¡Que el Señor abra nuestros oídos para
que nuestros labios no cesen de anunciar sus maravillas!
Comentario al
evangelio del domingo XXIII del Tiempo Ordinario 8-09-2024
Olga Consuelo Vélez
Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por
Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que,
además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él,
apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su
saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le
dijo: “Effatá” que quiere decir “¡Ábrete!”. Se abrieron sus oídos y, al
instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les
mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más
ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho
bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. (Mc
7, 31-37)
El evangelio de Marcos continúa este domingo,
relatándonos la curación de un tartamudo sordo. Decimos tartamudo y no mudo
porque el texto dice que “no hablaba correctamente”. Marcos sitúa a Jesús en
camino más allá de Galilea y realizando los signos del reino, uno de ellos las
curaciones a los enfermos. La liturgia se salta el texto de la curación de la
hija de una sirofenicia que antecede a esta curación. Por otra parte, esta
curación se asemeja mucho a la curación de la hija de Jairo, relatada en el
capítulo 5. En ambos textos Jesús pronuncia unas palabras: “Talita Kum” =
levántate y Effatá = Ábrete. “Al instante” la niña se levanta y se pone a
andar; “al instante”, se le abren los oídos al sordo y se le suelta la atadura
de la lengua y habla correctamente; y, con la niña, los presentes “quedaron
fuera de sí” y con el sordo se “maravillaban sobre manera”. Como vemos, las
curaciones siguen, en muchos casos, pasos similares, lo que muestra que son contados
en un género literario, sin que esto invalide la experiencia histórica que
debió acontecer, a partir de la cual, los que están con Jesús ven cómo se hace
presente el reino de Dios anunciado por Él, rompiendo ataduras, exclusiones,
impedimentos para que las personas tengan vida y vida en abundancia en ese
contexto.
El caso del texto de la curación de este tartamudo
sordo, nos remite a textos de Isaías en los que se afirma que “se despegarán
los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos se abrirán” (Is 35, 5-6). El
evangelio nos deja ver también, que se les atribuye a las manos de Jesús y a su
saliva la capacidad taumatúrgica. Estas especificaciones responden a las
creencias del tiempo, del poder curativo de la saliva, por ejemplo.
El mandarles a callar va en consonancia con el
“secreto mesiánico” que está presente en el evangelio de Marcos. Sin embargo,
en lugar de callar, la fama se extiende más y más. El texto nos muestra la
acogida que va teniendo el reinado de Dios anunciado por Jesús porque,
efectivamente, las situaciones se van transformando, su llegada genera cambios
y las cosas no siguen como estaban.
La frase final “todo lo ha hecho bien”, nos remite al
texto del génesis: “Y vio Dios que todo era bueno” (1,31). Efectivamente, las
situaciones caóticas que vive la humanidad, están llamadas a organizarse, a
mejorarse, a situarse en su correcto desarrollo para que la vida de Dios en el
mundo sea fecunda y el plan divino de salvación se lleve a cabo.
Más allá del milagro en sí, el evangelio nos invita a
dejarnos abrir los oídos por Jesús, a escuchar su predicación, la buena noticia
que nos comunica para que nuestros labios sean capaces de anunciar las
maravillas de Dios. Mucha sordera al evangelio existe hoy en nuestro mundo y en
nuestra Iglesia. Pero la apertura sincera a Jesús es capaz de hacer el milagro
de volver a escuchar la buena noticia del reino y de predicarla “a tiempo y a
destiempo” en el aquí y ahora que vivimos. Nuestro mundo, necesitado de buenas
noticias, exige una palabra más profética, más audaz, más creativa, más
transformadora, por parte de todos los que nos decimos discípulos de Jesús. Y,
eso será posible, en la medida que nuestros oídos estén abiertos para escuchar.
Recordemos aquel texto de la carta a los Romanos (10, 14-15). “Pero, ¿cómo
invocarán a aquel en quien no han creído? ¿cómo creerán en aquel a quien no han
oído? ¿cómo oirán sin que se les predique? ¿y cómo predicaran si no son
enviados?
¡Que el Señor abra nuestros oídos para que nuestros
labios no cesen de anunciar sus maravillas!
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