. Pero muchos no tienen agua en casa -si tienen casa, claro-.
Y no sólo con los más pobres esto está quedando evidente. Hay
una clase media que está también sufriendo las consecuencias porque sus
negocios o empleos, dependen del flujo de capital donde todo se compra y se
vende y si no hay movimiento no están cubiertos los derechos básicos para todas
las personas de un país. Muchas otras situaciones puntuales podrían ser
invocadas. Pero bastan estas para conmemorar la entrada de Jesús a Jerusalén en
su tiempo y hoy en el nuestro. ¿Quién es este al que no le hemos entendido el
mensaje? ¿cómo podemos afirmar que es Jesús de Nazaret si no hemos gastado nuestra
vida en garantizar los derechos básicos de salud, agua, vivienda, alimentación,
educación, empleo, para todos y todas?
Jesús llega hoy a nuestro mundo y estamos lejos de haber
entendido su propuesta de vida. Todos, incluidos los que nos llamamos
cristianos, nos hemos casado con un sistema económico injusto y lo hemos
justificado de mil maneras. Hemos defendido las políticas neoliberales porque
hemos tenido con que “pagar” los servicios básicos que deberían ser “gratuitos”.
Hemos demonizado las políticas sociales que apuntan a garantizar esos derechos
básicos porque las hemos considerado “populistas”. Simplemente, metidos en un
mundo que privilegia la riqueza de los que pueden, nos hemos acomodado y mejor o
peor hemos venido sobreviviendo. Pero una pandemia nos ha sacado a la luz las
consecuencias de este neoliberalismo salvaje, tal como lo denunció el editorial
del “Washington
Post”: “La realidad ha quitado el
efecto de la anestesia del capitalismo salvaje; y ha tirado sus cartas sobre la
mesa. Ha llegado la hora de replantear y de humanizar este modelo económico; y
hacernos el siguiente planteamiento: ¡O muere el Capitalismo Salvaje, o muere
la Civilización Humana!
Hoy Jesús entra a la Jerusalén de nuestro mundo, que las palmas
que levantemos sean las de la justicia para que todos y todas tengan vida y ¡vida
en abundancia! (Jn 10, 10)
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