Este año, la
Pascua no solamente se conmemora … ¡se vive!
Llega el triduo pascual y esta vez se hace más evidente que los
“misterios de nuestra fe” no son un recuerdo del pasado o una celebración
litúrgica, sino que expresan lo que vivimos en el día a día y, en esta ocasión,
incluso, lo que vivimos a nivel mundial. Este año la muerte ha llegado
inesperadamente y se ha llevado -y sigue llevándose- a muchas personas de todas
partes del mundo. Y, al mismo tiempo, la esperanza se ha reforzado de muchas
maneras, en todos los lugares del planeta, y lo constatamos en tantos gestos de
bondad y solidaridad que surgen del corazón humano cuando topamos con los caídos
en el camino.
Ahora bien, podemos quedarnos en este devenir de la historia
externo, lo que vemos, lo que pasa, lo que hacemos y no profundizar en lo que
hay detrás de los acontecimientos para descubrir los errores y pecados a nivel
mundial y las inmensas transformaciones que la actual situación nos exige.
Eso pasa con el significado que damos al misterio pascual
vivido por Jesús y que se expresa en los ritos litúrgicos que se celebran en
esta época. Se predica el amor inmenso que Jesús nos tiene, su muerte por
nuestros pecados y su fidelidad a la voluntad del Padre. Se explota muchas
veces todo el dolor que pasó al ser flagelado y crucificado. En verdad, nos da
compunción de corazón y se espera el pregón pascual para volver a sentir la
alegría de que Cristo venció a la muerte. Sin embargo, muy poco se explicitan
las causas históricas de la muerte de Jesús y de ahí, el significado también
histórico de nuestra confesión de fe en su resurrección.
A Jesús lo matan porque anunció el reino de Dios que implica
la justicia, la misericordia, la inclusión, la paz. Y todo esto solo es posible
si las estructuras humanas las favorecen y cada uno sale de su propio egoísmo
para sentirse prójimo de los otros y se toma en serio que el bien común es
superior al bien propio. Además, Jesús cuestionó la imagen de Dios que surge de
una religión acomodada a los propios intereses. Por eso su enfrentamiento con
las élites religiosas de su tiempo, con aquellos que “velaban” por el estricto
cumplimiento del rito y la interpretación “correcta” de la Escritura. Los llamó
“sepulcros blanqueados” y realizó signos “provocativos” frente a lo que estas
élites consideraban ortodoxo: curar en sábado, comer con pecadores, juntarse
con publicanos, samaritanos, mujeres, niños, etc. No anunció un reinado de
poder, grandeza, honores sino un reinado de servicio, sencillez, humildad.
Es todo esto lo que hemos de actualizar en este presente que
vivimos, en la pandemia que nos atemoriza. Y ya lo hemos expresado en otros
momentos. La pandemia en sí expresa nuestra vulnerabilidad, nuestra limitación
como seres humanos. Pero los remedios a la pandemia nos confrontan con el
modelo de mundo que hemos construido que no estaba preparado para garantizar la
vida de todos y todas en los aspectos imprescindibles: salud, alimentación,
vivienda, servicios públicos, y todos los demás bienes que deberían pertenecer
a la humanidad y no a los pocos “privilegiados” de cada país. La pandemia ha
revelado que, si todos no cuentan con todos estos derechos, en una situación así,
a todos los afecta, aún a los más privilegiados.
Por tanto, la celebración de este triduo pascual no necesita
de mucha imaginación o introspección. La vida real está ahí afectándonos,
interpelándonos. El lavatorio de los pies, esta vez, denuncia el poco servicio
que hemos realizado con los más pobres: hemos convivido, en cierta manera
-tranquilamente- con tantas personas sin bienes básicos, y no nos detuvimos
suficientemente a luchar porque se les reconocieran esos derechos. El partir el
pan y tomar el vino, signo del Jesús que se entrega, nos revela que comulgar
nos exige una fraternidad y sororidad efectiva: si todos no se pueden sentar a
la misma mesa, aún no realizamos la cena del Señor.
Así llegamos al viernes de pasión donde tenemos mucho porque
pedir perdón. Ya hablamos de la injusticia que ha producido, mantiene y
promueve el sistema neoliberal que rige nuestro mundo. Pero también han salido
otros sufrimientos cotidianos: la violencia intrafamiliar se ha disparado en
muchos lugares, los feminicidios han aumentado, la convivencia se ha hecho
difícil pero también la soledad de muchos se ha hecho evidente en este
encierro. También se nota la diferencia entre quienes tienen grandes casas y
pueden salir a caminar en sus grandes jardines y los que tienen un espacio tan
pequeño que ya no saben cómo pasar un día más encerrados en sus cuatro paredes.
Y qué decir de los medios digitales a los que no todos tienen acceso para
estudiar, para informarse, para distraerse, para comunicarse. Estas y muchas
otras realidades hacen evidente la pasión de Cristo real en nuestro mundo.
¿Cómo creer en la resurrección? ¿cómo esperarla? ¿cómo
celebrarla? Si miramos el evangelio los apóstoles están desconsolados, miedosos
e incrédulos. Pero Jesús se les aparece, les dice “no teman” y los envía a
anunciar la buena noticia de su resurrección. Y así comenzó la iglesia. Hoy la
presencia del resucitado se hará realidad cuando retomemos el camino y trabajemos
por hacer de este mundo un lugar habitable para todos y todas. Solo entonces el
pregón pascual no lo repetiremos como fórmula, sino como vida; solo entonces el
triduo pascual será una celebración no encerrada en una liturgia impecable o en
un espectáculo televisivo. Será la vida que una vez más se impone ante la
muerte fruto de la condición humana y del pecado del mundo.
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