Adviento es la alegría del Dios que se queda en
medio de su pueblo
III Domingo de Adviento (14-12-2025)
Olga
Consuelo Vélez
Juan oyó hablar en la cárcel de la actividad del
Mesías y le envió este mensaje por medio de sus discípulos: ¿Eres tú el que había
de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús respondió: Vayan a contar a Juan
lo que ustedes ven y oyen: los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los
leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres
reciben la Buena Noticia; y, ¡feliz el que no tropieza por mi causa! Cuando se
fueron, se puso Jesús a hablar de Juan a la multitud: ¿Qué salieron a
contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Qué salieron a
ver? ¿Un hombre elegantemente vestido? Miren, los que visten elegantemente
habitan en los palacios reales. Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? Les
digo que sí, y más que profeta. A éste se refiere lo que está escrito: Mira, yo
envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino. Les aseguro, de
los nacidos de mujer no ha surgido aún alguien mayor que Juan el Bautista. Y,
sin embargo, el último en el reino de los cielos es mayor que él (Mateo 11, 2-11).
El domingo pasado se nos ofrecía la figura de Juan el Bautista como precursor del Señor que viene. En esta ocasión Mateo continúa hablando del Bautista, pero nos dice que está encarcelado y oye hablar de la actividad del Mesías. Por eso envía a sus discípulos a preguntarle si es él quien ha de venir o han de esperar a otro. Y Jesús le responde con las obras que realiza: los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres reciben la Buena noticia. Como se puede ver, la transformación de las situaciones que viven las personas es la señal visible del reino y por eso Jesús es el Mesías esperado. Caigamos en cuenta de que la buena noticia que recibirán los pobres supone que dejaran de ser pobres, en consonancia con lo que acaba de decir sobre los ciegos, cojos, leprosos, etc. En esta ocasión, como a lo largo del evangelio, al hablar de pobreza es, especialmente socioeconómica, fruto de la “economía que mata” como dijo el papa Francisco, porque es la que roba la dignidad de las personas, las que efectivamente les quita la vida digna a la que todo ser humano está llamado.
Notemos que Jesús dice a los discípulos de Juan, después de señalarles porque él es el Mesías esperado, “feliz el que no tropieza por mi causa” o, en otras traducciones, “dichoso el que no se escandaliza de mí”. Y esto se debe a que muchos esperan que el reino de Dios sea una especie de atmosfera sagrada, alejada del mundo concreto. Pero no, el reino anunciado por Jesús es para este mundo y se refiere a la transformación de la realidad para que la vida sea abundante para todos.
Si el
domingo pasado Juan hablaba de Jesús, ahora Jesús habla de Juan y lo avala como
profeta. Recordemos, está en la cárcel y, justamente a ese que las autoridades
están persiguiendo por lo que predica, Jesús lo reconoce como el mayor de los
profetas, nacido de mujer. Una vez más, el evangelio nos presenta el contraste
entre lo que esperan los que habitan en palacios y lo que significa el reinado
de Dios. Juan Bautista muestra claramente ese contraste. Sin embargo, Jesús
también hace una ruptura con Juan, último profeta del Antiguo Testamento. El
más pequeño en el reino de los cielos es mayor que Juan Bautista. Con Jesús
comienza una buena noticia distinta a la de Juan. Si él predicaba la
conversión, Jesús va a anunciar la buena noticia del reino. El énfasis no es el
castigo sino el amor, no es el reproche sino la misericordia, no es la
destrucción sino la vida en abundancia.
Y esta es
la alegría que podemos celebrar en este tiempo de adviento: con Jesús llegan
los tiempos donde el amor de Dios se desborda en el mundo, a través de la
encarnación de su Hijo en nuestra historia, haciendo posible que Dios viva en
medio de su pueblo.
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