En este espacio se consignan reflexiones sobre los hechos que suceden vistos desde la fe y con el ánimo de suscitar conciencia crítica, reflexión y compromiso cristiano.
sábado, 23 de diciembre de 2017
viernes, 15 de diciembre de 2017
Navidad: agradecer el
2017 y disponernos al 2018
Termina el 2017 y podríamos hacer la larga
lista de los acontecimientos vividos. Recordemos algunos que, desde la
experiencia de fe, marcaron nuestra vivencia. El primero, la visita del Obispo
de Roma con la alegría y entusiasmo que suscitó no solo entre católicos sino en
gran parte del pueblo colombiano. Esa visita ya la hemos comentado en estas
páginas. Sin embargo, no sobra decir de nuevo una palabra que ayude a no perder
esa experiencia. ¿Cómo podemos mantener en el tiempo los gestos y
pronunciamientos del Papa Francisco que tanto bien nos hicieron? No hay otra
alternativa: hacerlos vida en nuestro día a día, empeñándonos, en dar
testimonio de ellos. Podríamos resumirlo así: seguir trabajando por la paz y
ponernos del lado de los más pobres a la hora de tomar una decisión que afecte
el bien común. Recordemos que esto fue lo que el Papa le dijo a las autoridades
colombianas: “Escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y
déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus
manos suplicantes”. Y eso mismo les dijo a los obispos: “hospédense en la
humildad de su gente y escuchen su despojada humanidad que brama por la
dignidad que solo el Resucitado puede dar”.
Otro acontecimiento que tal vez vivimos con
menos intensidad, fue la celebración de los 500 años de la Reforma protestante.
El 31 de octubre se cerró el año de conmemoración con una declaración conjunta
entre católicos y luteranos en la cual pidieron perdón por las ofensas mutuas
desde el inicio de la Reforma hasta ahora. Así mismo celebraron los esfuerzos
por vivir el ecumenismo desde hace 50 años, cuando con Vaticano II se abrieron
las puertas para ello. Desde entonces ha sido real el diálogo ecuménico a
partir de celebraciones conjuntas, colaboraciones solidarias y acuerdos
teológicos. Desde esa experiencia, los acontecimientos que llevaron a la
ruptura en el siglo XVI, se ven con otra perspectiva, favoreciendo la comunión
más que la separación.
Recordemos que en 1999 se firmó una declaración
conjunta sobre la “Justificación” entre la Federación Luterana Mundial y la
Iglesia Católica Romana, declaración que fue asumida en 2006 por el Consejo
Metodista Mundial y, en este año de conmemoración, por la Comunión Mundial de
Iglesias Reformadas y por la Comunión Anglicana. El compromiso asumido ahora es
el de continuar discerniendo sobre la comprensión de Iglesia, Eucaristía y
Ministerio, buscando un consenso sustancial que permita superar las diferencias
que existen. Estos acuerdos quedan distantes del pueblo creyente que expresa su
fe en iglesias particulares y que, lamentablemente, a veces se alimenta más de
marcar las diferencias entre los credos que la comunión. Nuestro compromiso, en
este sentido, es divulgar estos pasos dados y con mucha paciencia seguir
tejiendo lazos ecuménicos entre algunos católicos que aún consideran a todas
las demás iglesias como “sectas” y entre algunas iglesias que se fundamentan en
las críticas a la iglesia católica pero, falsas, como el decir que se adora a
la Virgen o a los santos, cuando bien sabemos que eso no es verdad.
Otros acontecimientos de carácter más político
han sido la elección –contra todo pronóstico- de Donald Trump porque para nadie
era desconocida su orientación profundamente neoliberal, su marcado
etnocentrismo queriendo favorecer solo la clase blanca y alta de su país y su
personalidad donde parecen primar los caprichos del que se sabe dueño del mundo
que la perspectiva del bien común para todos. También la situación de Venezuela
que aún sigue en vilo, con un sistema político atacado por todas partes y
totalmente debilitado pero con una oposición que no sabe ofrecer sino “más de
lo mismo” al pueblo venezolano que por décadas ha vivido en la miseria. También
otras realidades políticas mundiales donde el neoliberalismo sigue triunfando,
ahogando más y más las políticas sociales y las conquistas que favorecerían a
los más pobres.
No han faltado tampoco los desastres naturales:
Mocoa, México, Puerto Rico, por citar algunos, en los que se ha visto la
inmensa solidaridad pero también los retrasos gubernamentales que no cumplen
todo lo que prometen y, en los que no se descarta que los daños climáticos
tengan mucho que ver con la magnitud de tales desastres. De otro lado, hay que
nombrar también los ataques terroristas que hacen de nuestro mundo un lugar
inseguro en todo sentido, borrando la línea entre el bien y el mal, haciendo muy
compleja la manera efectiva de enfrentarlos.
Muchas otras situaciones podríamos recordar.
Cada uno tendrá otros acontecimientos más significativos. Pero lo que interesa
señalar es que con todo lo que cada uno ha vivido, llegamos nuevamente a la
celebración de Navidad. Allí un niño pobre, envuelto en pañales, en un pesebre
a las afueras de la ciudad, rodeado de unos pocos pastores que en su sencillez
acogen las maravillas de Dios que pocos comprenderían, nos dice que con Él “ha
llegado la salvación al mundo” (Lc 2, 11).
Navidad es entonces tiempo de esperanza porque
nuestra historia está acompañada por nuestro Dios a tal punto que se hace ser humano en ella. El
Hijo de Dios, el Jesús histórico, se enfrentó a los acontecimientos de su
tiempo y respondió con el anuncio del Reino que pone a los últimos en primera
fila y desde ellos no desiste de la solidaridad, la misericordia, la vida para
todos. Hoy ese Dios hecho Niño sigue presente a través de nuestra vida. ¿Qué
tanto estamos dispuestos a encarnar los valores del Reino en nuestro aquí y
ahora? Que a los pies del pesebre pongamos el 2018 para que el Niño Jesús nos
fortalezca y nos haga capaces de ser testimonio de su amor, de su paz, de su
misericordia, del don de Dios que no cesa de derramarse en nuestro mundo pero
que necesita de nuestra fidelidad para que llegue a todos.
miércoles, 6 de diciembre de 2017
A propósito de la Fe
Poco se habló de la Encíclica Lumen Fidei (julio 2013) del Papa
Francisco que como bien sabemos asume lo que ya había escrito Benedicto XVI,
añadiéndole algo de su propio pensamiento. En este espacio no pretendo hacer un
comentario a fondo de la Encíclica. Simplemente señalar algunos aspectos de la
fe que me parece no se abordan suficientemente en esta encíclica. Pero antes es
muy importante destacar la rigurosidad conceptual y profundidad teológica
propia de Benedicto XVI, la importancia de apostar por la verdad que se
descubre a la luz de la fe, en estos tiempos de más secularización y
relativismo, lo mismo que el dinamismo de relación personal con el Señor que
supone la fe porque ésta “es la respuesta a una Palabra que interpela
personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre” (No. 8).
Otros aspectos podrían destacarse
haciendo una reflexión más detallada. Por ahora basta decir que lo dicho
ilumina nuestro caminar y es importante seguir profundizándolo. Sin embargo,
desde nuestra realidad latinoamericana, me parece importante señalar dos
realidades que son más propias de la fe que vivimos.
Lo primero es constatar que la manera
como se vive la secularización en Europa, no es la misma que en América Latina.
Aquí hay aspectos parecidos pero no se puede pensar que la gente no cree en
Dios. Basta ver la religiosidad popular expresada de tan diversas maneras, lo
mismo que la búsqueda de espiritualidad y experiencia de lo trascendente que
también se vive. Estos dos aspectos nos hacen caer en cuenta que lo que está en
crisis no es tanto la fe sino la pertenencia a la institución y la acogida de
la doctrina. Por eso se necesita hablar de la fe en términos que entiendan los
que se aventuran en otras búsquedas. Y hemos de resaltar dos aspectos: La fe en
nuestro Señor Jesucristo se vive en el seno de la comunidad eclesial y ella es
su garante, pero no se identifica con algunos modelos eclesiales que
privilegian la norma por encima de la persona o que en aras de una autoridad
mal entendida, no permite un protagonismo mayor de todos los miembros de la
iglesia. Cuando se hacen esas distinciones, mucha gente redescubre el sentido
de la fe en Jesucristo y se anima a vivir con más responsabilidad su fe porque
sabe que los defectos de algunos miembros de la institución no se identifican
con Jesús quien trajo un mensaje de libertad y vida para todos y anunció un
rostro de Dios misericordioso y compasivo, Padre y Madre, dispuesto a
entregarse incondicionalmente por cada uno de su hijos e hijas.
El segundo aspecto tan propio de la
realidad latinoamericana, es la articulación de la fe con la práctica de la
justicia. Aunque hay muchas personas que prefieren la fe intimista que les
relaciona con Dios pero que no les modifica otros aspectos de su vida, o el
Dios que les hace milagros para su propio beneficio, muchos otros tienen una
conciencia social fuerte y no les convence un Dios que no compromete con la
transformación de la realidad social y sobretodo con la suerte de los más
pobres. La buena nueva anunciada por Jesús vincula indisolublemente la fe con
los hermanos y por eso en el juicio final la pregunta decisiva es por la
compasión frente a los necesitados (Mt 25,31-46). Y en la encíclica se afirma:
“precisamente por su conexión con el amor, la luz de la fe se pone al servicio
concreto de la justicia, del derecho y de la paz” (No. 51).
En importante reflexionar sobre la fe,
buscando avivarla y haciéndola significativa para el mundo de hoy, donde no es
suficiente un discurso exhortativo sino un testimonio que convenza, mostrando
que la fe cristiana es una fe encarnada que nos coloca en el corazón del mundo
y nos hace responsable de su devenir histórico. Con la Encíclica sobre la fe,
completamos las encíclicas sobre las virtudes teologales: fe, esperanza y
caridad (Spe Salvi, 2007; Caritas in Veritate, 2009, Benedicto XVI),
virtudes que son don de Dios y con las cuales nuestra vida cristina se vitaliza
y fortalece. En América Latina urge potenciar ese don precioso de la fe con una
atención profunda a la religiosidad popular pero también con ese compromiso con
la justicia porque como bien dice el profeta Jeremías “conocer a Yahvé es
practicar la justicia” (22,16).
domingo, 26 de noviembre de 2017
A propósito del Día
internacional de la NO VIOLENCIA contra las mujeres
Hace unos meses una compañera de trabajo estaba
comentándole a un colega que la violencia contra los hombres era muy grande.
Que muchas mujeres golpeaban a sus maridos y que eso no se tenía en cuenta
cuando se hablaba de la violencia que sufrían las mujeres. Más aún, que cuando
ellos iban a poner la denuncia no les creían o minimizaban la gravedad del
hecho. De una manera muy “mal educada” de mi parte (posteriormente pedí
disculpas a los dos colegas por esto), al haber escuchado ese argumento, me
“entrometí” en esa conversación y argumenté que la situación era muy distinta
porque a los hombres se les pega, maltrata, etc., porque hay maldad, rabia o
descontrol, también ejercido por las mujeres y, de hecho, se golpea a muchos
varones. Pero que en el caso de las mujeres no solamente se dan las causas que
acabamos de señalar sino que a las mujeres se les golpea por “ser mujeres”, es
decir, en razón de su género. Este es el argumento de la ley de Feminicidio
aprobada en 2015 en Colombia, llamándola, “Ley Rosa Elvira Cely” en recuerdo de
esta mujer que fue brutalmente vejada y asesinada por un conocido en el Parque
Nacional en el año 2012. La ley consagra el feminicidio como “un delito
autónomo, para garantizar la investigación y la sanción de los actos violentos
contra las mujeres por motivos de género y discriminación”. Como yo me había
entrometido en la conversación, mis reflexiones molestaron doblemente y me
dijeron que la conversación era entre ellos (con razón lo hicieron) pero desde
aquel día me quedó la inquietud de volver a plantear el argumento y me parece
oportuno (esta vez ya sin entrometerme en la conversación de otros) hacerlo con
ocasión del 25 de noviembre –Día internacional de la No violencia contra las
Mujeres-.
Este día lo estableció la ONU en 1993, en
recuerdo de las hermanas Mirabal que fueron asesinadas por luchar contra la
dictadura de Trujillo en República Dominicana el 25 de noviembre de 1960. La
ONU aprobó la Declaración sobre la Eliminación de la violencia contra la mujer,
violencia basada en el género que tiene como resultado un daño físico, sexual o
psicológico, incluidas las amenazas, la coerción y hasta la privación de la libertad
tanto en el ámbito público como en el privado. En este último ámbito se ejerce
cotidianamente y todavía hay mucho trabajo por hacer para despertar la conciencia
sobre esta realidad y para combatirla definitivamente. Según Medicina legal, en
Colombia en el 2016 se presentaron 731 casos de feminicidio y este año, entre
enero y octubre, se contabilizan 758 casos. Y son muchas más las noticias que
cada día vuelven sobre este hecho. Todavía vivimos en una sociedad patriarcal y
machista y no nos damos cuenta de cuan hondo nos moldea a varones y mujeres. Ni
somos conscientes de las miles de violencias cotidianas que con comentarios,
actitudes y hechos, -varones y mujeres- cometemos contra las mujeres. Pero
cuando se toma conciencia es como si se cayera ese velo de los ojos y se ve, una
a una, todas esas realidades. Pero esto molesta a los varones. Algunos reclaman
“yo no soy así y ustedes nos acusan a todos los varones”. Sin duda muchos
varones no ejercen violencia contra las mujeres “conscientemente” pero ellos
también tienen que reconocer que como hijos de un sistema patriarcal si no la
ejercen, la permiten y si no la reconocen –como sociedad- son también cómplices
de ella. Y las mujeres, con más razón. Claro que nos cuesta reconocer que
permitimos esa violencia y que –de hecho- se ha ejercido contra nosotras. Y más
cuesta que nos digan que por qué reclamamos sobre ese asunto. Sí, es más fácil,
no denunciar nada porque así la aceptación de los demás está garantizada pero
cuando nos atrevemos a levantar la voz y hacer caer en cuenta de un hecho y de
otro, nos ganamos burlas, mala fama y hasta enemigos.
Ayer, en Bogotá, hubo una marcha con motivo de
esa conmemoración. No fueron multitudes pero si un grupo significativo (3
cuadras a lo largo de la carrera 7). Y eran muchos jóvenes –varones y mujeres-.
Esto mantiene la esperanza de que las cosas, sí van cambiando. Anima mucho esa
conciencia, especialmente, en los/las jóvenes. Y, al final de la noche, fue muy
grato recibir de un estudiante (agradeciéndome la conciencia que había
adquirido a través de las clases) un video en que muchos varones afirman “soy
feminista”, contradiciendo aquello de que los varones no pueden ser feministas
porque no son mujeres y mostrando que esto no es cuestión solo de las mujeres
sino de todos aquellos que reconocen que la violencia contra las mujeres es una
realidad que se ha ejercido a lo largo de los siglos y es una exigencia ética
de todos y todas trabajar por terminarla. Ojala se acabe todo tipo de violencia
pero ojala termine -de una vez por todas- la violencia contra las mujeres que
se ejerce -repito una vez más- no por la maldad humana que se da en tantos
contextos, sino porque se ha creído que la mujer es un ser de segunda
categoría, alguien que puede ser objeto de otro, a la que se le puede golpear y
matar por ser mujer.
Foto tomada de: http://www.thepanamadigest.com/wp-content/uploads/2010/11/femicide.jpg
sábado, 18 de noviembre de 2017
¿Qué pidió el Papa para esta I Jornada Mundial de los pobres?
Como lo comentamos hace pocos días, hoy -19 de noviembre- conmemoramos la I Jornada Mundial de los pobres a la que convocó el Papa Francisco. No sé qué tanta referencia se esté haciendo de ella en nuestras comunidades particulares. Tampoco sé si se estará haciendo lo que el Papa propuso: “Este domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el momento propicio para encontrar al Dios que buscamos (… ) Sentémoslos a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Con su confianza y disposición a dejarse ayudar, nos muestran de modo sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que es vivir con lo esencial y abandonarse a la providencia del Padre”. Si hemos hecho esto hoy, estaremos contentos de haber respondido a la propuesta del Papa. Y si no lo hemos hecho, todavía estamos a tiempo de unirnos con lo fundamental que el Papa propuso: “que esta jornada nos estimule a reaccionar ante la cultura del descarte y del derroche y hagamos nuestra la cultura del encuentro. Y que nos dispongamos con cualquier acción solidaria para realizar signos concretos de fraternidad”.
Esta propuesta es muy necesaria porque los tiempos actuales nos llevan a colocar a las cosas por encima de las personas y a despertar en nosotros el deseo de acumular sin ningún compromiso por el compartir. Aprovechemos, por tanto, esa iniciativa papal para que los pobres estén efectivamente en nuestro corazón, como lo están en el corazón de Dios, y nuestra preocupación por cambiar su situación, sea efectiva y afectiva. Rezar el Padre Nuestro pidiendo el pan “nuestro” de cada día, nos ayudará a recordar que ser hijos del mismo Padre implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En esa oración todos reconocemos la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para que haya pan para todos. Y esto, en otras palabras, significa preguntarnos por qué existe tanta pobreza y empeñarnos en transformar sus causas. Dios no quiere la pobreza que padecen tantos. Transformarla es nuestro compromiso. Ojala este sea el fruto que nos quede de esta jornada.
martes, 14 de noviembre de 2017
I Jornada Mundial de los Pobres
El papa Francisco propuso celebrar la “I
Jornada Mundial de los pobres” el próximo 19 de noviembre. Es una iniciativa
que surge como consecuencia de la orientación que le ha dado a su Pontificado,
centrado en los pobres –en los que Cristo está presente y nos pide encontrarlo-
y en la urgencia de dar un testimonio de Iglesia pobre y comprometida con los
pobres. Ahora bien, esa iniciativa no es un invento suyo. La primera carta de
Juan (3,18) nos desafía profundamente: “Hijitos míos, no amemos de palabra y de
boca, sino de verdad y con obras”. Así comienza el Papa el mensaje con el que
propuso esta Jornada mundial diciéndonos que Dios no admite excusas: el que
quiere amar como Jesús amó, ha de seguir su ejemplo y este consiste en amar en
primer lugar a los pobres y darlo todo por ellos, incluso hasta la propia vida.
Pero esto no es un imperativo ético que debemos cumplir como obligación. Por el
contrario, parte de la experiencia del amor de Dios que nos amó primero. Quien
reconoce este amor, no puede menos que responder con todas sus fuerzas porque
ese amor es gratuito y llega a todos independiente de sus faltas y pecados. Y,
precisamente, por esa misericordia recibida es que se siente la urgencia, el deseo,
la voluntad de hacer lo mismo con los demás. Y, ¿por qué ese primacía de los
pobres? Porque Jesús los proclamó como bienaventurados y herederos del Reino de
los Cielos no porque ellos sean mejores que los demás sino, precisamente,
porque su precariedad, su falta de posibilidades, hace que la misericordia
divina se vuelque sobre ellos y busca
que todos los demás entiendan esa lógica divina de comenzar por los
últimos para que nadie se quede por
fuera de la mesa del reino. Preparémonos, entonces para esta celebración tan
central en la propuesta cristiana.
viernes, 10 de noviembre de 2017
Tomémonos a Jesús en serio
Es tiempo de
vivir en fidelidad a los misterios centrales de nuestra fe y de dar testimonio
de aquello que decimos creer. Pero ¿por qué se hace tan difícil vivir con
radicalidad el evangelio? ¿por qué hay miedos excesivos de ir hasta el fondo en
el amor, el compromiso, la solidaridad, la entrega? ¿por qué no nos
desprendemos definitivamente de los honores y riquezas de este mundo que tanto
mal nos hacen?
No hay fórmulas
para dar respuesta a estos y otros interrogantes parecidos. Pero algo que puede
ayudarnos a responder, es entender que la experiencia de fe se vive de muy
diversas formas pero, a manera de ejemplo –cayendo en el estereotipo- podemos
reconocer dos estilos que conducen a resultados distintos. El primero, -que podríamos caracterizar como más centrado
en el bienestar personal, en la búsqueda de protección y ayuda divina para que
todo lo que se vive marche bien y se puedan superar las dificultades que se
presentan en el camino-, no se hace las preguntas que antes formulábamos. Lo
que interesa a las personas que así configuran su fe, es pedir a Dios “bendiciones”
y vivir con ese espíritu positivo de sentirse protegido y acompañado por la
divinidad, disponiéndose con buen ánimo a realizar las tareas de cada día.
Estas personas se les puede reconocer como “muy” religiosas porque parece que
la presencia de Dios fluye con facilidad en sus vidas, se muestran respetuosas
de lo sagrado e irradian armonía y buen clima a su alrededor.
El segundo
estilo de vivir la fe -al que podríamos llamar de compromiso, de profetismo, de
libertad evangélica- es el que no pide bendiciones sino que se deja afectar por
la realidad y se pregunta cómo y por qué hay tanta injusticia en el mundo. Son
las personas que se sienten movidas por su fe a estar atentos a la situación
económica, política, social y su impacto en los más pobres. Son las personas
que siguen al Jesús de los evangelios y tienen claro que la vida cristiana no
es cuestión de recibir bendiciones de Dios sino de hacer posible el reino en el
aquí y ahora de nuestra historia. Las personas que enfatizan este aspecto
resultan incómodas y molestas para los que viven a su lado porque denuncian las
injusticias, cuestionan las riquezas que sólo generan beneficios personales,
evitan caer en la lógica de los honores que hacen que unos estén por encima de
otros y, en definitiva, viven en todas sus opciones la indisolubilidad entre
seguimiento y compromiso con los más pobres, entre evangelio y conciencia
profética frente a la realidad, entre comunidad cristiana y entrega
desinteresada a favor del bien común.
Estos dos
estilos que hemos caracterizado no son dos estilos paralelos con igual validez.
En realidad no se dan en estado puro y no deben darse. La petición de muchas
bendiciones no siempre se olvida de la realidad social y los comprometidos con
los pobres no pueden ser ajenos a la relación personal con Dios. Pero sin duda,
el segundo estilo debería marcar con más fuerza la experiencia cristiana sí es
que en verdad nos tomamos en serio el seguimiento de Jesús. El evangelio no se
acomoda al orden establecido. El evangelio inquieta, desinstala, incomoda,
cuestiona, interpela. El evangelio no
hace alianzas, ni busca honores. El evangelio se inclina por los últimos y son
ellos los que deberían “preocupar” y
“ocupar” a los que se dicen ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Como dijo
Benedicto XVI, “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe
cristológica (Documento de Aparecida, 392) y por eso no se entiende por qué
cada vez que se enfatiza la dimensión del compromiso con los más pobres salen
algunos a invocar la mal entendida “pobreza de espíritu” o la típica frase de
que “Dios también es para los ricos”, rebajando así la audacia, radicalidad y
profecía que conlleva el evangelio. Tomémonos a Jesús en serio para no rebajar
su mensaje y permitir que, efectivamente, interpele y desinstale a los
poderosos de cada tiempo presente.
viernes, 3 de noviembre de 2017
El compromiso político
de los creyentes
Los seres humanos no podemos evadir la
dimensión política de nuestra existencia porque vivimos en sociedad y la
política hace posible la búsqueda del bien común. Por eso, la relación fe y
política la hemos de asumir con más responsabilidad porque de la manera como lo
vivamos dependerá nuestro futuro. Y este tema nos interesa a los colombianos
porque ya comenzaron las encuestas donde se perfilan los próximos candidatos y
hemos de pensar en cómo será nuestra participación.
Sobre el tema de la política la Asamblea
Plenaria de la Comisión Pontifica para América Latina que tuvo lugar en el
Vaticano el año pasado, hizo afirmaciones fundamentales para la vida cristiana:
“la iglesia no se desinteresa de la política. Ella misma está implicada en la
vida y destino de las naciones. No se deja encerrar en los templos y las
sacristías y menos reducir el evangelio al solo dominio de la vida privada”. De
ahí que permanecer ajenos a esta realidad es evadir un compromiso social pero
también creyente.
Y la reciente visita del Papa Francisco nos mostró
la necesidad de implicarnos en el ámbito político. Sus palabras nos orientaron
para responder a esa tarea. Fijémonos en
el discurso que dio el primer día a las autoridades, al cuerpo diplomático y a algunos
representantes de la sociedad civil. Después de saludar muy cordialmente y
recordar que Colombia es una nación bendecida de muchas maneras por su
naturaleza pródiga, su biodiversidad y, sobre todo, por su gente, se refirió al
tema central de nuestra realidad colombiana: la urgencia de poner fin a la
violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. Valoró muy
positivamente los pasos que se han dado. Sin duda, aunque no lo dijo
explícitamente, se refería a la firma de los Acuerdos de paz. Como bien
sabemos, Él había dicho que vendría cuando ese acuerdo se firmara y cumplió su
palabra.
Continúo su discurso llamando a las autoridades
a construir la “cultura del encuentro” que ayude a superar los diferentes
puntos de vista y las tensiones y discrepancias que se han vivido frente al proceso
de paz. Consciente de que la paz no se construye de manera mágica, habló de la
urgencia de “resolver las causas estructurales de la pobreza que generan
exclusión y violencia porque la inequidad es la raíz de los males sociales”. Es
decir, construir la paz pasa por la transformación de las estructuras de manera
que estas garanticen la justicia social.
Pero lo más interesante de su discurso a las
autoridades es que les pidió que no crearan leyes para organizar la sociedad
sino para resolver los problemas de injusticia. Y que su perspectiva, su punto
de vista, su horizonte para ejercer la política fuera “la mirada en todos
aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no
cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados”. Ahondó más el tema
poniéndole rostro a estos excluidos: las diversas etnias y los habitantes de
las zonas más lejanas, los campesinos, los más débiles, los que son explotados
y maltratados, los que no tienen voz porque se les ha privado o no se les ha
dado y la mujer con su aporte, su talento, su ser madre en las múltiples
tareas. Y no se cansó de insistir: “por favor, les pido que escuchen a los
pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo
momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se
aprenden verdaderas lecciones de vida y de humanidad, de dignidad. Porque
ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en
la cruz (como dice la letra de nuestro himno nacional).
No sabemos si los políticos pondrán en práctica
estas palabras tan claras, tan evangélicas. Pero ¿y nosotros? ¿Será ese nuestro criterio para
buscar el bien común? ¿Pondremos en el centro a los pobres para apoyar las
leyes y políticas sociales que busquen solucionar su realidad? Creo que este es
el criterio que ha de guiarnos en nuestras opciones políticas.
Con la propaganda por las candidaturas que se
perfilan, viene el despertar de sentimientos a favor o en contra de los
candidatos/as motivados por las ideas que se han tejido frente a ellos. Nos
influirá su afiliación política, religiosa o su condición sexual o su pasado o
sus posturas a favor de algunos principios, etc. Sin duda esto tiene un peso y
hay cosas que son innegociables. Pero una postura política madura y responsable
nos invita a prestar atención a los programas sociales que propongan en sus
candidaturas y quiénes van a ser los más favorecidos con ellas. Esto es lo que
en realidad nos debe mover a la hora de optar políticamente. No podemos ejercer
nuestro compromiso político con base en ideas o slogans que se repiten con
fundamentos vagos o alimentados por la propaganda electoral o por la
“posverdad” (esas afirmaciones que siendo mentira, se venden como verdad y,
lamentablemente, ¡nos las creemos y las defendemos!).
Tener una postura política es una
responsabilidad. Por eso, si en verdad queremos vivir la fe cristiana y acoger
lo que el Papa nos dijo, nuestro compromiso ha de ser con los programas de los
candidatos/as que más miren a los pobres, busquen superar la injusticia
estructural y sigan apostando por la reconciliación y la paz. ¿Mucho pedir? Sí,
por supuesto, pero esto es evangelio, esto es cristianismo. Que el inicio de
esta contienda política, sea iluminado por criterios tan evangélicos, como la
centralidad de los pobres y la construcción de la paz. De esta manera la
política podrá tomar su rumbo apropiado y nuestra fe estará siendo testimonio
del Dios de la vida que nunca deja de la mano a los más pobres porque ellos son
sus preferidos. Y, por tanto, nuestro seguimiento no puede ir por un camino
distinto.
jueves, 26 de octubre de 2017
La presencia de las mujeres en los orígenes del
cristianismo
La necesidad de incorporar plenamente a las
mujeres en la vida eclesial no es una moda pasajera o una idea que se les ocurrió
a algunas mujeres “desestabilizadoras” de los roles que tradicionalmente se han
atribuido a cada sexo. Es una exigencia evangélica y está fundamentada en los
orígenes del cristianismo. Lo que sucedió es que circunstancias culturales y
sociales fueron ahogando la praxis original del movimiento de Jesús y esa
experiencia se fue transmitiendo cargada de sesgos sexistas. Hoy en día, el
trabajo de la teología que subraya la participación de la mujer, está
contribuyendo a recuperar esos orígenes y a mostrar la urgencia de cambiar esa mentalidad.
Entre muchos ejemplos que se podrían
señalar, recordemos la figura de María Magdalena a quien se le ha recordado más como pecadora que
por haber sido la “primera” testigo de la resurrección del Señor. No es que
esto último se haya negado -ya que los cuatro evangelistas lo testimonian-,
pero no se le ha dado el reconocimiento que merece y mucho menos se han tenido
en cuenta las consecuencias que de eso se derivan.
¿Cómo pudo suceder esto? Para responder es
preciso acercarnos al texto bíblico y entender cómo se fue invisibilizando la
figura de las mujeres. Siguiendo uno de los escritos de Carmen Bernabé –reconocida
biblista española- podemos ver, por ejemplo, como el evangelista Lucas relativiza
ese papel protagónico de María Magdalena y, en contraposición, destaca la
figura de Pedro. Para destacar a Pedro, Lucas incluye textos que sólo aparecen
en su evangelio como la llamada personal a Pedro (5,1-11), su protagonismo en
la pesca milagrosa (5,4-7) y en la preparación de la cena pascual (22,8).
Además lo encarga de sostener en la fe a los otros discípulos (22,31-32) y
omite datos que aparecen en los otros evangelios pero que podrían oscurecer su
figura, como por ejemplo, cuando Jesús le dice: “Apártate de mí Satanás”.
En cambio, a la hora de escribir sobre
María Magdalena, Lucas disminuye su importancia. Su calidad de discípula es
ambigua (8,1-3), su rasgo de testigo de la muerte de Jesús es difuminado al
introducir en esa escena a todos los conocidos de Jesús (23,49), el ángel en el
sepulcro les anuncia a las mujeres que Jesús ha resucitado pero no las envía a
anunciar esta noticia a los discípulos y, por el contrario, introduce la figura
de Pedro entrando al sepulcro para con su autoridad dar fe de lo que dicen las
mujeres (24, 12) y agrega que cuando las mujeres llegan a contarle a los
discípulos que Jesús ha resucitado, creen que están diciendo desatinos (24,11).
En el libro de Hechos, Lucas omite su nombre en la escena de Pentecostés (1,14)
y ya no la menciona más a lo largo del libro.
Muchos otros trabajos bíblicos -muy bien
realizados-, aportan muchos otros elementos que recuperan la presencia de las
mujeres en la comunidad de Jesús. Y son estos aportes los que van cambiando
nuestra percepción del papel de las mujeres en la iglesia. Pero se necesita más
empeño en conocerlos y mucha autenticidad para ser coherente con ellos. Ésta no
es una responsabilidad de unos pocos. Todo el Pueblo de Dios ha de buscar una
formación sólida -acorde con los avances actuales- y los medios adecuados para
transformar nuestra iglesia. En este empeño, no temamos “volver a los
orígenes”. Por el contrario, alegrémonos de estar “a tiempo” de parecernos más
a la Iglesia de Jesús y de mostrar con el “discipulado de iguales” –expresión
acuñada por otra reconocida biblista norteamericana, Elisabeth Schüssler
Fiorenza- que nuestra iglesia es una verdadera comunidad donde el
reconocimiento de la igualdad entre varones y mujeres es una realidad. Falta
mucho para lograrlo, pero vale la pena seguir trabajando por ello.
jueves, 19 de octubre de 2017
La misión como diálogo
Nuevamente celebramos el mes de las misiones.Pero, ¿cómo hablar de “misión” en este nuevo contexto de pluralismo religioso? No podemos renunciar a afirmar la centralidad de Jesucristo como único mediador entre Dios y los seres humanos, como causa y motivo de nuestra salvación. Sin embargo, el nuevo contexto nos exige replantear la manera de ofrecer la Buena Noticia del reino y nos señala la urgencia de dar testimonio de comunión con las demás confesiones de fe, evitando rivalidades y descalificaciones mutuas que contradicen el mensaje que se anuncia.
Por este motivo, proponer el diálogo como horizonte de misión, puede ser un camino adecuado para continuar esta tarea y obtener mejores frutos. Por diálogo estamos entendiendo el ofrecer un anuncio a los demás pero estar dispuestos a recibir lo que también ellos nos ofrecen. Es creer que los otros pueden enseñarnos y que son también depositarios de la revelación divina que no cesa de esparcir sus semillas de gracia en todas las culturas y entre todos los pueblos.
Ahora bien, esa actitud de diálogo no es fácil de poner en práctica. Estamos muy acostumbrados a creernos poseedores de la verdad e incluso, a pensar que, no creernos así, es traicionar el mensaje divino porque consideramos que este es verdadero y no puede ponerse en cuestión de ninguna manera. Visto desde Dios, sin duda es así. Su plan de salvación, su voluntad divina sobre la humanidad, es una y para siempre. Pero visto desde nuestra captación y nuestra realidad histórica, siempre es un aproximarnos a ella, un comprenderla cada vez mejor, un aceptarla con más profundidad y plenitud. Por eso nuestras palabras, comprensiones y anuncios van condicionados por nuestra limitación personal y, en ese sentido, siempre estamos en camino y con necesidad de enriquecer nuestra propia visión con lo que los demás nos aportan.
Hoy el pluralismo religioso nos está ayudando a ser conscientes de que Dios supera incluso nuestras instituciones religiosas y, por eso, su presencia trasciende nuestras propias fronteras. Y ahí es cuando se impone el diálogo y el enriquecimiento mutuo. Nos damos cuenta de que podemos ampliar nuestras propias visiones y es posible confrontar nuestras prácticas para discernir cuáles pueden resultar más pertinentes. Con una actitud de diálogo se hace más fácil buscar caminos de comunión para ir tras el Dios vivo que sale a nuestro encuentro por muy distintos e inesperados caminos.
Entender la misión como diálogo no significa que abandonemos el mensaje que se anuncia sino que se ofrezca con gratuidad y libertad para que sea acogido cuando los destinatarios lo consideren pertinente. De alguna manera es vivir realmente la hermosa parábola del sembrador que siembra la semilla con generosidad pero sea “que se levante o sea que se acueste, la semilla crece por sí sola sin que él sepa cómo y así la tierra va dando fruto por sí sola: primero el tallo, luego la espiga y después el grano lleno en la espiga” (Mc 4, 26-28).
Definitivamente el reino es don de Dios y no depende del esfuerzo humano. Por eso la misión no surge de la autosuficiencia de creer que podemos llegar y transformar la realidad sino que se alimenta de la confianza puesta en el “dueño de la mies” (Lc 10,2) que nos envía al encuentro de los demás para vivir y sentirnos su pueblo. Y lo que interesa es ir realizando esa comunidad de hermanos y hermanas que acoge las diferencias y se enriquece con ellas y no pretende imponer sus visiones sino sumar y unir fuerzas para garantizar la vida digna para todos y todas. El diálogo ha de atravesar todas las dimensiones de la vida de los que se encuentran en los trabajos de misión: lo social, lo económico, lo cultural y, por supuesto, lo religioso. Todo está allí para ser compartido, enriquecido, transformado en doble vía: de los misioneros a los destinatarios y de estos a los misioneros. Y lo más importante: entender la misión como diálogo da testimonio del Dios revelado en la historia; un Dios que establece un diálogo de amor con su pueblo, una alianza, que supera la relación meramente cultual y se expresa en una verdadera relación de amor: “Tú eres mi pueblo y yo soy tu Dios” (Lv 26,12).
sábado, 14 de octubre de 2017
Santa Teresa de Jesús:
mujer y maestra de oración

Hoy 15 de octubre queremos recordar una figura
femenina que abrió caminos -no sin sospechas y dificultades- pero que hoy es
testimonio de como la historia puede ser distinta. Nos referimos a Santa Teresa
de Jesús (o Teresa de Ávila) cuya fiesta celebramos este día. Santa española
del siglo XVI (1515-1582), religiosa carmelita, fundadora y reformadora de
muchos conventos femeninos y masculinos, gran escritora y, especialmente,
maestra de oración y de vida espiritual. Por todo esto y por la santidad de su
vida reconocida en 1622, se le concedió el título de “Doctora de la Iglesia” en
1970. Este título se otorga a ciertos santos a los que se les considera
maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos. Ha sido otorgado a
treinta y tres de los santos de la Iglesia, tres de ellos mujeres: Teresa de
Ávila, Catalina de Siena y Teresa del Niño Jesús.
Pero ¿por qué se le concede a Santa Teresa este
título y qué significatividad puede tener hoy para nosotros? Como acabamos de
decir, porque se reconoce en ella una “maestra” de fe para los cristianos de
todos los tiempos.
Ella experimenta a un Jesús vivo, humano con
quien se puede entablar una relación de “amistad”. Jesucristo vive, camina,
come, trabaja, habla con ella. Por esto, la oración no es una repetición de
palabras sino “un encuentro de amistad, muchas veces, a solas con quien sabemos
nos ama”. Pero ella no sólo tuvo la experiencia. Supo “entenderla” y, mejor
aún, comunicarla a través de sus escritos. Triple movimiento que la hace
“maestra” para otros.
Utiliza metáforas, símbolos, comparaciones. Una
de éstas es la comparación de la persona con un jardín y la oración con el
agua. La persona es un jardín que precisa agua. El agua es la gracia de Dios.
La oración es la forma de traer el agua para regar el jardín. Cuando la persona
inicia el camino de oración no es otra cosa que traer el agua (la gracia) a su
vida. Pero ha de hacerlo con baldes. Hay dificultar para orar. Se precisa
esfuerzo. Supone constancia. Pero quien realiza este esfuerzo, avanza en la vida
de oración. Es entonces cuando el agua se comienza a traer con poleas. La
persona consigue serenidad y paz. Hay gozo interior y recogimiento. Se comienza
a “saborear” la presencia divina y su Palabra. La vida de oración continúa
creciendo. La comparación entonces es con un río que pasa por el jardín. La
persona se mantiene con esa frescura interior que la mantiene en las cosas del
Señor. Sale de dentro el amor y el servicio. Se quiere vivir para los demás.
Finalmente, la oración es el agua de lluvia que cae cuando quiere y empapa el
jardín sin ningún esfuerzo por parte de la persona. Es cuando se reconoce que
todo es gracia de Dios y se vive en unión constante con Él.
Esta sencilla enseñanza sobre la oración ha
alimentado y posibilitado la vida espiritual de tantos cristianos/as a lo largo
del tiempo. Este legado y todas sus otras enseñanzas constituyen lo más
importante para recordar en su fiesta. Pero no menos importante es recordar el
hecho de que ella fue una “mujer”. Señal inequívoca de que el Espíritu actúa y
confía en varones y mujeres y, que todos y todas en la Iglesia, estamos
llamados/as a vivir y a comunicar las maravillas que El realiza en cada uno
para el bien de todo el Pueblo de Dios.Foto tomada de: https://i.pinimg.com/736x/18/39/0f/18390f905e42a690b750b47b69b1c1da--santa-teresa-santos.jpg
viernes, 13 de octubre de 2017
La formación teológica y la adultez de la fe
Aumenta el
interés de laicos y laicas por la teología y eso es una buena señal. Significa
que las personas quieren entender su fe y dar razón de ella. Quieren adquirir
madurez espiritual y prepararse para compartir el don recibido. Significa que
el rostro eclesial puede cambiar y una iglesia con diversidad de ministerios,
reconociendo la igualdad fundamental de todos sus miembros, es posible.
Pero aún falta
más empeño e interés por los estudios teológicos. Para muchas personas con tal
de que Dios les “sirva” para socorrer sus necesidades, es suficiente. Y aunque
nadie puede juzgar y menos negar la fe de quienes sólo mandan celebrar misas
por sus difuntos o de los que acuden a santuarios en busca de milagros, bien se
puede preguntar, si estas personas están poniendo todo el esfuerzo que amerita
el cultivo de una vida de fe y se disponen a crecer en ella, con una formación adecuada
a los desafíos del presente. Ahora bien, es bueno reconocer que no se ha
cultivado con suficiente fuerza, por parte de la autoridad eclesiástica, la
urgencia y necesidad de una formación teológica para el Pueblo de Dios.
Además, a veces,
se tiene miedo y reparo frente a la teología. Unos piensan que quien la estudia
“pierde” la fe o cae en la “especulación teórica” y se aleja de la vida. Y no
faltan los que temen la formación del Pueblo de Dios porque a decir verdad esto
lleva a que los “pocos” que saben ya no puedan ostentar el poder del
conocimiento y los “muchos” que van aprendiendo exijan reconocimiento a su palabra
y valoración de sus contribuciones.
Es cierto que la
teología tiene peligros como cualquier realidad humana y no están exentos los
teólogos y teólogas de saber mucho y vivir poco. También es verdad que la
teología hace “perder” la fe. Pero, ¡atención! hace perder aquella fe infantil,
basada en la imagen de un Dios que hace portentos y maravillas y soluciona mágicamente
nuestra vida. En realidad la teología, ayuda profundamente a purificar la fe y
a colocar al creyente en camino del misterio de la encarnación. Es decir, a
descubrir que el Dios cristiano compartió nuestra suerte y nos sigue invitando
a seguirlo en nuestra historia.
Por tanto, no
hay que temer a la formación teológica. Por el contrario, estamos en mora de
propiciarla y favorecerla. Dios quiere nuestro crecimiento a todos los niveles
y el “entender” la fe es parte central de nuestro dinamismo humano. La teología
no garantiza la fe pero una fe con una formación adecuada hace mucho bien a la
humanidad. Eso sí, como todo proceso educativo exige preguntarse dónde, quién,
qué orientación, con cuál enfoque. No todas las personas se inscriben en la
misma línea de pensamiento pero es deseable que al menos se inclinen por las
teologías que respondan más a las preguntas del mundo de hoy.
Y no hace falta
esperar a estudiar teología en un centro universitario –aunque es muy
deseable-. Se pueden propiciar muchos otros espacios para lograrlo. Sólo hace
falta voluntad, determinación e incorporar de una vez por todas en nuestra vida
cristiana, el hecho de que la teología no es patrimonio de unos pocos sino exigencia
de la adultez en la fe, llamada a dar razón de sí misma en medio de un mundo
cambiante y a mostrar con argumentos razonables, su viabilidad en este presente.
La teología no tiene todas las respuestas, pero su contribución es invaluable si
no queremos quedarnos rezados en el devenir de la historia, propiciando que
efectivamente muchos pierdan la fe, no por estudiar teología sino por no
encontrar respuestas a sus interrogantes y necesidades actuales.
jueves, 5 de octubre de 2017
Una Iglesia en permanente estado de misión
Una Iglesia misionera fue el sueño de Jesús y
es también el de la Iglesia Latinoamericana y Caribeña que en la Conferencia
General del Episcopado celebrada en 2007 en el santuario de Aparecida (Brasil),
hizo este llamado fuerte a ser una Iglesia “en permanente estado de misión”. Es
decir, la Iglesia no está llamada a ejercer una misión sino que ella, en sí
misma, es misión (DA 551). Pero ¿Cómo encarnar este deseo? ¿Cómo desprenderse
de tantos siglos de estabilidad y seguridad que le ha proporcionado el ser
reconocida por el poder civil? El mismo Documento de Aparecida al hacer ese
llamado “al estado permanente de misión”, continúa diciendo: “Llevemos nuestras naves mar
adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas,
seguros de que la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas”.
Y es que la misión es desestabilidad, riesgo, audacia,
camino, búsqueda. En el pasaje en que Jesús envía a sus discípulos a la misión,
les indica lo que supone esa situación: “Vayan proclamando que el Reino de los
cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos,
expulsen demonios. Gratis lo recibieron; denlo gratis. No procuren oro, ni
plata, ni calderilla en sus fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas,
ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento…” (Mt 10, 7-10).
En otras palabras, la Iglesia es misión porque tiene una
Buena Noticia que anunciar y cuando algo se quiere comunicar se necesita salir,
llegar más allá de los propios horizontes, atravesar nuevos caminos para que a
muchos más les llegue esa Buena Noticia. Y no se hace por voluntad propia o
intereses personales, sino porque se recibió gratuitamente y se reconoce la
inmensidad de ese don. Pablo, el gran misionero, así lo expresa: “¡Ay de mí si
no predico el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente
tendría derecho a una recompensa. Más si lo hago forzado, es una misión que se
me ha confiado” (1 Cor 9, 16-17).
Ahora bien la Buena Noticia que se anuncia no es un conjunto
de “doctrina” que se comunica a los demás. Esto será un segundo paso. Lo
primero, lo esencial, es la actitud de misericordia y compasión, de amor
gratuito y generoso –actitudes del mismo Dios para con la humanidad- que Jesús
expresa claramente en ese salir al encuentro de las necesidades de los demás y
buscar transformar esas situaciones. La Buena Noticia consiste en anunciar que
Dios nos ama como somos, desde lo que cada uno es y lo que Él quiere para cada uno
es hacernos felices, desarrollar lo mejor de nuestras posibilidades, abrirnos
caminos de liberación y esperanza, en toda situación que nos encontremos.
Por eso “una Iglesia en permanente estado de misión” ha de
ser una Iglesia capaz de salir al encuentro de las necesidades del mundo, no
para reprender y castigar sino para comprender y liberar, no para poner cargas
pesadas sobre los hombros –como hacían los fariseos (Mt 23,4)- sino para
contagiar -con el testimonio-, la vida de Dios que se nos regala, su amor
incondicional y para siempre.
Por supuesto, la Iglesia no es la estructura de los templos,
ni su organización jerárquica. La Iglesia somos todos y todas, convocados al
seguimiento, de quienes depende, esta conversión a una vida discipular y
misionera -como dos caras de la misma moneda-, donde no se puede seguir a Jesús
sin anunciarle y se le anuncia porque se le sigue con fidelidad.
En este mes donde se explícita este dinamismo misionero,
especialmente, hacia los que no han oído hablar de Cristo, es tiempo propicio
para recrear y renovar este aspecto esencial de la vida cristiana. Como lo
señala el Documento de Aparecida, “Recobremos, pues, el fervor espiritual.
Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay
que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo (…) con un ímpetu interior que nadie ni nada
sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas.
Y ojalá el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza
– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y
desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio,
cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la
alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino
de Dios” (DA 552).
viernes, 29 de septiembre de 2017
El Espíritu de paz, signo visible de la vida cristiana

En el Evangelio
de Juan 20, 19-23, se presenta a Jesús Resucitado dándole a sus discípulos el
don de la paz como señal de su presencia. Ellos lo reconocen precisamente en
ese gesto y son enviados a ser sus testigos en medio del mundo.
Ese mismo
Espíritu de paz sigue presente entre nosotros cada vez que nos comprometemos
activamente a hacerla posible. La paz que no supone una actitud de quietud o
indiferencia, sino una manera de asumir la realidad con sus luces y sombras.
Una manera de discernir que nos lleva a denunciar críticamente todo aquello que
hace mal a la humanidad y anunciar proféticamente el amor cristiano que “se
entrega por los otros” en cada una de las circunstancias particulares que se van
presentando.
En el contexto
colombiano Jesús Resucitado -dador de la paz- sólo podrá estar presente en la
medida que los cristianos le dejemos habitar en nuestra vida y realicemos sus
obras.
Es signo del
Espíritu no permanecer indiferentes ante la difícil situación política por la
que atravesamos -no sólo en nuestro país
sino en otros países de América Latina- preguntándonos muy a fondo qué políticas
son las que se proponen y si esas políticas benefician a los más pobres. Sólo
estas merecerían nuestro apoyo incondicional. En este sentido poco se pregunta
sobre las “políticas en sí” sino que nos movemos por los afectos/desafectos frente
a los candidatos. Es necesario crecer en el compromiso político en este
sentido.
Es signo del
Espíritu comprometernos con la justicia social afrontando con valentía el
modelo económico que ha dado los resultados desastrosos que hoy estamos
constatando. No cerrar los ojos a los datos alarmantes que siguen existiendo de
desempleo y carencia de medios básicos de muchos de nuestros compatriotas. Las
cifras que se ofrecen para mostrar los avances en algunos aspectos son
irrisorias ante el aumento real de desplazados, desempleados, en otras
palabras, de excluidos de las posibilidades para vivir dignamente.
Es signo del
Espíritu no cansarnos de construir la “cultura del encuentro” como tanto señaló
el Papa Francisco. Se necesita una actitud de reconciliación sin dejar de lado el
reconocimiento de la verdad y la reparación de los actos cometidos.
Es signo del
Espíritu afrontar los problemas actuales que comprometen el cuidado ambiental,
la sociedad plural, la coexistencia de diferentes creencias religiosas, la
diversidad sexual, la articulación entre el ámbito civil y religioso. No se
pueden afrontar esas realidades con lenguajes y actitudes beligerantes que
cierren la posibilidad de existencia de lo diferente.
Es signo del
Espíritu mantener una actitud evangelizadora que no imponga sino que ofrezca,
que no condene sino que abra caminos de vida, que no defienda sino que exponga
razones, que no divida sino que haga posible la unidad. Pero no hay que olvidar
que también es signo del Espíritu la palabra “profética” que interpela y
cuestiona y no evita los desencuentros. Pero es desde aquí que se puede
construir la verdad y superar las realidades que no hacen posible la paz.
El Espíritu de
paz con el que el Resucitado se presenta entre los suyos es uno de los signos
que puede seguir hablando a nuestros contemporáneos. Es urgente que ese lenguaje
se oiga con más fuerza y hoy somos nosotros los llamados/as a mostrar que el
Espíritu de paz es signo visible de nuestro compromiso cristiano.
Foto tomada de: https://farm6.staticflickr.com/5541/10098801513_59e9d9d0e1_z.jpg
jueves, 21 de septiembre de 2017
Comenzar la renovación
eclesial desde los pobres
La misión
es la razón de ser de la Iglesia porque ella no vive para sí sino para anunciar
a Jesucristo. Por eso, a la hora de hablar de renovación, de cambio, de
conversión eclesial, no podemos hacerlo sin tener presente la finalidad a la
que tendemos, el para qué de esta renovación. En la Exhortación Apostólica
Evangelii Gaudium, el Papa Francisco señala con claridad, que el cambio es para
que la iglesia “se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del
mundo actual más que para la autopreservación” (n.27). Y esto es importante
aclararlo porque si no se ve el para qué, no se genera ningún cambio o se
realiza en la dirección equivocada.
Más aún, hoy
vivimos un momento en que es difícil ver la urgencia de un cambio eclesial
porque la Iglesia tiene –por lo pronto- un lugar asegurado en la sociedad.
Territorialmente tiene posesiones, bien sea por sus obras apostólicas o por la
identidad católica que constituye a países como el nuestro. Está presente en
instancias oficiales y su voz es escuchada. Además, en el Pueblo de Dios hay la
ambivalencia de querer cambios y no estar de acuerdo con muchas cosas pero, al
mismo tiempo, permanecer en una mentalidad acrítica que sin darse cuenta,
mantiene la realidad eclesial como está porque, de alguna manera, la iglesia le
“sirve” para tener esa relación con Dios, que en cierta forma, todos buscamos. Todo
esto puede llevar a trabajar por la “autopreservación” -como dice la
Exhortación-, buscando mantener lo que tiene y/o recuperando espacios perdidos,
pero no “sacudiéndose” profundamente para “que las costumbres, los estilos, los
horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en cauce adecuado
para la evangelización del mundo actual”.
El momento
eclesial que vivimos apunta a esto: “a procurar que todas ellas (las
estructuras) se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus
instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en
constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos
aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad”.
La
conciencia de que hemos de cambiar como iglesia, existe. Más aún, es “impostergable”.
Urge renovar su vocación evangelizadora, su actitud de servicio incondicional,
la fuerza de su testimonio veraz, mostrando -con sus hechos y palabras- en qué
consiste el Reino de Dios que anuncia, la Buena Noticia que quiere comunicar.
¿Por dónde
comenzar esta transformación radical? Aunque pueda resultar una “piedra de
escándalo” –porque lamentablemente así parece vivirse en algunos ambientes- la
primera conversión que tiene que hacerse es hacia los pobres. Ellos son los
destinatarios privilegiados del Reino, -no porque sean buenos, como ya decía la
teología de la liberación- sino porque Dios, en su infinito amor, se inclina siempre
por los últimos y desde ellos llama al seguimiento a todo el Pueblo de Dios.
Este
lenguaje es “duro” –como le decían los discípulos de Jesús cuando les hablaba
en su vida histórica- (Jn 6,60), porque es más fácil no mirar la realidad que
nos rodea, ni preocuparnos por la suerte de tantos pobres de este mundo sino
solamente buscar en la religión “bienestar personal”, “seguridad emocional”,
“protección divina”, etc.
Pero no hay
otro camino. Nuestra fe y el amor a los pobres son inseparables (Mt 25, 31-46).
El Papa lo ha expresado al decir que desea una “Iglesia pobre para los pobres”.
Y es así porque en los evangelios, Jesús se puso del lado de los pobres. Salió
a su encuentro y buscó devolverles su dignidad. Denunció las estructuras que
impedían que ellos estuvieran incluidos en la sociedad e interpeló fuertemente
a las autoridades religiosas de su tiempo que, en nombre de Dios, cerraban las
puertas a muchos por no cumplir las leyes y observancias religiosas. Olvidaban
así la misericordia y quedaban presos de su autosuficiencia y orgullo como el
publicano de la parábola (Lc 18,9-14).
Por aquí
van entonces los desafíos que tenemos. La alegría de
la llamada del Señor sigue tocando nuestros corazones. No temamos, entonces, salir
a las periferias para desde allí llevar adelante la conversión pastoral que el
mundo de hoy espera de la Iglesia.
Foto tomada de: http://www.periodistadigital.com/imagenes/2014/12/06/felices-los-pobres_270x250.jpg
viernes, 15 de septiembre de 2017
La hermenéutica o interpretación del texto bíblico

Como se ha dicho
tantas veces, la Palabra de Dios requiere ser interpretada para poderla
entender en su contexto, no haciéndole decir lo que no dice, y develando todo
el mensaje profético que encierra. Esto no es propio de la Biblia sino de toda
realidad humana porque dependiendo del tiempo, del lugar, de las
circunstancias, todo toma un significado propio que necesitamos indagar bien,
para evitar malos entendidos. Basta tomar como ejemplo, las sorpresas que nos
llevamos cuando vamos de una región de Colombia a otra, o de un país a otro y
vemos cómo las mismas palabras significan distinto y las costumbres obvias en
un lugar son, muchas veces, totalmente diferentes en otros.
Pues bien, la
tarea de interpretar la realidad y, por lo tanto, la Sagrada Escritura, supone mucha
dedicación, esfuerzo e interés. Esta tarea se llama “hermenéutica”, palabra
tomada del Dios griego Hermes, experto en el arte de interpretar los misterios
ocultos. La teología se considera una ciencia hermenéutica porque su tarea es
interpretar la revelación divina presente en la historia, en los signos de los
tiempos y consignada, de modo privilegiado, en la Sagrada Escritura. Continuamente,
por tanto, hay que preguntarse qué significa ese texto, en qué contexto se
escribió, a qué situación respondía, cómo se entendían las palabras y los
ejemplos usados en el texto sagrado en el tiempo que se escribieron, etc. Además,
hoy en día también se está hablando de “hermenéutica de la sospecha” o de la
“hermenéutica de la experiencia” o de la “hermenéutica de la imaginación” o
“hermenéutica del recuerdo” y, de muchas otras clases de hermenéutica, que a
veces sorprenden a quienes escuchan esos términos y hasta “escandalizan” porque
cómo vamos a “sospechar” de la interpretación del texto sagrado hecha por
personas que se consideran autoridad eclesiástica.
Aclaremos
entonces, brevemente, cómo entender esas hermenéuticas que se van empleando
cada vez más. A la raíz de esas propuestas está el asumir que las interpretaciones
no son “neutras” porque siempre vienen mediadas por los intereses de quien
realiza esa interpretación. Por eso, aunque el objeto de interpretación sea el
texto sagrado, no está exento de intereses personales, grupales o
institucionales y de ideologías sexistas, racistas, culturales o religiosas, de
los que lo interpretan. Por tanto, lo que pretenden hermenéuticas como las de
la sospecha o de la imaginación es develar estos intereses que muchas veces han
favorecido posturas de dominación o han defendido puntos de vista que no son
realmente evangélicos. Los resultados de ese trabajo incomodan a algunos (normalmente
los que gozan de privilegios o de poder gracias a determinada interpretación de
un texto) y, por eso, es un trabajo difícil, pero es una exigencia ética y
religiosa que no se puede dejar de lado, si se quiere vivir en fidelidad al
evangelio y pretende mantener el profetismo propio del evangelio.
Para la realidad
de la mujer, por ejemplo, esas hermenéuticas han permitido recuperar su presencia
en los textos bíblicos, darnos cuenta del papel que cumplieron en los orígenes
cristianos, de su actitud mucho más proactiva en la dinámica evangelizadora de
los inicios o de los ministerios que ejercieron, entre muchas otras realidades.
Porque “sospechar” que puede haber otras interpretaciones, “imaginar” que las
situaciones pudieron ser distintas, “recordar” la presencia de las mujeres en
los orígenes del cristianismo, “experimentar” la situación existencial de
quienes sufren las discriminaciones, da unos “ojos” más claros para ver y una
mente más “abierta” para interpretar el sentido profundo del texto bíblico. Y
así podríamos hablar de muchas otras realidades con las que hoy nos
confrontamos que reclaman una interpretación mucho más integral del texto
bíblico de manera que encuentren también en éste, lugar y posibilidad de vivirse
por muy nuevas, audaces o distintas que parezcan.
Hay que orar
mucho el texto bíblico para que cambie nuestro corazón pero hay que
interpretarlo bien para que esa oración nos haga cada vez más abiertos,
comprometidos, audaces y profetas en tiempos como estos, donde la centralidad
del ser humano es innegable y el reconocimiento de todos sus derechos es
inseparable del seguimiento fiel a Jesucristo.
Foto tomada de:
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domingo, 10 de septiembre de 2017
El Papa en Cartagena: “Esclavos
de la paz para siempre”
Último día del Papa Francisco en Colombia y sus
palabras siguieron igual de claras o “más claras” que todas las dichas a lo
largo de su viaje. Lo primero, sus “actos”. Su entrada a la “ciudad amurallada”
–orgullo turístico de los colombianos- la hizo por los lugares más pobres,
aquellos que no se muestran a los turistas y de los que nadie se ocupa. San
Francisco, un barrio sin transporte público, donde viven más de 8000 personas,
la mayoría afrodescendientes, sumidas en la pobreza y el abandono de la administración
pública. Pero allí brota la esperanza en obras sociales auspiciadas por la Arquidiócesis,
como las que el Papa fue a visitar: El programa “Thalita Cum (que en arameo
significa: niña, a ti te digo, levántate), obra que quiere proteger a las niñas
de caer en la prostitución o ser víctimas de la trata de personas y la “Misión
María revive” que busca construir casas para los habitantes de la calle. El
Papa bendijo la primera piedra para estas obras.
En ese barrio le ocurrió el pequeño accidente
en el que se golpeó el rostro. Creo que no le interesó mucho porque él sabe que
cuando se vive “la iglesia en salida en las periferias” eso y mucho más puede
pasar. Podría haber pasado en cualquier otro lugar, por supuesto, pero no es de
extrañar que en un barrio de calles estrechas y con toda la gente volcada con
tanta sencillez en las calles, un frenazo a destiempo, fuera lo más posible que
ocurriera.
Y en ese barrio también entró a la casa de Doña
Lorenza Pérez, humilde mujer que alimenta a más de 100 niños de escasos
recursos de su comunidad. Así relató ella lo que ocurrió en ese encuentro. “me
agarro de la mano, me abrazó fuerte, me dio un beso en la mejilla y me estrechó
la mano fuerte y me dijo: usted vale mucho doña Lorenza”.
Posteriormente se dirigió a la Iglesia San
Pedro Claver donde rezó el Ángelus, introduciéndolo con las preocupaciones que
lleva en su corazón: los pobres que sufren exclusión y de los que Pedro Claver
fue verdadero defensor. Pidió por la situación venezolana haciendo un llamado a
rechazar todo tipo de violencia e invitando a buscar una solución a la grave
crisis que afecta a todos pero, especialmente, a los más pobres y
desfavorecidos de la sociedad.
Después de bendecir a la Virgen del Carmen en
la bahía de Cartagena se dirigió al área portuaria de Contecar para la
celebración de la Eucaristía. Y allí, con la homilía, cerró con palabras
claras, directas y exigentes el mensaje central que quería dejarnos a los
colombianos: “si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar
urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la
equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus
exigencias. Sólo si ayudamos a desatar los nudos de la violencia,
desenredaremos la compleja madeja de los desencuentros: se nos pide dar el paso
del encuentro con los hermanos, atrevernos a una corrección que no quiere
expulsar sino integrar; se nos pide ser caritativamente firmes en aquello que
no es negociable; en definitiva, la exigencia es construir la paz (...) Él no
dejará estéril tanto esfuerzo”.
Estas palabras tienen que calar hondo en
nuestra conciencia. ¡Ojalá que así sea! Son muchos los obstáculos que se han
puesto a la paz. Hay muchos corazones cerrados a un nuevo comienzo. Muchos
otros no quieren incluir sino excluir. Y los cristianos no han estado ajenos a
estas actitudes que desdicen de su fe en Jesús y que se olvidan de que hay algo
“innegociable”: la construcción de la paz.
Posiblemente al recoger todas las palabras
dichas en la homilía se va abriendo el camino para poder dar ese “primer paso”
que tanto hemos repetido en estos días. Cartagena desde hace 32 años es sede de
los Derechos Humanos y en este contexto la palabra de Dios nos habla de perdón,
corrección, comunidad y oración. Los testimonios de las víctimas interpelaron
al Papa –más adelante dice que le hizo mucho bien escuchar tantos testimonios-.
Y desde ahí apela a la necesidad de incorporar a muchos más actores al diálogo
y dejar que prime la razón sobre la venganza, armonizar política y derecho y
tener en cuenta los procesos de la gente. “No se necesita un proyecto de unos
pocos para unos pocos o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie del
sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto
social y cultural”. Generar “desde abajo” un cambio cultural: a la cultura de
la muerte, de la violencia, responder con la cultura de la vida, del encuentro.
Levantar una palabra profética contra todos aquellos que atentan contra los
derechos humanos, contra la casa común y los graves problemas del narcotráfico,
la explotación laboral, el blanqueo ilícito de dinero, la especulación
financiera, la prostitución, la trata de seres humanos, la tragedia de los
emigrantes y, en definitiva, todo aquello que vulnera la dignidad humana. Ante
todo eso no se puede dejar de levantar la voz. Además, no se puede dejar de
reconocer el valor de tantos defensores de derechos humanos que han perdido la
vida defendiéndolos.
Y, precisamente con esa voz profética el Papa
nos preguntó: ¿Cuánto hemos accionado en favor del encuentro, de la paz?
¿Cuánto hemos omitido, permitiendo que la barbarie se hiciera carne en la vida
de nuestro pueblo? Jesús nos manda a confrontarnos con esos modos de conducta,
esos estilos de vida que dañan el cuerpo social, que destruyen la comunidad.
¡Cuántas veces se «normalizan» procesos de violencia, exclusión social, sin que
nuestra voz se alce ni nuestras manos acusen proféticamente!
El Papa hizo todo lo que pudo por
comprometernos con la paz. Y ahora ¿qué haremos nosotros? Nuestro empeño en
esta tarea dará la respuesta. Ojala no hagamos inútiles tantos esfuerzos del
Papa pero sobre todo no nos defraudemos a nosotros mismos en la construcción
del futuro que nos pertenece y mucho menos al Dios de la paz que está de
nuestra lado y en este paso de Francisco por nuestra tierra nos ha hablado
claro y contundente: “Sean esclavos de la paz para siempre".
El Papa Francisco en
Medellín: un cambio real en la vida de la iglesia
Hay mucho debate en sí el Papa cambia la
doctrina o mantiene la continuidad con el magisterio anterior. Los expertos
dicen que no cambia la doctrina. Los más tradicionalistas dicen que sí y “se
rasgan las vestiduras” (en secreto, muchas veces, para no desentonar porque es
sabido que siempre se ha respetado el magisterio pontificio) y los que desde
siempre han vivido con esa inquietud profética de que la iglesia podría
parecerse más a la iglesia de Jesús, no debaten si cambia o no la doctrina pero
si se sienten muy alegres al oír al Papa y al verlo actuar porque su presencia
trae otro estilo de Iglesia, trae otra manera de situarse ante el mundo, invita
a otra forma de ser y de juzgar, de actuar y de comprometerse.
Francisco habla muy claro pero no es de
extrañar que muchos quieran mantener oídos sordos. El Papa dice todo lo
contrario de lo que muchos jerarcas y católicos han enfatizado por décadas. En lugar
de hablar de la “pureza” de la doctrina, de los ritos, de las tradiciones, se
dedica a decir que en la iglesia han de caber TODOS porque la iglesia no es una
aduana que impide la entrada a nadie. Además afirma que la rigidez, las
seguridades y los apegos –a lo que se cree es la ley de Dios- no es de Dios. Todo
esto constituye un cambio real en la manera como algunos jerarcas y no pocos
laicos viven la predicación, las actitudes y las costumbres en la iglesia.
Como ya lo dijo Benedicto XVI, no se comienza a
ser cristiano por una idea sino por el encuentro con una persona. Esto es el
seguimiento de Jesús. Y Francisco recuerda que seguir a Jesús es preguntarse
¿qué es lo que le agrada al Señor? en lugar de escudarse en el cumplimiento de
unas normas -que son mediaciones que pueden cambiar como todo lo humano-. Ante
esto el Papa propone tres actitudes fundamentales del verdadero seguidor de
Jesús: (1) ir a lo esencial (2) renovarse (3) involucrarse.
Para ir a lo esencial se requiere dejar esa mentalidad farisea, apegada a la
norma y lejana a la experiencia de Dios. Por lo contrario, lo esencial es
escuchar la Palabra y desde ella ver las necesidades de los hermanos que nos
reclaman y no podemos dejar de atender. Renovarse
respondiendo al llamado del Señor que nos habla a través de sus llagas
presentes en la vida de los más pobres y nos invitan a la superación de la
violencia buscando caminos de reconciliación y paz. Involucrarse, saliendo de sí para encontrarse con todos y no
impedirle a nadie que entre a la iglesia, no sentirse dueño sino servidor. La
manera de involucrarse es haciendo uso del método latinoamericano: ver-juzgar-actuar
(el Papa recordó que este método surge con la Conferencia de Medellín en 1968),
“sin miopías heredadas” (¿estaría refiriéndose a todo el recelo frente al
camino latinoamericano de tantos sectores eclesiales?) para examinar la
realidad con los ojos de Jesús y juzgar y actuar desde esa mirada. Todo esto
supone un cambio en la vida eclesial. Una nueva mirada, un nuevo juicio. Un nuevo
actuar.
En el encuentro con los sacerdotes, religiosos/as,
seminaristas y sus familias el Papa ahondó más en este cambio de mentalidad que
se exige hoy a la Iglesia. A partir del texto bíblico de la vid y los
sarmientos el Papa les propuso tres modos de hacer efectivo el permanecer: (1)
Permanecer tocando la humanidad de Jesús, contemplando la realidad no como juez
sino como samaritano, conmovido ante la necesidad de las personas; (2)
Permanecer contemplando su divinidad, a través de las Sagradas Escrituras para
conocer a Jesús y saber lo que él quiere de nosotros, (3) Permanecer en Cristo
para vivir en alegría la cual es el mejor testimonio que podemos ofrecer al
mundo. En el fondo, en el mensaje que el Papa quiso dar a los consagrados
continuaba insistiendo en lo que él ve como esencial: contemplar a Jesús en la
realidad, servirle allí asumiendo todo lo que esta conlleve, encarnar
definitivamente la fe en la historia que nos toca vivir. Y en Colombia esta
historia nos invita a superar los diluvios de los desencuentros y de las
violencias, dando frutos de encuentro y solidaridad.
Sí, el Papa está cambiando la manera de ser
iglesia. La manera de vivir el seguimiento. La manera contemplar el mundo. Pero
no por un gusto personal sino porque mirando el evangelio de Jesús, quiere
zarandear la iglesia para que lo asuma de una vez por todas, para que deje de
estar acomodada y dé el primer paso y muchos otros pasos en el auténtico
seguimiento.
¿Asumiremos esta propuesta? Sinceramente lo veo
difícil. Pero no hay que perder la esperanza porque el mismo Espíritu que
suscitó un Papa venido del fin del mundo que ha vuelto a lo esencial del
evangelio puede hacer que la iglesia colombiana, de una vez por todas, asuma el
compromiso de construir la paz y la reconciliación porque entiende que si esto
no es evangelizar, ¿qué podría serlo?
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