viernes, 31 de octubre de 2025

¿Y si nos decidiéramos a vivir la santidad?

Olga Consuelo Vélez

El primero de noviembre se celebra el “Día de Todos los santos”. Es una fiesta importante, que podría convocarnos más porque nos habla del destino final al que todos somos llamados y, los santos y santas reconocidos por la Iglesia, nos muestran que es una meta posible. Sin embargo, no es algo que comúnmente se desee porque ocurren diversos fenómenos con los santos proclamados por la Iglesia: o se les “domestica”, es decir, se opaca su cotidianidad, su humanidad y, especialmente su profetismo cuando este se refiere al compromiso social porque pareciera que lo santos han de ser solo personas de rezos, liturgias, devociones, etc., o se les “exalta más allá de lo humano” -poniendo énfasis en visiones, elevaciones, llagas, milagros, etc.,  que, por supuesto, nos hace imposible imitarlos. Además, todo este sistema actual de canonizaciones merecería una revisión a fondo porque ya sabemos que para ser santo se necesitan procesos largos y costosos que solo pueden sostener grupos con especial interés por reconocer la santidad de una persona y se piden milagros entendidos como algo inexplicable, lo que cada vez está más complejo de justificar. Pero, esto último sería objeto de otra reflexión.

Lo que nos interesa ahora es hablar de la santidad a la que todos estamos llamados, acudiendo a la “Encíclica Gaudete et Exsultate (2018), del papa Francisco, en la que se refirió “a los santos de la puerta de al lado”. Esa expresión es muy bella y significativa. Estos santos son todos aquellos que, aunque jamás estén en los altares, han vivido la cotidianidad de su existencia con la plenitud que da el ser gestores de bondad, de bien, de belleza, de alegría, de servicio, de solidaridad, en otras palabras, de todas aquellas actitudes que permiten que este mundo tenga más bien que mal, más esperanza que frustración, más presencia de Dios que ausencia de ese sentido transcendente. Y esa manera de vivir no es para unos pocos, es para todos los que aspiramos a dar sentido a nuestra vida, a ser felices.

Por eso el Papa Francisco en su encíclica pone ejemplos muy concretos. Refiriéndose a las mujeres nombra a las grandes santas (Teresa, Catalina, etc.), pero nos invita a mirar “a tantas mujeres desconocidas u olvidadas quienes, cada una a su modo, han sostenido y transformado familias y comunidades con la potencia de su testimonio” (GE 16). También desmonta la idea de que la santidad es para los ministros ordenados o los consagrados o personas con virtudes excepcionales (GE 15) o que se ha de privilegiar la oración por encima de la acción. En este sentido así lo expresa: “No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio. Todo puede ser aceptado e integrado como parte de la propia existencia en este mundo, y se incorpora en el camino de santificación. Somos llamados a vivir la contemplación también en medio de la acción, y nos santificamos en el ejercicio responsable y generoso de la propia misión” (GE 26). “A veces tenemos la tentación de relegar la entrega pastoral o el compromiso en el mundo a un lugar secundario, como si fueran «distracciones» en el camino de la santificación y de la paz interior. Se olvida que «no es que la vida tenga una misión, sino que es misión»” (GE 27).

Con todo esto, el Papa quiere señalar la santidad que surge de la gracia del bautismo (GE 15) y de la realización de la misión a la que hemos sido llamados (GE 19). Pero ¿cuál es esa misión que nos permite construir un camino de santidad? La encíclica lo desarrolla claramente: nuestra misión es inseparable de la construcción del Reino de Dios anunciado por Jesús, un reino de amor, justicia y paz para todos (Cf. GE 25).

En este sentido, el evangelio de Mateo nos ayuda a entender lo que es ser santo, presentando el discurso inaugural de la misión de Jesús que ocupa todo este capítulo. Comienza con las bienaventuranzas o programa del reino (Mt 5 3-12), sigue con el llamado a ser sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5, 13-16); el cumplimiento de la Ley (recordemos que Mateo escribe a judíos convertidos, con lo cual la Ley forma parte de su identidad religiosa, no así Lucas (6, 20-38) que omite esta parte del discurso porque sus destinatarios son paganos) pero enfatizando no la norma sino en el amor, por eso no vale decir solo “no mataras” sino que ni siquiera se ha de encolerizar con el hermano (Mt 5, -26); no vale solo “no cometer adulterio” sino que ni siquiera se puede mirar a la mujer deseándola y mucho menos repudiarla por cualquier motivo (Mt 5, 27-32); no vale solo no romper el juramento sino que no se ha de tomar a Dios para justificar promesas (Mt 5, 33-37); no se ha de cumplir la ley del talión sino superarla con la eliminación de toda venganza (Mt 5, 38-42) y no basta amar a los que nos aman sino que el amor ha de extenderse incluso a los enemigos (Mt 5, 43-47) y concluye con un versículo que resume la reflexión que estamos haciendo: “sean perfectos como el Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48) que retoma el texto de Levítico “sean santos como yo soy santo” (19,2) En la versión de Lucas es: “sean compasivos como su Padre es compasivo” (6, 36). En otras palabras, el programa de la santidad no va en la línea de realizar cosas extraordinarias sino en crecer en el amor más y más para que nuestra vida sea amor, razón de nuestra existencia, fuente de plenitud y única posibilidad de vivir en un mundo de justicia y paz.

Por eso podríamos preguntarnos: ¿y si fuéramos capaces de aventurarnos a ser también de estos santos de la puerta de al lado viviendo a plenitud lo que tenemos entre manos? Seguramente, nuestra respuesta afirmativa haría posible un mundo mejor donde ya comencemos a saborear los bienes definitivos de los que ya gozan tantos santos canonizados y tantos otros de la puerta de al lado.

   


jueves, 30 de octubre de 2025

1 Conmemoración de los Fieles Difuntos 2 11 2025

 

En el día de los difuntos, confesemos con Marta que Jesús es la resurrección y la vida

Conmemoración de los Fieles Difuntos (2-11-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

Cuando Jesús llegó, encontró que llevaba cuatro días en el sepulcro. Betania queda cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María para darles el pésame por la muerte de su hermano. Cuando Marta oyó que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Marta dijo a Jesús: Si hubieras estado aquí, Señor, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que lo que pidas, Dios te lo concederá. Le dice Jesús: Tu hermano resucitará. Le dice Marta: Sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le contestó: Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Lo crees?  Le contestó: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo (Juan 11, 17-27). 

Este domingo coincide con la conmemoración de todos los fieles difuntos y, por esto, pueden tomarse diferentes lecturas según las propuestas que el misal tiene para este día. Hemos escogido la de Juan 11 que corresponde a la muerte de Lázaro y la llegada de Jesús a la casa de sus hermanas, Marta y María. Por lo tanto, este texto nos habla de un Jesús que tiene amigos y amigas, que los visita, se solidariza con lo que viven y se hace presente cuando se le necesita. Esto nos acerca a esa humanidad de Jesús que muchas veces no se resalta porque solo nos fijamos en sus acciones salvadoras, olvidando la plenitud de su encarnación.

Precisamente por esta cercanía, es posible que Marta lo recibiera con un reproche: “si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Estas palabras son el punto de partida de un diálogo sobre el misterio de la vida y la muerte y la esperanza en la resurrección. Según el diálogo que se establece entre Marta y Jesús, no era desconocido para los judíos la esperanza en la resurrección, pero el cambio profundo que se va a producir es la afirmación de Jesús de ser él, la resurrección y la vida. Es decir, la esperanza en la resurrección se convierte en certeza con un nombre personal: Jesús, señor dador de vida y vida para siempre. Después de esa afirmación de Jesús, nos encontramos con la confesión de fe en boca de Marta, una mujer, confesión que corresponde a la que Pedro hace cuando Jesús les pregunta quien creen que él es. Marta va a confesar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, con las mismas palabras que lo hace Pedro y, sin embargo, en la práctica esta confesión de fe no se ha destacado, invisibilizando la presencia de las mujeres y quitándoles el protagonismo que tuvieron. Todo esto es lo que, en la actualidad, se está rescatando para abrir espacios de igualdad con los varones en la Iglesia.

Esta confesión de fe es la que da sentido a la conmemoración de todos los fieles difuntos que hoy recordamos. Ante la muerte, situación irremediable para todos los seres humanos, la fe en la resurrección mantiene la esperanza de que todos nuestros difuntos resucitaran. Cristo resucitado es la esperanza última no solo de los difuntos sino de todos nosotros y de toda la creación. Este día, por tanto, confesemos con Marta que Jesús es la resurrección y la vida porque es el Mesías prometido que, encarnándose en nuestra historia, ha garantizado la vida para todos. Nada de lo humano ha de perderse porque todo está llamado a resucitar con Cristo.

lunes, 27 de octubre de 2025

 

“Las mujeres no queremos ser como los hombres, porque somos mejores”

Olga Consuelo Vélez

 






En el encuentro del Papa León XIV con los equipos sinodales (24-10-2025), le preguntaron desde Europa: ¿qué esperanzas pueden alimentar legítimamente las mujeres en una Iglesia sinodal? ¿Cree usted que se está produciendo un auténtico cambio cultural en la Iglesia para que de cara al futuro exista igualdad entre mujeres y hombres en la iglesia y que esto se pueda convertir en una realidad?

El papa contestó con dos ejemplos. El primero diciendo que a su mamá le habían preguntando si quería ser como los hombres y ella contestó que por supuesto que no porque “las mujeres somos mejores”. El auditorio aplaudió como si hubiera dada una respuesta brillante con ese ejemplo a la pregunta. Pero no es así. Refleja la poca claridad para distinguir lo que son “derechos” para las mujeres (de los cuales solo gozamos hace pocas décadas en la sociedad y no en “todas” las sociedades), de comparaciones estereotipadas creyendo que cuando las mujeres piden la igualdad de derechos en la sociedad o en la Iglesia, es porque se quieren parecer a los varones. Son dos cosas muy distintas y ojalá fuéramos capaces de hablar sobre los diferentes temas, con argumentos sólidos, y no con frases slogan que solo confunden lo que es una exigencia justa. En la Iglesia no tenemos la misma igualdad que los varones y, desafortunadamente, la Iglesia, una institución que debería dar testimonio de ello, no ha sido capaz de dar el paso.

El segundo ejemplo fue sobre una congregación religiosa en Perú que ejercen la misión en una zona a la que no van los sacerdotes. Por ese motivo les han autorizado bautizar, ser testigas de los matrimonios y realizar muchas actividades pastorales. El Papa las alabo, dijo que muchos sacerdotes deberían aprender de ellas, etc. Ahora bien, ¿las mujeres tienen que ejercer la ministerialidad por encargo, porque no hay sacerdotes? ¿son para la suplencia? ¿no pueden ejercerlo a nombre propio como miembros del pueblo de Dios que ejercen diversos ministerios según las necesidades de las comunidades particulares? Sigue la deuda con las mujeres, pero, a muchas mujeres, parece que eso les basta, especialmente las que han recibido algún encargo y, por supuesto, ya se sienten en el círculo de las privilegiadas con decisiones personales de alguna autoridad.

El Papa luego se extendió hablando de las dificultades culturales, en la diferencia entre Europa y otros lugares, en los obispos que no creen que las mujeres puedan ejercer responsabilidades eclesiales y, eso es verdad, la cultura patriarcal tan arraigada en la sociedad y en la Iglesia, sigue vigente en muchas partes y, lamentablemente, sostenida por muchas mujeres. Pero eso no es del evangelio. Precisamente la Iglesia tendría que dar testimonio de una Iglesia que transforma las culturas al vivir los valores del evangelio. Pero aquí parece que la ceguera es total. El Papa habla con toda tranquilidad y no se da cuenta de sus incoherencias, pero los asistentes aplauden porque tampoco están liberados de la cultura clerical que nos hace creer que las cosas ya están bien y que la insistencia de las mujeres por la igualdad en la Iglesia responde a un capricho o a una no valoración de las mujeres “como mejores que los varones”, afirmación que, por cierto, supondría un “hembrismo” donde las mujeres estaríamos por encima de los varones. (“hembrismo” es la palabra opuesta a “machismo”, aunque algunos no lo saben y creen que la opuesta al machismo es “feminismo”).

Finalmente fue muy bueno que el Papa se reuniera con los equipos sinodales para darle un espaldarazo a la sinodalidad que, por cierto, no sabemos cuándo los equipos de estudio darán respuestas -incluida la del diaconado femenino- y no parece que tuviera demasiado impulso en la base del Pueblo de Dios, manteniéndose más en los que de hecho participaron del sínodo y lo seguirán empujando hasta la reunión presencial del 2028, pero que, personalmente, veo bastante debilitada fuera de esos círculos más exclusivos.


jueves, 23 de octubre de 2025

4 XXX Domingo del TO 26 10 2025



No gloriarnos de nuestros méritos sino de la gracia de Dios en nuestra vida

XXX Domingo del TO (26-10-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

 

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.
Les digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido
(Lucas 18, 9-14).




El evangelio de Lucas que estamos considerando en estas últimas semanas, nos presenta a Jesús hablando, en parábolas, a los que le siguen. En esta ocasión, el evangelio dice que Jesús se dirige a aquellos que “confiaban en sí mismos y despreciaban a los demás”, y les relata la historia de dos personajes bien conocidos en la sociedad judía de su tiempo: un fariseo y un publicano. Los fariseos son los cumplidores de la Ley, los que pueden ostentar el título de justos porque cumplen con todos los preceptos. Por su parte, los publicanos están al servicio del poder romano para cobrar impuestos, sin tener en cuenta la precariedad de los habitantes de Palestina. Su objetivo es complacer a los poderosos, asegurando así, su propia supervivencia. En el relato el fariseo sube al templo y se presenta a sí mismo ante Dios, vanagloriándose de cumplir más de lo debido, lo que lo hace mucho mejor que los demás. El publicano, por el contrario, reconoce que es pecados y ni siquiera es capaz de levantar los ojos al cielo.

Como toda parábola, Jesús no acusa a nadie directamente, pero los interpela a través de los personajes descritos. Afirma quién baja justificado y quién no, con las consecuencias claras de esas actitudes. El que se ensalza será humillado y el que se humilla será enaltecido.

Hay que tener cuidado de no caer en una crítica hacia todo fariseo o a una alabanza hacia todo publicano. La parábola pretende interpelar, pero no encasillar a las personas según su procedencia. Además, lo más seguro es que esta parábola, como todas las otras que el evangelista pone en boca de Jesús, responde más al tiempo de la comunidad de Lucas que al tiempo de Jesús. Por esta razón, conviene contextualizarla también en nuestro tiempo y revisar lo fundamental que ella nos dice. No son los méritos propios, no son los cumplimientos de normas y preceptos, no es la propia seguridad lo que nos hace mejores. Es la actitud humilde de quien intenta amar y servir, sabiendo que siempre podría hacerlo mejor. La humildad en el seguimiento nos permite reconocer la gracia del espíritu de Jesús para estar en camino y la confianza de que él llevará a término lo que, desde nuestra propia pobreza, emprendemos.


lunes, 20 de octubre de 2025

 

La difícil tarea de evangelizar en contextos de persecución religiosa

Olga Consuelo Vélez

 






He compartido en este espacio algo de la experiencia vivida en la India y, en esta ocasión, teniendo en cuenta que, octubre es el mes de las misiones, quisiera aportar también, desde India, una reflexión en este aspecto. Mi estadía ha sido corta con lo cual, todo lo que diga tiene mucha parcialidad e ignorancia, teniendo en cuenta, el país inmenso que es India y cada región con cultura, lengua y tradiciones propias. Pero desde la pequeña porción que he conocido, puedo decir que la experiencia de lo sagrado es muy fuerte y se vive con mucho respeto, generosidad y dedicación en, prácticamente, todos los lugares.

El gesto de quitarse los zapatos lo muestra, no solo en el ámbito de los templos o lugares religiosos sino en el entrar a una casa o a una tienda, señalando el respeto que merece ese lugar o esas personas con las que se va a interactuar. Sin duda es una toma de conciencia del “lugar sagrado” que pisas. También la devoción o religiosidad popular que llamamos en el ámbito católico, es “omnipresente” en todas las expresiones religiosas. El “tocar” los objetos sagrados forma parte de la práctica cotidiana, sea en el templo hindú, sea en las iglesias católicas. Se realizan muchas ofrendas, con bastante similitud que en nuestros santuarios: velas, figuras de cera con partes del cuerpo que se espera sean curadas, agua bendita, aceites, etc. Aquí se añaden flores, inciensos, polvos de colores, fuego, en fin, diferentes objetos con los que se expresa la necesidad y se pide por ella y que, a veces se llevan a casa para continuar prolongando las bendiciones en el hogar. El dar la limosna es algo que se hace con devoción, sea a la salida de los templos, por la calle o dejando ofrendas monetarias en los altares. Por ejemplo, según pude ver, en la fiesta del dios Ganesh de los hindús, muchos hogares hacen un altar especial por la fiesta y cuando van los invitados a cenar, en esos días de festival, los invitados dejan dinero en el altar, cantidad que al finalizar las fiestas se entrega como limosna a los necesitados. 

En este contexto, desde la actitud misionera que vivimos en la iglesia católica, surge la pregunta sobre cómo evangelizar en países como este, donde hablar de Dios no es el problema -a diferencia de nuestro mundo occidental donde la gente comienza a desconocer la palabra Dios o no le interesa- sino de qué Dios, si hace falta hablar de Dios, si nuestros ritos pueden decir algo a las demás creencias, etc.

Sabemos que en los primeros tiempos de la evangelización los misioneros, efectivamente, viajaban a estos países tan lejanos para nosotros, con el objetivo de dar a conocer a Jesucristo y, arriesgaban su vida, en aras de ese propósito. Justamente, en la Basílica del Buen Jesus, en Goa (India) reposan los restos de San Francisco Javier, misionero jesuita que soñaba con ir a China para ganar almas para Cristo, sueño que no consiguió. Sin embargo, fue un misionero incansable de este continente asiático, siendo llamado “Apóstol de las Indias”. Pero los tiempos han cambiado y la misión ya no se entiende solo en el sentido de anunciar explícitamente a Jesucristo y bautizar a las gentes, sino sobre todo de vivir con el pueblo y proponer proyectos que les ayuden en su formación integral. Así lo viven muchos misioneros en este país, con colegios a los que acuden niños y jóvenes de todas las religiones o con proyectos sociales para capacitar a las personas en múltiples tareas, de manera que consigan trabajar y defender sus derechos. Trabajar con mujeres es uno de los campos que más desarrollan las religiosas porque las necesidades están a la vista. Aunque haya tantas mejoras a muchos niveles, todavía hace falta más promoción e igualdad para ellas.

Fuera de esto, no parece haber demasiadas posibilidades y menos con el gobierno actual que goza del apoyo popular y tiene cómo principio fortalecer el hinduismo, buscando diezmar o perseguir a todos los que no sean hinduistas. Las condiciones para venir a evangelizar no son nada propicias y si el gobierno sospecha de cualquier vinculación religiosa de la persona que llega al país, niega o suprime la visa. De hecho, pregunté a muchas comunidades religiosas con cuánta gente extranjera contaban en sus casas y la mayoría me respondió que prácticamente ya nadie viene por esta gran dificultad de entrar al país. De turismo se puede venir, pero pensar en esas largas estancias misioneras que tuvieron muchas comunidades religiosas en el pasado, se hace cada vez más difícil.

Por lo tanto, se podría decir que, en este país, el testimonio de caridad y cercanía, de promoción humana y solidaridad, de presencia y compañía, constituyen el principal dinamismo de misión, de evangelización, de anuncio de la buena noticia, o el llamado “primer anuncio”. Queda también de lo que tanto se ha hablado en países occidentales donde la fe se va perdiendo; la llamada “nueva evangelización”, porque siempre será necesario mantener la renovación espiritual, bíblica, teológica, doctrinal de los que acuden tan asiduamente a la Iglesia para que la fe no pierda la novedad, camine al ritmo de los tiempos, acompañe los esfuerzos universales por una iglesia más sinodal, más en sintonía con Vaticano II y, especialmente, para que las nuevas generaciones encuentren en el seno de la Iglesia, una fe que acompaña sus búsquedas. Esto último, porque se quiera o no, los jóvenes de todos los países no son los que más frecuentan la iglesia y esto se da, en parte, por no saber anunciar a Jesús de la manera cómo la juventud hoy se siente llamada a vivir.

Pidamos en este mes misionero, capacidad de entender por dónde Dios nos llama a evangelizar en cada momento, en cada cultura, en cada realidad y, sea de una manera o de otra, el testimoniar el ser y actuar de Jesús, se refleje en todas nuestras acciones y en todos los lugares donde nos encontremos.

miércoles, 15 de octubre de 2025

 

Nuestro Dios “siempre” hace justicia

XXIX Domingo del TO (19-10-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme. Y el Señor añadió: Fíjense en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
(Lucas 18, 1-8).

En este evangelio Jesús continúa enseñando a sus discípulos por medio de parábolas. El tema del que se va a ocupar en esta ocasión, es el de la oración. Recordemos que Lucas presenta muchas veces a Jesús en oración y enseñándoles a los discípulos a orar. En este caso, quiere mostrar el valor de la “insistencia” en la oración y para eso presenta dos personajes. Un juez no muy recomendable y una viuda que necesitaba justicia. Al final esta obtiene la ayuda del juez, no por su idoneidad sino porque prefiere hacerle justicia para quitársela de encima ya que le importunaba con tanta insistencia.



Pero es curioso que este juez no atienda a la viuda cuando para Israel es tan importante la atención al “huérfano y a la viuda” (Dt 27, 19). Tal vez la reflexión que hace el juez consigo mismo es una llamada a pensar que si no actúa como debería hacerlo, puede perder el honor y, esto para el pueblo de Israel, es muy importante. Ahora bien, igual que en la parábola del administrador astuto, este juez no es ejemplo de justicia, pero justamente la parábola quiere señalar ese contraste para mostrar que si un juez injusto, al final, hace justicia, cómo Dios no va a hacerlo con sus hijos e hijas.

Es importante señalar que ese ejemplo de la insistencia de la viuda no es para reforzar la idea de que entre más le pidas a Dios, más te concederá o no lo hará si no le pides con insistencia. Dios no está contando los rezos. No va por ahí el mensaje. Lo que interesa es ver la actitud de Dios: siempre dispuesto a hacer justicia. La oración es la actitud confiada en el Dios que siempre hace justicia y esto es lo que Jesús quiere enseñar a sus discípulos.

El texto termina con una pregunta que parece de otro tema: “cuando venga el Hijo de hombre ¿encontrará fe en esta tierra?” y, efectivamente, además de la oración Jesús invita a la confianza en su segunda venida y en la fe que se precisa para ello. Lo que Jesús pide a sus discípulos es la fe inquebrantable, hasta que él vuelva.

Repitamos una vez más: la fe, la oración, la insistencia no se refiere a fomentar en los creyentes una actitud de pedir mucho para ver si logramos sensibilizar a Dios y conseguir lo que se pide. Por parte de Dios, está dándonos todo su amor, mejor aún, “su espíritu se ha derramado en nuestros corazones” (Rom 5,5). A lo que se refiere es a la actitud de fe como respuesta al amor de Dios, la oración como actitud confiada en ese amor y la insistencia en no dejar de construir el reino de Dios, “a tiempo y a destiempo”, como dice Pablo en la carta a Timoteo (2 Tim 4,2).

lunes, 13 de octubre de 2025

 

¿A qué nos invita la Dilexi te?

Olga Consuelo Vélez

 





El 4 de octubre el Papa León XIV firmó la Exhortación Apostólica DILEXI TE “Sobre el amor hacia los pobres”. Este documento se dio a conocer el 9 de octubre y desde entonces ya son muchos los comentarios, apreciaciones y valoraciones de este documento. Me permito compartir algunas de las reflexiones que me suscitó su lectura.

“El amor a los pobres representa la prueba tangible de la autenticidad del amor a Dios” (n. 26)

Esta afirmación y muchas otras de la identificación de Cristo con los pobres me parecen fundamentales y decisivas para responder a tantas personas que escucho relativizando la centralidad de los pobres en la vida cristiana. También escucho a muchos relativizando la pobreza material, prefiriendo hablar de la pobreza espiritual. Esta exhortación no deja de señalar los números rostros de los pobres y de la pobreza, refiriéndose especialmente a los que no tienen medios de sustento material, los marginados socialmente, los que no tienen voz para dar voz a su dignidad, sus derechos, su espacio, su libertad y, por supuesto todos los rostros de la pobreza moral, espiritual, cultural (n. 9).

Otros también consideran que trabajar con los pobres lleva a descuidar a los ricos. La exhortación critica “la pastoral de élites que argumenta que, en vez de perder tiempo con los pobres, es mejor ocuparse de los ricos, de los poderosos y de los profesionales, para que, por medio de ellos, se puedan alcanzar soluciones más eficaces. Es fácil percibir la mundanidad que se esconde detrás de estas opiniones; estas nos llevan a observar la realidad con criterios superficiales y desprovistos de cualquier luz sobrenatural, prefiriendo círculos sociales que nos tranquilizan o buscando privilegios que nos acomodan” (n. 114).

“Las palabras fuertes y claras del evangelio deberían ser vividas sin comentario, sin elucubraciones y excusa que le quiten fuerza” (n. 28)

En consonancia con lo que ya decía el papa Francisco, León XIV también se pregunta por qué si las escrituras son tan claras, hay tantos que no admiten esta centralidad de los pobres (n. 23). Más aún la Palabra revelada es tan clara, tan directa, tan simple (al referirse a la centralidad de los pobres) que ninguna hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizarla (n. 31). Y por si alguien tiene dudas, al hablar de los pobres no se refiere a beneficencia sino a la revelación de Dios (n. 5).

“Opción preferencial de Dios por los pobres, una expresión nacida en el contexto del continente latinoamericano (…) integrada en el magisterio de la Iglesia” (n. 16)

La exhortación reconoce el caminar magisterial (y porqué no decir teológico -aunque el documento no lo explicite-) latinoamericano con todo lo que este ha traído: las cuatro Conferencias Episcopales Latinoamericanas (Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida), la fundamentación bíblica (cap.2), patrística (cap.3) y magisterial (cap.4) de la inseparabilidad de la opción por los pobres y la vida cristiana. El Dios del Antiguo Testamento, amigo y liberador de los pobres, Aquel que escucha el grito del pobre e interviene para liberarlo (n. 17). Jesús, presentándose al mundo no sólo como Mesías sino como Mesías de los pobres y para los pobres (n.19). Los padres de la Iglesia con mensajes claros y contundentes: “no dar a los pobres es robarles, es defraudarles la vida, porque lo que poseemos les pertenece” (Crisóstomo) (n. 42) o “lo que no das al pobre no es tuyo, es suyo” (Agustín) (n. 43).

 

“Se recomiendan las obras de misericordia como signo de autenticidad del culto” (n. 27)

En tiempos en que algunos pretenden instalar un culto más ritual que existencial, la exhortación vuelve sobre el sentido verdadero del culto. “El rigor doctrinal sin misericordia es una palabra vacía” (n. 48). “No se puede rezar ni ofrecer sacrificios mientras se oprime a los más débiles y los más pobres (n. 17). “En el centro de la liturgia cristiana, no se puede separar el culto a Dios de la atención a los pobres (Justino)” (n. 49). “Aprendamos, pues, a reflexionar y a honrar a Cristo como Él quiere. Cuando queremos honrar a alguien, debemos prestarle el honor que él prefiere y no el que más nos gusta (…) Así también tú debes prestarle el honor que Él mismo ha ordenado, distribuyendo tus riquezas entre los pobres. Dios no necesita vasos de oro, sino almas de oro (…) si los fieles no encuentran a Cristo en los pobres a su puerta, tampoco lo encontraran en el altar (…) (San Juan Crisóstomo)” (n. 41). “Así pues, la caridad no es una vía opcional sino el criterio del verdadero culto” (n. 42).

“Es preciso seguir denunciando la dictadura de una economía que mata” (n. 92)

Aunque la exhortación es más eclesiológica que social, no deja de hacer referencias explícitas a la necesidad de un compromiso con los pobres que denuncie las estructuras de pecado y la mentalidad que pone en la acumulación la solución de los problemas sin darse cuenta lo absurdo de ello. “Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e impecable sus leyes y sus reglas (…) aunque no falten diferentes teorías que intentan justificar el estado actual de las cosas, o explicar que la racionalidad económica nos exige que esperemos a que las fuerzas invisibles del mercado resuelvan todo, la dignidad de cada persona humana debe ser respetada ahora, no mañana (n. 92). “En Dilexit nos el Papa Francisco nos ha recordado cómo el pecado social toma la forma de ‘estructura de pecado’ en la sociedad (…) se vuelve normal ignorar a los pobres y vivir como si no existieran. Se presenta como elección racional organizar la economía pidiendo sacrificios al pueblo, para alcanzar ciertos objetivos que interesan a los poderosos; mientras que a los pobres solo les quedan promesas de ‘gotas’ que caerán, hasta que una nueva crisis global los lleve de regreso a la situación anterior” (n.93). Estas afirmaciones cuestionan profundamente la actitud de tantos cristianos que apoyan esa economía de muerte con la elección de gobiernos con este tipo de visión que se fortalecen cada vez más en nuestro mundo.

La exhortación también se refiere al a degradación ambiental (n. 96), la importancia de los movimientos populares (n. 80) y sociales, especialmente superando “la idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres, pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos” (n. 81)

“La vida consagrada es un camino de amor en las periferias existenciales del mundo” (n. 78)

La Exhortación hace referencia a la vida monástica y consagrada como experiencias concretas a lo largo de la historia de compromiso con los pobres, sea con la asistencia a los más vulnerables (n. 56-s7), o respondiendo al drama de la esclavitud y el cautiverio (n. 59-60), o haciéndose pobre con ellos (63), o con la educación de los pobres (n. 68.72) o el acompañamiento a los migrantes (n. 75).

“El cristiano no puede considerar a los pobres solo como un problema social (…) son de los nuestros” (n. 104)

Este aspecto es muy importante porque nos recuerda que los pobres no son objetos sino sujetos. “No se trata de llevarles a Dios sino de encontrarlo entre ellos. No es un gesto de arriba hacia abajo, sino un encuentro entre iguales” (n. 79). Dejarnos evangelizar por los pobres y reconocer la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos (n. 102)

“Se pide a la Iglesia una opción firme y radical en favor de los más débiles” (n. 16)

Este último aspecto que resaltamos intenta ser la respuesta a la pregunta con la que iniciamos esta reflexión. La Dilexi te le pide al a Iglesia un compromiso con la transformación social. Si retomamos las citas bíblicas con las que comienza el documento (Ap 3, 8-9 y Lc 1, 52-53) que sirven de orientación, Dios mismo se compromete con cambiar las situaciones y, por eso, el llamado es a “participar en su obra de liberación, como instrumentos para la difusión de su amor” (n. 2). “Si (la Iglesia) quiere ser de Cristo, debe ser la Iglesia de las Bienaventuranzas, una Iglesia que hace espacio a los pequeños y camina pobre con los pobres, un lugar en el que los pobres tienen un sitio privilegiado” (n. 21). Según el testimonio de los Padres, la Iglesia aparece como madre de los pobres, lugar de acogida y justicia (n. 39) La misión de la Iglesia, cuando es fiel a su Señor, es siempre proclamar la liberación (n. 61).

Finalmente, en referencia a la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) queda muy clara la invitación o exhortación que se nos hace: “Ve y procede tú de la misma manera” (n. 107).

Para seguir pensando…

El magisterio pontificio continua en deuda con las mujeres. Aunque explícita la pobreza vivida por ellas: “exclusión, maltrato, violencia, menos posibilidades de defender sus derechos y denuncia la organización de las sociedades en todo el mundo que todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones” (n. 12), ¿por qué no es capaz de mirarse a sí misma y darse cuenta su incoherencia frente la igualdad de las mujeres en la Iglesia?

Sigue presente ese pensamiento dual en el que no se valora la organización social como espacio real de la presencia de Dios en el mundo y por eso se advierte que la Iglesia se diferencia “tanto en las motivaciones, el etilo y las actividades de cualquier otra organización humanitaria” (n. 103) ¿no sería ya hora de vivir en un único plano de la realidad y unir fuerzas con todos aquellos que construyen humanidad donde sin duda la gracia de Dios está presente? Talvez por esta visión, la exhortación adolece de darle un protagonismo al laicado y solo hace referencia a comunidades religiosas. Tampoco explicita la pobreza vivida por los pueblos indígenas y afro y mucho menos a la población LGTBIQ+, todos ellos preferidos de Dios por la exclusión sistemática que sufren por su condición étnica o su opción sexual.

Ojalá que esta exhortación no se quede simplemente en una sensibilización frente a los pobres, sino que desestabilice a la iglesia monárquica y clerical, a los grupos conservadores centrados en la doctrina o en la liturgia y a todo el pueblo de Dios que tantas veces acomoda la fe a sus privilegios y no asume la radicalidad de la revelación de un Dios que “se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8, 9).

 

 

 

 

 

Consuelo Vélez

martes, 7 de octubre de 2025

 

Un samaritano es quien da testimonio de fe

XXVIII Domingo del TO (12-10-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

Al ir de camino a Jerusalén, atravesaba los confines de Samaría y Galilea; y, cuando iba a entrar en un pueblo, le salieron al paso diez leprosos, que se detuvieron a distancia y le dijeron gritando: Jesús, Maestro, ¡ten piedad de nosotros! Al verlos, les dijo: Vayan y preséntense a los sacerdotes. Y mientras iban quedaron limpios. Uno de ellos, al verse curado, se volvió glorificando a Dios a gritos, y fue a postrarse a sus pies dándole gracias. Y éste era samaritano. Ante lo cual dijo Jesús: ¿No son diez los que han quedado limpios? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero? Y le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado (Lc 17, 11-19).



Este texto nos habla de diez hombres curados de lepra y, cómo solo uno, samaritano, vuelve a agradecer. Lucas ya nos había hablado de la curación de un leproso en el capítulo 5, un texto que posiblemente proviene de Marcos. El texto de este capítulo solo aparece en este evangelio y, a grandes rasgos sigue los mismos pasos del primer relato de curación de un leproso, pero en este pasaje añade, la parte final del agradecimiento por este samaritano.

Conviene recordar lo que significa la lepra en el contexto judío. Esta enfermedad hace a las personas impuras, teniendo que permanecer a distancia de cualquier prescripción ritual y gritando que es “impuro” para no manchar a los que van a realizar tales prescripciones. Pero en este texto los leprosos no gritan que son impuros, sino que Jesús tenga compasión de ellos. Es costumbre de Lucas poner esa petición de compasión en los que están sufriendo por algo y, según la tradición judía, cuando Dios visita a su pueblo, les muestra su compasión. Pero este texto destaca que los nueve curados que eran judíos, no parecen reconocer esa visita de Dios. Solo el samaritano, un extranjero, lo hace.

Los gestos que realiza el samaritano, nos aportan elementos interesantes. Al volver, se postra a los pies de Jesús. De alguna manera esa actitud reverencial está mostrando que ese samaritano reconoce en Jesús la presencia del mismo Dios y la referencia a los “pies” nos hace pensar en el discipulado. Además, este hombre curado “da gracias”, introduciendo un elemento eucarístico en este texto. Por otra parte, recordemos la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 30-37), un texto también propio de Lucas, en la que es el samaritano quien tiene “compasión” del caído en el camino. En este caso el samaritano es testimonio de amor mientras que, en el evangelio de hoy, el samaritano es testimonio de fe. El texto termina con las palabras de Jesús “tu fe te ha curado”, reafirmando, así, ese testimonio de fe.

Una vez más, Jesús enfatiza la dificultad que tienen los que se creen mejores que los demás por su cumplimiento de la ley para reconocer al Dios que sale a su encuentro, mientras que son los excluidos los que sí le reconocen. Esperemos que, esta vez, nosotros también, como el samaritano, reconozcamos la misericordia de Dios que nos alcanza en tantos momentos y de tantas formas.