Ponernos en camino
en este tiempo pascual con más fe, más esperanza, más amor
Estamos en tiempo de Pascua y las lecturas bíblicas nos traen
los encuentros de Jesús con sus discípulas y discípulos (no olvidemos que se apareció,
en primer lugar, a María Magdalena) mostrándose Resucitado e invitándolos a anunciar
la “buena noticia” de la vida para siempre, de la vida que no se acaba ni con
la limitación humana (la muerte, la enfermedad, las pandemias) ni con la maldad
humana (injusticias, asesinatos, masacres, guerras) sino que se transforma en
la vida definitiva con Dios.
Por tanto, la Resurrección de Jesús no cambió las
situaciones que los discípulos vivían. Lo que hizo fue hacerles superar el miedo
y ponerse en camino para transformarlas. Es decir, no hace que las cosas sean
distintas, sino que dispone para seguir viviendo la realidad -como ella es- desde
la perspectiva de la fe, de la esperanza, del amor. La vida de los primeros no
fue nada fácil. Pedro y Pablo van a ser perseguidos y martirizados. A María Magdalena
la tradición cristiana la invisibiliza como discípula y luego la confunde con la
pecadora arrepentida. Los primeros cristianos son perseguidos y tienen que
esconderse en las catacumbas para celebrar su fe. Y aunque luego el
cristianismo se volvió la religión del imperio y, por lo tanto, tuvo posibilidad
de expandirse y de construir una cultura cristiana, la historia nos muestra que
no ha faltado la persecución, incomprensión y hasta martirio, para aquellos que
no pierden la referencia a la Buena nueva de liberación de los inicios y la
saben encarnar en el tiempo en que viven. Mártires actuales, como Monseñor
Romero, nos muestran una vida que supo mirar la realidad de opresión y muerte que
sufría su pueblo y la fuerza del resucitado le hizo levantarse y ponerse en
camino, para denunciar las injusticias que se estaban cometiendo y anunciar que
eso no era voluntad de Dios y, por lo tanto, había que transformarlo.
Y en este tiempo pascual ¿qué está produciendo la
resurrección del Señor en nuestras vidas? ¿qué buena noticia llevamos en el
corazón para anunciarla a los demás? ¿Cuánto hemos crecido en la fe, la
esperanza y el amor? Son preguntas que pueden ayudarnos a tomarnos el pulso
sobre los frutos de la Pascua en nuestra vida. Pero la respuesta no está solo
en las palabras que digamos sino en las obras que estemos realizando.
Ahora bien, en tiempos de cuarentena no parece que hubiera muchas
obras para hacer, aunque contradictoriamente, la situación nos invita a hacer
muchas cosas que sin esta experiencia no habríamos imaginado. A nivel personal,
es bien interesante pensar sobre lo que en verdad llevamos dentro. Cuando no se
puede salir y buscar distracciones externas ¿qué resuena en nuestro interior?
¿cuáles son mis pensamientos, mis preocupaciones, mis intereses, mis búsquedas?
Claro que en este aspecto la conectividad a las redes sociales juega ese doble
papel que toda realidad tiene: positivo y negativo. Resultan una mediación
indispensable y positiva para estar comunicados y acompañar lo que va
sucediendo. Pero, al mismo tiempo, tienen de negativo el que pueden impedir que
nos encontremos con el propio yo, con lo que realmente somos, por las muchas
distracciones externas que nos ofrecen -inclusive hasta ser espectadores de la misa.
A nivel familiar y de amistades nos confronta con las
relaciones verdaderas. ¿Qué tanto diálogo familiar existe? ¿con cuáles amistades
ha seguido esa comunicación fuerte y constante? Muchos viven distraídos con la
cantidad de personas que se cruzan en la vida por el trabajo, estudio o
simplemente por salir a la calle, pero cuando hay aislamiento social ¿qué afectos
son fuertes? ¿cuáles nos constituyen? ¿quiénes ocupan nuestro mundo afectivo?
A nivel social este es un tema hondo porque las consecuencias
de la pandemia nos invitan a quejarnos pero, tal vez, no a hacer una seria
reflexión sobre la forma como el mundo está organizado: unos que lo tienen todo
y otros a los que les falta hasta lo indispensable; unos que pueden guardar
bien la cuarentena y otros que han de exponerse para ganarse el pan diario. En
fin, la economía que rige nuestro mundo es injusta, individualista, consumista
y acaparada por unos pocos. Pero una situación así nos ayuda a pensar cómo
seguir, qué economía alternativa establecer, cómo los bienes básicos han de ser
derecho de todos en tiempos de pandemia y en tiempos normales, pero el
inmediatismo que vivimos solo nos lleva a responder a la urgencia de salir a trabajar
para que todo siga como antes. ¿No seremos capaces, ante las consecuencias
económicas que vemos- de pensar otra economía que impulse la comunión de bienes
y no el enriquecimiento de unos pocos?
La Pascua del Señor no se refiere solo a la realidad
religiosa sino a esta vida en todas sus dimensiones como hemos señalado hasta
aquí. Pero, por supuesto, también nos hace mirar nuestras prácticas, creencias
y expresiones religiosas para reflexionar sobre lo que en verdad nos constituye
y distinguirlo de lo que es superfluo. Ya se ha hablado mucho de la iglesia
doméstica o las liturgias “de la propia vida” y no solo de los ritos. Pero esto
no es fácil hacerlo realidad. Siempre es más cómodo pedir que se “abran las
iglesias”, así se sigue yendo al culto y la conciencia queda tranquila. Eso de
orar en nuestro cuarto o de compartir la fe con los que nos rodean expresando quién
es Dios para mi vida y cómo lo veo acontecer en ella, no forma parte de la vida
de la mayoría de los creyentes. Eso de encontrar a Jesús en el necesitado con la
misma fuerza que en la Eucaristía sacramental, es más una teoría que una realidad.
En otras palabras, una vida espiritual honda y una fe madura es un desafío
pendiente para muchos.
Que el Resucitado saque lo mejor de nosotros mismos en estos
momentos difíciles y nos ponga en camino para crecer cada vez más en la fe, la
esperanza y el amor.
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