De la eucaristía
sacramental a la eucaristía existencial
La lectura del evangelio de Mateo
12, 1-8 nos recuerda las críticas que los fariseos le hicieron a Jesús porque
sus discípulos, en día sábado, tenían hambre y al pasar por unos trigales, comenzaron
a sacar las espigas y se comieron los granos. Eso no lo podía hacer un buen judío.
Los discípulos estaban mostrando poco dominio de sí, poco sacrificio y, sobre
todo, no estaban cumpliendo la ley que es lo que garantizaría su fidelidad a
Dios. Jesús les responde con el ejemplo de lo que hicieron David y sus
compañeros cuando estaban muertos de hambre: “entraron a la casa de Dios y
comieron los panes sagrados que ni él ni sus compañeros podían comer, sino
solamente los sacerdotes”. Pero como parece que los fariseos eran “de dura
cerviz” Jesús tuvo que seguir explicándoles: ¿No han leído en la Ley que los
sacerdotes trabajan los sábados en el Templo y no por eso pecan? Entonces Jesús
les explica la novedad del reino que Él anuncia: “Aquí hay uno que es más
grande que el Templo”, es decir, Jesús supera toda Ley, todo cumplimiento, toda
norma y con esa autoridad puede decirles: “Si ustedes entendieran claramente lo
que significa “yo no les pido ofrendas, sino que tengan compasión” no estarían condenando
a estos inocentes -es decir a los discípulos por haber comido el trigo-. Jesús termina
diciendo: “el Hijo del Hombre tiene autoridad sobre el sábado”.
Pues bien, estas lecturas sobre el sábado que hemos leído y
meditado tantas veces, hoy más que nunca nos interpelan y nos invitan a
ponerlas en práctica. La vida cristiana no es una vida de cumplimiento. Es una
vida de libertad. Y no por un relativismo absurdo sino porque Jesús pone al ser
humano en el centro de toda religión y todo lo demás a su servicio: leyes, sacramentos,
ritos, doctrinas, normas, costumbres, tradiciones, etc. La vida cristiana es
misericordia, compasión, fraternidad/sororidad, disponibilidad, servicio,
entrega, donación de sí, entrega de todo y, por supuesto, de sí mismo.
La situación de cuarentena que vivimos nos ha quitado la
posibilidad de participar de la eucaristía “sacramental” pero no de la
eucaristía “existencial” que, si entendemos el mensaje del reino, no significa
que ahora veamos la misa por televisión o que partamos un pan en nuestras casas
y hagamos muchas oraciones. La verdadera eucaristía existencial la celebramos en
este asumir las circunstancias que hoy vivimos y las hagamos un verdadero “partir
el pan”.
Hay eucaristía existencial cuando nos duele la cantidad de
personas que han muerto por este virus. Cuando nos comenzamos a quitar el pan
de nuestra boca para compartirlo con tantos que tienen necesidad. Cuando
pagamos el salario a las personas que nos sirven (servicio doméstico, portería,
jardinero, etc.) sin que vengan a trabajar. Cuando pensamos en serio qué modelo
económico tenemos que fomentar para que todas las personas tengan cubiertos sus
derechos básicos. Nunca como ahora ha quedado evidente (aunque ya lo sabíamos, pero
seguíamos pasando de largo) que son muchísimos los pobres que viven del día a
día y que no tienen casa, comida, servicios públicos -especialmente agua-,
trabajo digno, educación y, por supuesto, un sistema de salud capaz de responder
a las necesidades de todas las personas.
Hay eucaristía existencial, cuando contemplamos la creación
y vemos que está descansando de nuestra explotación absurda y el aire parece un
poco más claro, los animales están volviendo a su hábitat, los mares parecen
más transparentes, aunque todo esto es infinitamente poco, comparado con todo
el cambio ecológico que deberíamos hacer para cuidar efectivamente de la casa
común.
Hay eucaristía existencial cuando los grandes empresarios y
los bancos, tal vez, por primera vez en su vida, no piensan en ganar sino en
repartir lo que tienen para que todos puedan vivir.
Pero también habrá eucaristía existencial cuando la iglesia institución
se replantee su estructura externa y su énfasis -a veces casi exclusivamente- en
la vida sacramental. Muchas comunidades y parroquias comienzan a estar
afectadas económicamente porque la situación está impidiendo que entre dinero
para su sostenimiento. ¿Será la oportunidad de hacer real una iglesia pobre? Y ¿será
la oportunidad de una iglesia que no se centra en lo sacramental sino en la
vida de la gente, en sus necesidades vitales, en esa liberación que anunció
Jesús de todo lo que impide la vida plena y sana para todos?
Ojalá que esta pandemia nos ayude a vivir la eucaristía de
la vida que es asumir el momento presente y hacer todo por salir adelante, no a
nivel individual sino comunitario. Y, por supuesto, no es fácil, no deja de
tener dolor porque la circunstancia es bien difícil -pero así vivió Jesús la
última cena, a un paso de ser asesinado-.
Pero, sobre todo, ojalá que tanta celebración sacramental
que se transmite por los medios de comunicación no nos evada de la vida
concreta y de la espiritualidad encarnada y nos hagan creer que por mucho “ver”
liturgias e “invocar el nombre de Dios” estamos cumpliendo la ley. En realidad,
la verdadera religión -la que el Señor quiere- asume la vida y se compromete
con ella.
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