miércoles, 18 de septiembre de 2024

 

Pidamos conversión de corazón para entender el camino de Jesús

Comentario al evangelio del domingo XXV del Tiempo Ordinario 22-09-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará. Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: ¿De qué discutían por el camino? Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quien era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos. Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe y el que me reciba a mí, no me recibe a mis sino a Aquel que me ha enviado. (Mc 9, 30-37)

 

Continua el evangelio de Marcos, con los anuncios de la pasión, en este caso diciéndoles que el Hijo del hombre será entregado, lo matarán, pero resucitará a los tres días. No quiere decir esto que la vida cristiana es una vida de sufrimiento, de dolor, de cruz, de aguante, como tantas veces se dice y se vive. El dolor por el dolor no es redentor, como tampoco lo es la pobreza por la pobreza. La persecución que Jesús les anuncia a sus discípulos es frutos de su fidelidad a la predicación que realiza. En un mundo de injusticia social, de muchas veces, opresión en nombre de la religión, de exclusiones y rechazo a los más necesitados, la predicación de Jesús no es aceptada porque los poderosos de nuestro mundo -de ayer y de hoy- no están dispuestos a renunciar a sus privilegios. De igual manera, porque el egoísmo del corazón humano no deja de hacerse presente y se necesita, la continua conversión, para transformarlo en amor y servicio a los demás.

Ya en casa, que para Marcos es el lugar de la intimidad, de la enseñanza, de la catequesis, Jesús les pregunta sobre la discusión que los discípulos traían por el camino. Es vergonzoso pensar que mientras Jesús les comparte la dificultad que implica la misión, ellos están preocupados por quién será el mayor. Esta es una de las grandes tentaciones de las religiones. Todas ellas, llamadas al servicio, a la humildad, al desinterés, se ven convertidas, muchas veces, en lugares de ascenso social, de poder ejercido de muchas maneras, de privilegios, de riquezas y honores.

Conocemos toda la denuncia que el papa Francisco está haciendo en estos tiempos contra el clericalismo, contra los abusos no solo sexuales sino también de estructuras de poder que se gestan en los lugares eclesiales, produciendo tanto dolor y escándalo. Conocemos las riquezas que se van acumulando en obras de la Iglesia que dejan de ser de servicio y se convierten en empresas con los mismos criterios de la economía reinante. Sabemos de tantos títulos honoríficos que siguen utilizándose sin ningún pudor, como si no fuera fácil entender que en la Iglesia nada de eso debería existir.

La enseñanza de Jesús a sus discípulos no puede ser más sencilla y concreta: el que quiera ser el primero, sea el último y servidor de todos. Esta frase nos hace recordar el lavatorio de los pies relatado en el evangelio de Juan. En la comunidad no debe haber más que servidores, nade de jefes, padres o maestros. El hecho de que Jesús coloque a un niño entre ellos, no es por la inocencia de los niños sino por el poco valor que tenían en la sociedad judía hasta que no cumplieran la edad de 12 años para formar parte del pueblo de Dios. El reinado de Dios que Jesús anuncia tiene los valores contrarios a la sociedad de todos los tiempos -lo que no tiene valor, lo más insignificante, los últimos de cada tiempo, son los que han de estar en primer lugar, los que han de ocupar el centro, los que han de entrar primero a la mesa del banquete del reino.

Pidamos, entonces, conversión de corazón para entender el camino de Jesús de manera que nuestras obras den testimonio de ello.

 

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